“Necesitamos luchar contra la apatía, el letargo, el pesimismo, la avaricia y el desprecio por el mundo en el que vivimos, por el planeta en el que vivimos”, afirmó el prestigioso dramaturgo pakistaní, Shahid Nadeem, en su mensaje a los teatristas de todo el mundo por el Día Internacional del Teatro.
El texto, que cada año es solicitado a una reconocida figura de las tablas por el Instituto Internacional de Teatro (ITI) será leído por su autor el mundo el venidero 27 de marzo y será traducido a más de 50 idiomas; además de imprimirse en cientos de periódicos de todo el mundo.
En estas palabras, igualmente reproducidas por cerca de 100 instituciones del ITI alrededor del orbe, su autor da a conocer sus criterios sobre la cultura y el teatro, en tanto felicita a los creadores por su labor en este sector tan enraizado en el gusto popular.
El primer mensaje con motivo de esta celebración fue redactado en el año 1962 por el célebre poeta, dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau y el último —vigente hasta la proclamación del corresponiente a este año— fue asumido por el prestigioso dramaturgo, director teatral y pedagogo, Carlos Celdrán, Premio Nacional de Teatro 2016, director artístico y general de Argos Teatro, grupo que fundó en 1997. Es el actual presidente del Centro Nacional del ITI en Cuba.
Nacido en el año 1947 en Sopore, Cachemira, Shahid Nadeem fue refugiado cuando apenas tenía un año de edad, debido a que su familia tuvo que emigrar al recién creado Pakistán, después de la guerra de 1948 entre India y Pakistán por el disputado estado de Cachemira. Radicado en Lahore, Pakistán, realizó la Maestría en Psicología de la Universidad de Punjab, época en la que escribió su primera obra, pero realmente se convirtió en dramaturgo durante su exilio político en Londres, donde creó piezas para el grupo disidente de teatro de Pakistán, Ajoka, fundado por Madeeha Gauhar, una activista pionera del teatro, con quien luego se casó.
Nadeem ha escrito más de 50 obras y ha realizado adaptaciones de textos de Bertolt Brecht. Estuvo asociado con Pakistan Television como productor y miembro de la alta gerencia. Fue encarcelado tres veces bajo varios gobiernos liderados por militares por su oposición al gobierno militar, y Amnistía Internacional lo adoptó como preso de conciencia. En la cárcel de Mianwali, comenzó a escribir los fines de semana, con trabajos producidos por y para los prisioneros. Más tarde trabajó como Coordinador de Campañas Internacionales y Oficial de Comunicaciones Asia-Pacífico para Amnistía Internacional. Es miembro de la red de Teatro sin Fronteras.
Sus piezas teatrales se han escenificado y publicado en Pakistán e India; así como en diferentes partes del mundo, entre ellas Londres, Escocia; Dinamarca, Washington, Oslo, Noruega, San Francisco, y Estados Unidos, con las que ha consolidado su carrera internacionalmente. Actualmente enseña dramaturgia en el Instituto Ajoka de Artes Escénicas y el Instituto de Arte y Cultura de Lahore, en Pakistán.
Ofrecemos a nuestros lectores una versión corta del mensaje de Shahid Nadeem para el Día Mundial del Teatro, titulado El teatro como santuario, traducido del francés por Yahaira Salazar, dramaturga encargada de esta tarea por el Centro ITI Venezuela.
El teatro como santuario
Durante la gira de la compañía de Teatro Ajoka, por el Punjab indio en 2004, con una obra sobre el poeta sufí Bulleh Shah, un anciano, acompañado por un niño, se acercó hasta el actor que había interpretado el papel del gran sufí y le dijo “Mi nieto no se encuentra bien ¿podría bendecirlo?”. El actor se sorprendió y contesto: No soy Bulleh Shah, solo soy un actor que interpreta el papel. El anciano entonces contesto: Hijo, no eres un actor, eres una reencarnación de Bulleh Shah, su Avatar.
De repente, se nos ocurrió un concepto completamente nuevo de teatro, donde el actor se convierte en la reencarnación del personaje que interpreta.
Explorar historias como la de Bulleh Shah, historias que como esta existen en todas las culturas, pueden convertirse en un puente entre nosotros los creadores de teatro y una audiencia desconocida pero entusiasta.
Mientras actuamos en el escenario, a veces nos dejamos llevar por nuestra filosofía del teatro, en nuestro papel como precursores del cambio social a veces dejamos atrás a gran parte de la comunidad.
En nuestro compromiso con los desafíos del presente, nos privamos de las posibilidades de una experiencia espiritual profundamente conmovedora que el teatro puede proporcionar.
En el mundo de hoy donde la intolerancia, el odio y la violencia están en aumento, nuestro planeta se está hundiendo cada vez más en una catástrofe climática, necesitamos reponer nuestra fuerza espiritual.
Necesitamos luchar contra la apatía, el letargo, el pesimismo, la avaricia y el desprecio por el mundo en el que vivimos, por el planeta en el que vivimos.
El teatro tiene un papel, un papel noble, debe dinamizar y hacer avanzar a la humanidad, ayudarla a levantarse antes de que caiga en un abismo.
El teatro puede convertir el escenario en un templo, el espacio de actuación, en algo sagrado. En el sur de Asia, los artistas tocan con reverencia el suelo del escenario antes de pisarlo, una antigua tradición en la que lo espiritual y lo cultural están entrelazados.
Es hora de recuperar esa relación simbiótica entre el artista y el público, el pasado y el futuro. Hacer teatro puede ser un acto sagrado y los actores pueden convertirse en los avatares de los roles que desempeñan.
El teatro tiene el potencial transformador de convertir la escena en un santuario y ese santuario en un espacio de actuación.