La comunicación política entra en el cuerpo social cubano en puja dialéctica con prejuicios, ignorancia, desidias y el impulso de quienes sí saben y están conscientes de que sin comunicación no hay política.
Su avance tiene que lidiar, entre otros molinos de viento, con el pensamiento retardatario que considera dicha actividad instrumento para control social con franco sello capitalista y, por tanto, su quehacer resulta pernicioso en los procesos de trabajo político-ideológico. Los hay que reducen su accionar al criterio de la propaganda electorera de show, trampas y manipulaciones reflejada con profusión por nuestra prensa. Peores son quienes con pensamiento dogmático-cavernario consideran que la política se ejerce por decreto y se hace a martillazos.
Si la política se traduce en la toma de decisiones que se convierten en directivas, programas de acción, es en esa dirección donde la comunicación entra a desempeñar su rol de informar, divulgar, explicar, intercambiar, relacionar, valorar in sito, recoger datos, conocer la situación, evaluarla.
Varias razones legitiman el protagonismo de la comunicación en el ejercicio de la política. Quizás una de las más significativas está relacionada con el ejercicio del poder: el buen gobierno se gestiona con una actividad comunicativa fluida, oportuna y transparente con aquellos a quienes gobierna a partir del diálogo constante con todos los estamentos de la sociedad, de manera que las medidas adoptadas sean entendidas y acatadas por la gran mayoría.
Si bien es cierto que la comunicación política ha logrado alcanzar actualización, densidad y consenso en su camino al presente, el ámbito de la comunicación sigue ensanchando sus horizontes como elemento relevante dentro del concepto y como pieza clave de las estrategias políticas al punto de denominar esa tendencia como mediatización de la política, entendida como un hecho real y objetivo de carácter histórico, simbólico y material tal como reconocen los expertos.
Desde diferentes visiones conceptuales hay coincidencias en afirmar que los dos elementos más distintivos y dinámicos de la política en nuestros días son la ampliación de la esfera pública de la política y el espacio creciente otorgado a la comunicación bajo la apoyatura decisiva de los medios de cara a la formación de la opinión pública.
El criterio antes expuesto encuentra apoyatura en el desplazamiento histórico experimentado en torno al lugar donde se concreta la opinión pública y el ejercicio de la política. Digamos que se trata del movimiento irreversible desde el ágora ateniense hasta llegar con “el tiempo real” y la web 2.0 a la ciberplaza pública como ambiente predominante en un ecosistema de intercambio político que no desdeña ámbito alguno para plantar bandera sea espacio físico o simbólico.
Es desde ese último escenario donde se describe y debate la política con base a una opinión pública orientada desde la realidad construida vista por diversos especialistas como la emergencia de una nueva politicidad mediatizada con fuertes tintes hegemónicos a nivel planetario como bien se conoce .
¿Ciencia? Sí. Su quehacer tributa al ejercicio de la política. Y como toda actividad científica en la contemporaneidad, la Comunicación Política dialoga con otros saberes que la identifican como multi y transdisciplinar a partir de un amplio abanico en el que aparecen desde la Ciencia Política, la Psicología, la Sociología, hasta la Cibernética cuyo ejemplo más descollante en estos momentos es el empleo de la Big Data.
Ese arsenal científico del que dispone la Comunicación Política se vuelca hacia la construcción y circulación de representaciones simbólicas con la intención de influir, de manera positiva o no, en la subjetividad de las personas y/o conglomerados de estas a partir de la generación de acontecimientos provenientes de estudios de la realidad sociopolítica de aquellos con vistas a modificar creencias, sistema de valores, entre otros factores conductuales para poner en marcha acciones políticas presentes o futuras.
El accionar de esta actividad abre su radio de acción y llega a la comunidad que es donde se sostiene, concreta o no el liderazgo efectivo de las instituciones y figuras políticas. La realidad muestra con elocuencia que ese conglomerado social debe y puede construir y gerenciar su comunicación política, pues cuenta siempre a su favor con la memoria social colectiva como llave maestra para ejercer gobierno.
Hoy transitamos por un proceso político renovador en cuyo diseño el poder central y verticalista debe ceder espacio y protagonismo a la localidad a partir del criterio de gestar una gobernanza cuya gestión sea cada vez más inclusiva y participativa.
El éxito de esta forma de gobierno tiene uno de sus anclajes estratégicos en la práctica consciente y responsable de la comunicación política. Para llevarla adelante se precisa de cultura y sensibilidad política, de pensamiento estratégico y accionar colectivo.
Ello significa, en primera instancia, un cambio de mentalidad, pero esta no se da por generación espontánea. La comunicación política se mueve, pero podría ir mucho más rápida (como se necesita) si desde su concepción teórico-práctica formara parte del currículo de la formación de todos cuantos en la larga cadena de actores tienen la misión de comunicar y hacerlo bien, pues con ellos se decide la jugada.
Lo antes expuesto requiere de control, de crítica y autocrítica, como también del ojo aguzado del escrutinio público que sabe distinguir quien pone el televisor y no ve ni los muñequitos…