Valiosos compañeros del periodismo cubano se nos han ido en diciembre de 2015 y enero de 2016, entre ellos tres premios nacionales José Martí por la obra de la vida: Jacinto Granda, Aldo Isidrón del Valle y Ernesto Vera.
Mucho dolor y gratos recuerdos nos dejaron los tres, y también el profesor Enrique González Manet, quizás porque conocimos del humanismo, la ética periodística y su amor a la Revolución a nuestro paso de todos por la redacción de Granma, y, ocasionalmente, en coberturas o encuentros en diferentes escenarios del mundo.
Con Jacinto estuvimos juntos cuando la visita de entonces del ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, comandante Raúl Castro, a México, en ocasión de la celebración del sesquicentenario de su independencia, posteriormente, en un recorrido que hiciese por varios países de la comunidad socialista y, en 1980, coincidimos en Baikonur cuando el vuelo del primer cosmonauta cubano al cosmos. Después lo tuve de director en Granma, pero desde antes fuimos vecinos del edificio de 20 de Mayo y Territorial, en el Cerro.
A Aldo, un villareño por los cuatro costados, lo conocimos en las lomas del Escambray cuando los bandidos armados por la CIA asesinaron al alfabetizador Manuel Ascunce y al campesino Pedro Lantigua. Aldo, entonces, era corresponsal del diario Revolución y yo, reportero del periódico Hoy. Ya al fundarse el periódico Granma, en 1965, desapareció aquello de correr primero para darnos un palo periodístico. Ambos, en fin, estuvimos entre los fundadores de Granma y se forjó una sólida amistad; en el 2003 recibimos juntos el Premio Nacional de Periodismo José Martí.
Entonces, Díaz-Canel era el primer secretario del Partido en Villa Clara, nos entregó a Aldo y a mí un hermoso diploma, con una efigie del Che Guevara, y un texto que expresaba: A… quien es símbolo de fidelidad a la patria, de maestría profesional, soldado de la revolución que ha conciliado vida y obra con excepcional coherencia…” Agradecimos al pueblo villaclareño ese gesto.
A González Manet no puedo olvidarlo por las lecciones de sabiduría que humildemente hacía llegar a todos sus compañeros en el periodismo, tanto en la redacción de Granma, como en conferencias en la Upec o en las aulas de la Universidad. Tuve la fortuna de viajar con él a un encuentro de periodistas en Lisboa donde disertó sobre el Nuevo Orden Internacional de Información y Comunicación, y, además, me arrastró a recorrer numerosos museos, iglesias y otras instituciones de la capital portuguesa lo que enriqueció mi sed cultural.
Ahora bien, con Ernesto Vera establecí una relación especial de amistad que no nació en 1963, cuando asistimos en el Habana Libre al primer congreso de la Upec, sino en los meses iniciales de Granma cuando él actuó como subdirector. Entonces, comencé a conocer sus virtudes éticas y revolucionarias que nacieron durante su participación en la lucha clandestina contra la dictadura de Batista. Empecé a admirar a este hombre sencillo y honesto. Años después, cuando Vera asumió la dirección de la Upec esa relación creció y se fortaleció, en parte porque compartía lo esencial de sus criterios y enfoques sobre el periodismo latinoamericano. Lo apoyé siempre en sus luchas por hacer avanzar en América Latina y el Caribe un periodismo por la verdad y digno, que hiciera justicia a los próceres de nuestra independencia.
En escenarios como México, Colombia, Brasil y Argentina acompañé a Vera y lo vi trabajar en todas las horas del día para intentar convencer a los dirigentes de las organizaciones de periodistas y a los profesionales de los medios sobre la necesidad de la unidad y hacer suyos los principios de la Felap, nacida en México en 1976.
Periodismo ético y Patria Grande, así tituló un libro suyo publicado en 1990, que contiene sus conceptos fundamentales sobre el ejercicio del periodismo, la formación de los estudiantes y el papel de las organizaciones periodísticas, entre otros temas. Abogó siempre por un periodismo y un periodista comprometido con las causas justas de los pueblos.
Una de las últimas veces que estuvo por la Upec, le hice una fotografía cuando él contemplaba la galería de los premios nacionales de periodismo José Martí por la obra de la vida. Hoy les entrego esta simbólica imagen.
Hace unas pocas semanas mi esposa y yo vimos a Ernesto por última vez. Acababa de salir del Hospital Fajardo. Los médicos ya nada podían hacer. El cáncer había minado su cuerpo. Nada de esto, por supuesto, era de su conocimiento. Recuerdo que ese día llegaron a su casa Tubal Páez y el puertorriqueño Nelson del Castillo, dirigentes de la Felap. Nada se habló de su enfermedad, sino de anécdotas y sucesos ocurridos en Granma en la época en que Jorge Enrique Mendoza era su director.
Vera disfrutó mucho aquellos relatos y también el recuerdo de los partidos de dominó que efectuábamos cada domingo en su casa de la calle Paseo. Todavía tenía alguna fuerza para mantenerse sentado en una silla de ruedas. En tales condiciones, su afabilidad y maneras de hombre educado no habían podido abandonarlo.
No pude verlo más, pues días después sufrí un infarto y permanecí alrededor de 20 días ingresado en la sala de terapia del Hospital Cardiológico. Pregunté a mis compañeros de la Upec sobre el estado de salud de Vera, y me decían: se ha ido deteriorando poco a poco. Ya no puede ni hablar. El domingo supe que había fallecido mi hermano Ernesto Vera. Que descanse en paz.
El periodismo cubano ha tenido otra gran pérdida.Lo vamos a extrañar mucho pero su obra, su ejemplo, toda su vida perdurarán en todos los que tuvimos la dicha de trabajar y luchar a su lado.