La amenaza a Telesur por parte de Juan, El Caído, Guaidó, no pasó de ser una escaramuza mediática, un “¡No me olviden!”, pues como afirma su patrocinador político Donald Trump, que hablen bien o mal, lo importante es estar en los medios …
Detrás de ese show de “todo por un dólar” de marras, subyace uno de los pilares de la comunicación política contemporánea: la visibilidad mediática.
Poder a fin de cuenta, el simbólico también sufre de una distribución desigual. La intención subyacente propende a que las instituciones de formación de sentido estén en manos de aquellos grupos o individuos con mayor poder para hacer ver y valer una realidad construida a su imagen y semejanza. Ello deviene inequívoca expresión de la lucha de clases.
El punto de vista del sociólogo francés Michael Focault refuerza lo expresado anteriormente, al considerar que si bien todos los individuos son sitios del poder, no todos ellos lo incorporan cuantitativa y cualitativamente, pues las relaciones en ese sentido tienen como finalidad la conservación de ese balance asimétrico.
Pero más que el valor que supone el registro del acontecer, el verdadero poder está en su construcción: el decidir la manera en que se presenta ante la opinión pública un determinado acontecimiento, individuo o grupo para hacerlo existir como realidad social codificándola por la vía del lenguaje mediático.
No se puede soslayar que el poder simbólico descansa en el acceso al discurso público, en especial el que facilita el universo medial en su relación orgánica con el resto de los poderes político, económico, cultural. Es así como la capacidad de representar la “realidad objetiva” es del patrimonio de quien posea el acceso al discurso mediático y haga suya la posibilidad de definir, construir y difundir su identidad construida desde los medios.
El español Vicente Romano en su obra La formación de la mentalidad sumisa, saca a la superficie otra arista del asunto cuando afirma que los pocos tienen así el poder de definir la realidad para los muchos y producir las informaciones que dificultan a la mayoría de los ciudadanos el conocimiento y la compresión del entorno, la sociedad en que viven, así como la articulación de sus necesidades e intereses.
El marxismo da la pieza clave para para la compresión de este fenómeno, cuando Marx y Engels, en la Ideología Alemana, exponen: “La clase que posee los medios de producción material posee al mismo tiempo el control de los medios de producción mental y, por tanto, en sentido general, las ideas a que están sometidos los que carecen de medios de producción mental (…). En consecuencia, gobiernan ampliamente como una clase y determinan la extensión y el ámbito de una época, con lo que evidentemente, entre otras cosas, regulan la producción y distribución de las ideas de su época. Es así como sus ideas son las ideas dominantes de su época”.
Ese poder simbólico inherente y a la vez distintivo de la actividad mediática en nuestros días se materializa en la capacidad de gestionar la política. El sociólogo de origen estadounidenses John B. Thompson en Los media y la modernidad, expresa que con el desarrollo de la imprenta y otros medios, los políticos adquirieron cada vez más una visibilidad que superó la de su presencia física ante las audiencias reunidas.
Así, prosigue Thompson, los gobernantes utilizaron los nuevos medios de comunicación no solo para promulgar decretos oficiales, sino también como un medio para fabricar una autoimagen que pudiese ser transportada a otros que estuviesen en escenarios distantes. Entonces, se puede inferir la tendencia de la clase hegemónica a capitalizar y controlar todas las acciones de la sociedad que tengan que ver con la comunicación ya no sólo para hacerse ver, sino también para silenciar, neutralizar acciones en su contra.
Más allá de la alquimia forma-contenido y desde ella las acciones provenientes de la persuasión, la confrontación y la influencia sobre el discurso político en todas sus expresiones públicas, está la visibilidad mediática entendida como un proceso dialéctico asociado al fenómeno histórico-material del desarrollo.
Así lo demuestra el surgimiento y vertiginoso avance de la ciberpolítica en las redes sociales como proceso de formación y reproductor de consenso en nuestros días en un conglomerado global de cientos de millones de cibernautas.
La visibilidad mediática supuestamente ha acortado la distancia entre los políticos y la ciudadanía y más que complementar el tradicional modelo de “encuentro cara a cara” es superador del mismo en cuanto a su alcance en la captación de grandes audiencias y el sentido del espectáculo cuando se trata del empleo de las manifestaciones audiovisuales.
Por ejemplo, en sus diez primeros años (1997-2007), CNN en Español, tras 87 600 horas de transmisión, pasó de cuatro millones de telespectadores a más de 21 millones de televidentes hispanoparlantes en EE.UU. y América Latina. En esa dirección, Ignacio Ramonet asevera que a finales de los años 80 del siglo pasado, la televisión, que ya era el medio dominante en materia de diversión y ocio, se hizo del primer lugar como canal de información, reinado que duró hasta la aparición y desarrollo avasallador de la web 2.0. en el presente.
Así, la visibilidad mediática se ha convertido en una herramienta fundamental mediante la cual se articulan y llevan a cabo las luchas políticas y sociales. En este caso el rol desempeñado por la televisión ha sido decisivo; es decir, conseguir el acceso a los medios audiovisuales es ganar en representación y legitimidad, es, asimismo, tener la posibilidad de acceder al poder simbólico como ocurre hoy con las redes sociales que han convertido el ciberespacio en una inconmensurable plaza pública donde se vende y compra poder.
Es por ello que en las sociedades del presente prevalezca lo que Thompson denomina “la lucha por la visibilidad en el siglo de los medios de comunicación”.
Los medios, para bien y para mal, transformaron la naturaleza de la visibilidad y la relación entre transparencia y poder; es decir, éstos redefinieron la idea del espacio público y, por su alcance e influencia, pasaron a formar parte decisiva en la disputa de poder. De ahí la versión shakesperiana del dilema contemporáneo que trasluce la comunicación política: Verse o no verse. ¡He ahí la cuestión!