La imagen volvió a viralizarse por estos días en las redes sociales. Tras el demoledor huracán Irma un niño avileño rescata del lodo un busto de Martí, lo carga y abraza amorosamente para ampararlo en toda su pureza.
La foto circula con toda su enorme fuerza simbólica en contraste con otras que aparecieron en el cruce tremendo de un año a otro este 2019 en Cuba, cuando algunos embadurnaron de rojo bustos del Héroe de Dos Ríos, intentando mostrarse como valientes y desafiantes luchadores clandestinos por la libertad nacional.
Detrás de lo que pareciera otra de las cada vez más frecuentes campañas políticas en internet o de los más comunes ciberchancleteos, ebullen otros magmas, que vienen del fondo complejo, ardiente, volcánico de nuestra historia, y parecen hacer erupciones constantes, explotar y dispersarse en los tiempos.
Después de los trágicos sucesos del 19 de mayo de 1895 en los cruces del Cauto el devenir nuestro pareció siempre definirse entre quienes intentaron sacar a José Martí de la podredumbre y el lodo y los que, en su nombre, no hicieron más que hundirlo en los fanguisales del olvido o la manipulación.
Las imágenes que incitan estas ideas describen muy bien los contrastes de esa dicotomía, que desde la propia visión martiana encuentran una muy clara definición: dos bandos, «los que aman y construyen y los que odian y destruyen».
Desde los mortales acontecimientos de Boca de Dos Ríos, al decir de Máximo Gómez, Martí se eleva a su gran altura para no descender jamás, porque su memoria está santificada por la historia y por el amor, no solo de sus conciudadanos, sino de la América toda.
Al encarnar en su figura todo el pasado histórico con las ansias venideras o futuras inicia a la vez un apostolado que no ha estado exento de mezquindades y regateos, cuyos contornos son muy fáciles de definir si se sigue esa tan pequeña, pero cortante definición de los dos bandos. ¿Qué ha hecho cada uno?
Desde el inicio de su postrero y fecundo renacer en las Glosas de Julio Antonio Mella a su pensamiento, en los años 20 del siglo XX, no resultó difícil discernir qué era lo revolucionario y qué lo contrarrevolucionario en este país, una delimitación que encontraría su más alta significación y elocuencia en el triunfo de la Generación del Centenario del Apóstol liderada por Fidel Castro frente a la brutalidad, el crimen, el rompimiento del maltrecho Estado de derecho y toda la justicia en revés que representaba y resumía la dictadura de Fulgencio Batista.
Desde entonces, aunque no faltaron intentos de escamotear la pertenencia de su legado, la contrarrevolución en Cuba no supo entender nunca la esencia amorosa, regenerativa y constructiva del bando verdadero de José Martí.
Esa debe ser la extraña razón por la que puedan confundirse vulgares actos delincuenciales de profanación con un movimiento o proyecto de cambios, que intenta imitar o emular en su concepto, nada menos que con las fuerzas clandestinas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Vulgares desviaciones como esas son las que provocaron que un día, mientras cientos de jóvenes enamorados de las ansias de justicia y libertad de la Revolución llenaban los campos de Cuba del sueño alfabetizador, otros intentaron dejarlo criminalmente colgado para siempre con alambres de púa en los cuerpos del maestro voluntario Conrado Benítez y del campesino Pedro Lantigua.
Tal vez no se percatan de que mientras la Revolución se poblaba de héroes y heroínas, desde los más encumbrados hasta los más humildes y anónimos de la resistencia, su bando se llenaba de asesinos y terroristas que traicionaban el nombre de Martí, hasta con sus apañadores y sostenes del norte revuelto y brutal cuyas apetencias estamos convocados a impedir.
¿Acaso habrán llegado a la conclusión de que la heroicidad se mide en estallidos de horror o violencia absurda y desenfrenada? ¿En ese campo habrá algún émulo capaz de superar a Luis Posada Carrilles? Repasemos algo de su historial: intentos diversos de asesinato a Fidel Castro Ruz, colocación de artefactos explosivos en las embajadas cubanas en Argentina, Perú y México, envío de cartas y libros con bombas a varios consulados de Cuba en América Latina, bomba en equipajes de vuelo de Cubana de Aviación en Jamaica; bomba en la Oficina de la línea aérea Cubana de Aviación, en Barbados; bomba en las oficinas de Air Panamá, en Colombia; bombas en el Instituto de Estudios Brasileños y en la Embajada de Bolivia en Ecuador; bomba contra la Embajada de Cuba en Portugal; bomba en el centro cultural Costa Rica-Cuba; bomba contra un canal de televisión en San Juan, Puerto Rico; bomba contra un avión cubano en pleno vuelo, frente a las costas de Barbados…
¿Acaso se habrá ido con algún cargo de conciencia de este mundo este peculiar protegido de la lucha contra la Revolución Cubana en Estados Unidos? Lo más martilleante para su mente atrofiada serían otras preguntas: ¿Es que tantas bombas no van a conseguir mis propósitos? ¿Tantos cuerpos despedazados y mutilados tampoco los merecen? ¿Tantas madres y familias desgarradas no lo valen? ¿Acaso mi vida estuvo siempre en el momento y lugar equivocados?
Esa última interrogante es tal vez la mejor para quienes comulgaron con el odio y la saña contra el anhelo libertario y justiciero cubano, aunque lo lamentable es que no faltaron y, parece que no faltarán hacia el futuro, quienes se decidan por el bando del odio y la destrucción.
La impotencia para derrotar el proyecto de la Revolución Cubana ha llevado incluso a un sector de sus enemigos a abandonar la apuesta de regatearle el apostolado martiano para intentar borrarlo todo. Hacer con el legado y la herencia política, ética, moral y patriótica del país lo que con Sodoma y Gomorra, como abordé en su momento.
Lo preocupante es que persisten en su intento pese a la evidencia descabellada y hasta vejaminosa del intento. Los Mesías de una salvación desde la «nada», desde el vacío total, o desde un enorme agujero negro en nuestra historia, quieren lanzarla quién sabe a qué abismos paralelos.
Hace un tiempo el diario miamense El Nuevo Herald y sus extraños predicadores volvieron a la carga sobre este tema con un nuevo artículo: Pacatería en la historia de Cuba. En esa oportunidad buscaba «demostrar» que esta última ha sido víctima del oscurantismo y de escrúpulos excesivos, que en muchos casos obedecen a la conveniencia y el temor, y que alejarse de estos enfoques resulta «muy saludable».
Para hacerlo —según sus postulados— solo tendríamos que «bajar del altar a los patriotas, enterrarlos para que la nación cubana avance sin soportar la carga de la mitología independentista».
Exponían que aunque ello no sería la solución de todos los problemas, sí constituiría un paso necesario. «Es indispensable limpiar de pacatería y determinismo la historia del país», arguyen, y continúan: «Esa limpieza siempre enfrenta un escollo difícil de superar en la figura de José Martí… Por rechazo a los postulados revolucionarios, que se mostraron vacíos, hemos aprendido a desconfiar de los patriotas», sigue.«El mesianismo martiano y su romanticismo político pueden resultar funestos», y así por el estilo…
Ya en el lance anterior este «curandero de nuestra historia», en cuya entraña gravita la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo, entre la dignidad nacional y el desprecio de determinados sectores del norte, planteaba nada menos que lo siguiente: «Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».
¿Acaso es con semejantes ideas, con tan mezquinos actos y programas que puede pretenderse derrotar a la Revolución Socialista en Cuba? Una Revolución verdadera, como enseñó y ofrendó con su vida el Che Guevara, solo puede ser un sublime acto de amor. No será el odio quien la destruya.
Ya Fidel nos alertó, un 17 de noviembre, que ella solo puede ser derrotada por nosotros mismos, el día en que, por la desmemoria, la soberbia o el egoísmo olvidemos que lo que está y estará por completarse en esta tierra es el programa humanista y revolucionario de José Martí.
(Publicado en la edición dominical del 11 de enero de 2020 del diario Juventud Rebelde)