ENTREVISTA

Marina Mosquera: Los Homo sapiens no hemos sido los primeros en casi nada

Marina Mosquera Martínez es arqueóloga; aunque podría haber sido veterinaria, o médica, dos de sus fervores pueriles. Pero atinó en la historia, por el gusto de allanar oscuridades en la antigüedad de la vida humana. Y supo que había nacido para eso cuando —siendo estudiante de prehistoria— abrigó por primera vez entre sus manos tierra del neolítico[i], de la época de bronce[ii].

Sin imaginarlo, ya viajaba en aquel tiempo por el corredor de su destino: el Proyecto Atapuerca[iii], que “más que un proyecto de investigación ha sido un proyecto de vida”. Llegó hace 32 años, de la mano de Eudald Carbonell, un hombre de larga vista al que había conocido antes, en 1986, en un seminario asociado a una excavación arqueológica en Girona, Cataluña.

Un par de abriles ejerció luego con él en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, y bajo su tutoría, y la de Emiliano Aguirre[iv], Marina Mosquera Martínez hizo su tesina de fin de máster y la tesis doctoral en Prehistoria. Era la época en que el imberbe Equipo de Investigación de Atapuerca (EIA), tenía pocos miembros y escasamente  formados, y cuando publicar y estar en el ámbito internacional era, sobre todo, una intención.

—Se ha necesitado mucho tiempo para formar el equipo, organizarlo y consensuar un proyecto de futuro, que es lo que realmente es el Proyecto Atapuerca, dice Marina, 32 años después, con su voz grave, las cejas arqueadas y anchas, y el mentón apoyado sobre los nudillos de los dedos de su mano izquierda.

Está sentada en los feudos de la unidad de investigación que coordina, la de Tecnología lítica; en su “isla”, que es como llaman a los bloques de mesas largas, blancas, atravesadas por un panel que impide ver a quienes se sientan de frente, al otro lado del mismo apoyo. Es un salón donde hay una decena de compuestos semejantes, cada uno con plaza para unas seis u ocho personas. Son los gabinetes de la mayoría de los investigadores y algunos estudiantes de doctorado o máster del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), en Tarragona, una ciudad desbordada de arquitectura y cultura romana, y un prado que recuerda al de La Habana. La diferencia es que el de la ciudad catalana termina en un balcón apoyado sobre el borde de un acantilado de 40 metros de altura, desde donde se avista el Mediterráneo.

El IPHES está en el Campus Sescelades, de la Universidad Rovira i Virgili (URV), muy cerca del centro de la ciudad. Lo fundó Eudald Carbonell en 2006 y en 2015 fue inaugurado el inmueble, un edificio de 3150 metros cuadrados. La institución es parte de la madeja del Proyecto Atapuerca[v], uno de sus tres principales productores de conocimientos. Es el sucesor del Instituto de Estudios del Mundo Antiguo, de 1997, asociado a la URV.

—Estaba en Cambridge, Inglaterra, en una beca postdoctoral, donde me relacioné con  investigadores de prestigio en el mundo de la arqueología y de los estudios sobre  evolución humana. Y cuando me faltaban unos meses para terminar, Eudald me llamó y me fui para Tarragona. Él empezaba a formar su equipo de Paleolítico, de prehistoria del Cuaternario en la Rovira i Virgili. En la Universidad me ofrecieron trabajo como profesora. Me presenté y me lo dieron. Era una contratada, y todavía lo soy. Y terminé mudándome de Madrid a Tarragona.

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Nació el 11 de enero de 1965; en Madrid, en la calle Montesa, en el hospital de la calle Montesa. Y en esa ciudad que tiene 10 millones de habitantes vivió en varios sitios, pero más tiempo en el barrio de Moratalaz, donde ahora reside uno de sus dos hermanos.

De niña recuerda estar en la casa con su madre haciéndose un vestido, “haciéndolo las dos, las dos cosiendo”. También leyendo Tintines (comics del suizo Hergé) y comiendo queso cuando se refugiaba en la cama.

El divorcio de sus padres, de Ricardo y Margarita, en una época en que en España apenas era admitido,  lo siente como un dolor que le quedó anidado. Solo tenía cuatro años y alternaba estancias de tres meses con cada uno. No sabe cómo encauzar esa vivencia, pero lo pasaba mal cuando su madre la dejaba en el colegio: imagina que al final no sabía quién la iba a buscar.

El aroma del pan de Galicia es una reminiscencia de las estadías con el padre. Esa parte de su familia es gallega, de muy cerca de Vigo, de un pueblo que se llama Redondela. “Los veranos íbamos allí, y muchas veces los domingos yo iba al horno a coger el pan”.

De esa época, guarda en su memoria el olor del cieno. “El que se forma en las rías bajas, propias de esa zona. Cuando desciende la marea el fondo queda expuesto y las algas se pudren”. Fueron años en que paseaba por el campo con su padre y sus hermanos.

— Buscábamos fósiles, dientes de tiburón, piedras. Eso me gustaba.

Pero Marina Mosquera Martínez no paraleliza ese apego con su vocación por la arqueología. Porque eligió estudiar ciencias puras en el bachillerato “por si acaso”, no porque entonces haya tenido una afición definida.

— Me apetece hacer cosas con las manos. Cuando empecé a practicar la arqueología descubrí que me gustaba tocar la tierra y que tenía aptitud para la excavación arqueológica. Hacerlo en las mantas del Paleolítico, en lo más antiguo, ha sido mi gran motivo, por las incógnitas que hay sobre muchísimos de los seres humanos que no conocemos.

A la derecha, Marina Mosquera en el momento del hallazgo de una lasca de sílex del Cretácico en el nivel 10 del yacimiento Gran Dolina, en Atapuerca.

Excavar, analizar material lítico, hacer lecturas bibliográficas, redactar artículos, escribir libros, dictar conferencias y participar en congresos, cursos académicos; organizar y coordinar líneas de investigación del proyecto del que es investigadora principal, es lo que hace. Este inventario, multiplicado por dos, porque trabaja en tecnología y dispersiones humanas y en cognición humana y primate.

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Hotel Palco, Palacio de Convenciones, 2007, durante el evento Antrophos en el que impartió una conferencia magistral. Con colegas de la Cátedra de Antropología de la Universidad de La Habana.

En febrero de 2007, en La Habana, Marina Mosquera Martínez da una conferencia magistral sobre los resultados científicos del Proyecto Atapuerca en el Palacio de Convenciones, en un congreso cubano de Antropología. Luego, en el Museo Nacional de Historia Natural y en el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad. En el propio casco antiguo visita excavaciones históricas e intercambia con arqueólogos. También llega hasta la Fundación Antonio Núñez Jiménez, de la Naturaleza y el Hombre. Recorre sitios claves relacionados con el desempeño de la arqueología nacional. Socializar el conocimiento científico fue un propósito; el otro, avanzar en las relaciones que comenzaron a establecerse el año anterior entre científicos del Equipo de Investigación de Atapuerca e investigadores e instituciones cubanas dedicados a la arqueología y a la antropología nacional.

Transcurrida una semana, al llegar a su casa, en Tarragona, luego de largas horas entre aviones y aeropuertos, escribe este sms:

“Ya estoy en casa. Mis tres gatos me ignoran. Me castigan con su indiferencia por mis días en La Habana. Besos”.

Ahora, a fines de 2019, solo le queda la felina Sarita, toda negra y esquiva. Y aunque “me gustan todos los bichos, los de cuatro patas y los de dos”, las aves —aclara con su risa contagiosa— y piensa que los perros son las mejores personas del planeta, eligió gatos porque son muy autónomos, porque solo necesitan que les pongan agua y comida, y ella pasaba largas jornadas excavando, ausente de la casa. Ya no, ahora Marina solo excava un mes y medio al año.

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Es noviembre de 2007. En la Universidad Rovira i Virgili, de Tarragona, en una de las áreas que entonces ocupaba allí el IPHES, Marina explica que el Proyecto Atapuerca ha evolucionado del siguiente modo: “estudiando el panorama científico internacional, planteándonos movernos en ese ámbito e ir formándonos y especializándonos en esas sub-disciplinas que ya existían de antemano”.

En los últimos tiempos —dice— somos nosotros los que innovamos. “Son novedosos nuestros estudios de cognición basados en primatología[vi] y tecnología. Como el eje del Proyecto es la investigación sobre la evolución humana en sentido muy amplio, nos es posible abrir líneas relativamente inéditas o aportar mejoras a las ya existentes, con otros objetivos”.

—Por una visión de futuro muy clara desde el principio, por el empuje salvaje de Eudald Carbonell y por una potencia de respuesta enorme de nuestra parte, por eso el EIA, de una decena de personas con que contaba inicialmente ha llegado a más de un centenar de integrantes, que han  generado una producción muy notable, foco de atracción para otros especialistas interesados en acercarse e integrarse, retroalimentando cada vez más el proceso.

Pero hay otro detalle: “hay que divulgar lo que una sabe”, dice. “No solo dar a conocer datos, también la interpretación que hacemos de ellos. Aunque los datos hay que darlos para que cada uno pueda hacer sus interpretaciones. Esa es parte de nuestra faena, porque la sociedad necesita conocimiento”.  Y en esta práctica ha visto interés y aceptación en los públicos, “pero con ciertas dosis de escepticismo en aquellos individuos más reacios ante lo que ellos creen que es perder dominio, autoridad per se sobre el mundo”.

— Hay en quienes genera inseguridad saber que provenimos de especies que han vivido y se han adaptado muy bien sobre el planeta, y de las que hemos aprendido y heredado nuestras capacidades de adaptación. Estos no suelen aceptar que especies precedentes pudieron hablar y tener simbolismo sobre sus muertos.

Hay una historia. Tras una conferencia que Marina y Eudald dieron hace unos años sobre la evolución humana y las capacidades de adaptación de nuestros predecesores, a la que asistía un público muy variado, un hombre mayor preguntó:

— ¿Entonces,  dónde queda la religión? Y ella respondió:

—Lo siento, pero la religión no es necesaria para explicar la evolución. Esta no es una teoría; es un hecho. La religión es sólo un medio personal que los humanos podemos elegir adoptar o no para facilitarnos la vida íntimamente, pero no es necesaria”.

Recuerda todavía, con cierta pena, cómo el hombre se quedó cabizbajo, pensativo…

En el conjunto de avatares que han sufrido diferentes especies homínidas y que nos han traído hasta donde estamos ahora, Marina resume el concepto de evolución humana. “Podríamos también hablar de la evolución de los delfines, de la evolución de las ballenas, pero por el poder que tenemos los humanos de construir y destruir, de manipular y transformar, llamamos mucho la atención de nosotros mismos”.

—En definitiva, la evolución humana es un conjunto de adaptaciones constantes, biológicas y culturales, para intentar frenar al máximo el condicionamiento biológico y natural.

Marina Mosquera Martínez es atea; su madre lo es y piensa que su padre también lo fue. No cree que haya ningún dios y nunca le supuso ningún problema la evolución; la vio muy lógica desde que empezó a estudiar.

La mañana de ese día de noviembre de 2007, Tarragona había amanecido con unos 10 grados de temperatura, hasta que el sol sumó un par de puntos a los termómetros. Desde un balcón del Hotel Cosmos pueden verse las calles mojadas y el edificio de la Rovira i Virgili (son contiguos). En una cafetería del hospedaje, situada frente al elevador que conduce al lobby, desayuna Eudald Carbonell. Toma un café y pan, con una lasca de mantequilla tan gruesa que parece queso.

—Siéntate. ¿Qué tomas?

Eran los días en que había publicado su libro El nacimiento de una nueva conciencia, el primero de una trilogía que comprende además La conciencia que quema y El sexo social.

—Es un libro de pensamiento, dijo. Y habló de la imposibilidad de dejar de trabajar para la especie.

A unos metros a la derecha, fuera del alojamiento, la entrada a la Rovira i Virgili; un elevador antiguo, las oficinas del antiguo IPHES y Marina Mosquera, en una que compartía con otros investigadores. Allí ocurrió este diálogo.

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Seis años después, en febrero de 2019, en el Centro de Estudios Sociales de Canarias Franchy Roca, en Las Palmas de Gran Canaria, Marina Mosquera aparece en la pantalla. Es una conversación por videoconferencia. La tecnología instalada en el sitio hace posible hablar “cara a cara” y grabar a la vez. Ella está en su casa, en Tarragona.

Videoconferencia. Febrero, 2019.

Ahora Marina lleva espejuelos, algunas líneas en su rostro están levemente marcadas  y, como hace unos doce años, el pelo castaño, con ribetes blancos en los mechones, le caen sobre la frente. Sara se deja ver, ronronea y se escurre del foco de la cámara del móvil de su dueña después de dar fe de su presencia.

Los amigos son amigos y muchas veces no hay un por qué, responde a una de las preguntas.

— Y como los que se tienen en la adolescencia ya no vuelve a haber: esos son muy especiales, porque se encuentran en la etapa en que te estás buscando un lugar en el mundo, o dónde quieres estar. Miguel y África, mi prima carnal, encabezan esa lista. “Hemos estado muchísimo tiempo juntas, de niñas y de jóvenes, salimos con la misma pandilla, viajamos; es la persona con la que más me he reído, pero a carcajadas, de llorar, de no poder más, de decir: ʻbueno, basta, por favorʼ. Después hay amistades, conocidos de cierta o mucha proximidad.

—Y a Eudald Carbonell, ¿cómo lo ves?

— Como una mezcla de amistad personal y profesional. Eudald es un mentor, absolutamente. Tengo un vínculo muy estrecho con él, y siempre lo he tenido porque, además de que hemos trabajado juntos más de la mitad de mi vida y más o menos la mitad de la suya, él ha formado un equipo basado en la motivación de hacer un proyecto de vida. Significa que durante la juventud he estado formándome, codo con codo, con una persona que tiene una visión muy especial de la existencia y una visión de muy largo alcance en general.

Marina Mosquera y Eudald Carbonell en los pasillos del IPHES. Foto: Gizéh Rangel.

—Él es un referente absoluto en arqueología, pero también un formador a nivel psicológico. La arqueología es un trabajo que puede llegar a ser muy duro, depende de cómo uno se lo tome y lo que haga. Las experiencias o convivencias duras enriquecen mucho a quienes las viven, y como en todas las relaciones intensas y de largo recorrido, en esta también ha habido amor y odio. Pero indudablemente Eudald es una gran persona, es un gran científico, tiene un espíritu muy especial de genialidad, sobre todo en el sentido de ver muy por encima, muy por delante de otros. Su fuerte espíritu, hace carisma y carácter en él y en los demás.

— ¿Enemigos? Los asesinos, los genocidas; todos los que no respeten a los seres vivos: a los animales y a las personas. Hay gente que no me interesa, gente con la que no me llevo bien. Pero con toda cortesía, nos cuidamos mínimamente. Es posible que alguien me considere a mí una enemiga; pero, excepto los casos mencionados, yo no considero a nadie un enemigo. Creo que soy una persona que intenta ser justa y empática, pero justa, básicamente. Mi vida es muy buena. Me considero una privilegiada; entiendo que tengo una vida magnífica, trabajo en lo que me gusta y me pagan por ello.

—Entonces ya puedes hablar de Germán.

—Es mi compañero actual, y con el que he estado más tiempo. Lo considero mi pareja total. Nos conocimos hace casi nueve años y el año pasado nos casamos, cosa que yo no había hecho nunca. Germán es veterinario de alimentación. Normalmente trabaja como jefe de producción o jefe de fábrica de empresas de alimentación humana.

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En septiembre de 2013, en la actual instalación del IPHES en el Campus Sescelades, de la Universidad Rovira i Virgili, en la entrevista Diestros o zurdos ¿desde cuándo?, el plato fuerte fueron los estudios de cognición compleja en los que estaba inmersa Mosquera, con dos bifurcaciones: tecnología y cognición humana.

Seis años después, en enero de 2019, a través de la videoconferencia, desde Tarragona Marina dice que como especialista en tecnología lítica del Pleistoceno inferior y medio sigue encabezando dichas investigaciones por el IPHES, y recuerda que para estudiar, cuándo y por qué se instala la lateralidad manual en los humanos fue preciso desarrollar una serie de experimentaciones en un espacio relativamente abierto donde los chimpancés pueden hacer lo que quieren.

— En colaboración con la Fundación Mona, de Gerona —que es un centro naturalizado donde tienen albergados chimpancés decomisados por el estado español—, durante seis años, vimos que cuando el animal es estudiado en estado salvaje no se observa lateralidad manual. Pero sí se observa en estado no salvaje, cuando están en cautividad.  Entonces llegamos al límite de no poder comparar fácilmente las cuestiones humanas con las primatológicas.

— En experimentos en los que entraba a jugar la complejidad de la tarea a realizar, observamos que el chimpancé —que de modo natural no utiliza una mano dominante y la otra subordinada—, sí se lateraliza, y además cuando ya la cosa es muy complicada recurre al comportamiento tecnológico. Y esto es importante porque siempre ha habido dos grandes escuelas en conflicto, porque unos grupos tenían resultados contrarios a los otros.

Foto: Gizéh Rangel.

Con estos resultados, publicaron en la revista The Scientific World Journal, poco conocida. Por eso, uno de los artículos que más le ha gustado y que, sin embargo, no tuvo tanto impacto.

—En el texto, pusimos en relación la complejidad de las tareas, de la vida, que tenían encima los homínidos de hace tres millones de años en zonas cada vez menos forestadas y más de sabana, con recursos que ya no aparecían en todos los lugares durante todo el año, sino en “mosaico”: dispersos y que se dan estacionalmente.

—Entonces, por primera vez, los homínidos tuvieron que adaptarse a una dieta generalista, en la que se incluía carne y, con ello,  la necesidad de tallar instrumentos líticos, porque ya se carecía de dientes y garras lo suficientemente potentes. Esto, unido a cómo dichas condicionantes provocaron una especie de retroalimentación en el cerebro humano, que se desarrolla más, se lateraliza más por funciones y se especializa por hemisferios en diferentes funciones.

—Pero llegamos a un punto en el que para tratar más en detalle, más en profundidad, el surgimiento de la tecnología o cómo puede responder la tecnología a esas necesidades de aquellos homínidos en las primeras etapas de la hominización, ya el chimpancé no nos vale, porque no podemos pedirle que nos haga herramientas líticas. Puede hacerlas, a lo mejor, pero básicamente no nos hace caso. Por tanto, ya la metodología de estudio no es compatible.

—Y, después de esos seis años, en los que sacamos muy buenos resultados, tuvimos que separarnos. Los primatólogos siguen estudiando cuestiones de primatología y de etología y yo me he ido más a la parte de lo que llamo tecnología cognitiva, que es el estudio de los procesos de fabricación de instrumentos, pero desde el enfoque de los gestos en la talla.

¿Los nuevos propósitos? Caracterizar cada una de las tecnologías a través de los gestos en la talla, e indirectamente de la visión, del potencial que puedan tener los cerebros de esos homínidos en proyectar simetrías, volúmenes, etcétera, y qué gestos son necesarios para esa gestión. Significa que, además de determinar las diferentes tecnologías del Pleistoceno, Marina piensa en poder llegar a caracterizar individuos, hábitos de individuos, hábitos que se pueden transmitir de unos a otros, e incluso para formar escuelas de talla.

— ¿Pero cuando dices, a partir de individuos te refieres a ejemplares ya definidos como los de Atapuerca, o hablas en genérico?

—Tenemos que basarnos en lo que hagan las personas actuales cuando tallan; no tenemos más remedio. Pero sí, contamos con el registro arqueológico para interpretar cómo lo hicieron ellos. Se trata de comparar y ver. Porque el registro arqueológico es fruto de un hombre o una mujer que tallaron. Y así podemos llegar a caracterizar los hábitos de talla que tuvo esa persona; todos tenemos hábitos al hacer las cosas que hacemos diariamente, ¿no? Pues podría llegarse a eso.

— Y, desde esta perspectiva, ¿qué significa el descubrimiento de la gran diversidad de especies que emergen con frecuencia en el escenario mediático?

—Tiene una enorme significación porque, aunque contemos con pocos fósiles de muchas de estas especies, demuestra la diversidad y variabilidad de los humanos. La Naturaleza es diversa, y muy raramente podemos hablar de algo “puro” en ella, en el sentido de no mezclado. Y cuando se dan estos casos, normalmente se refieren a poblaciones aisladas y marginales, lo cual va en detrimento, siempre, siempre, de su adaptabilidad.

La naturaleza humana es como la de cualquier organismo: tiende a hibridarse y a diversificarse, tanto biológica como culturalmente, porque esa plasticidad comportamental —que los mamíferos tenemos en un alto grado, los primates más y los humanos al máximo— es la que nos ha permitido adaptarnos a cualquier ambiente y paisaje, a través del desarrollo de las diferentes culturas, que se alimentan a través de la innovación y de la difusión y mezcla de conocimientos, como la biología.  Pero los Homo sapiens no hemos sido los primeros en casi nada.

—Y tu futuro, ¿cómo lo piensas?

—Tengo que confesar que soy muy sosa para pensar en eso. Como profesional, la verdad es que lo que más me gustaría es seguir trabajando en un proyecto como el de Atapuerca, con la ilusión de que nos dé nuevas sorpresas, nuevos descubrimientos que nos permitan seguir construyendo nuevos paradigmas.

—Como persona, mi sueño es que la humanidad adquiera rápidamente más consciencia y responsabilidad, sobre la vida y la muerte, el sufrimiento y el dolor, el entorno, los animales y las personas, el planeta, la justicia, la dignidad y la miseria mental. Y que lo haga antes de que me muera. Pero soy realista, estamos mucho más atrasados de lo que hasta hace unos años pensaba.

 

[i] El neolítico es la fase final de la Edad de Piedra (entre el 7000 y el 4000 a. n.e.).

[ii] La edad de Bronce corresponde a la Edad de los Metales que es posterior al Paleolítico y a la Edad del Cobre o Calcolítico (entre 3000 y el 1800 a. n.e., aproximadamente).

[iii] El Proyecto Atapuerca, con, es el más estructurado y antiguo de España. Cuenta con subvención estatal. Su objetivo es la investigación sobre evolución humana desde hace 1,5 millones de años. Se despliega en proyectos de tipo antropológico, arqueológico, geológico y botánico, que permiten traspasar el análisis del registro arqueológico de las excavaciones que realiza el Equipo de Investigación de Atapuerca.

[iv] Primer director del Proyecto Atapuerca.

[v] La infraestructura del Proyecto Atapuerca se ha ido formando desde el trabajo de cada uno de los grupos e instituciones que han encabezado los tres codirectores  del Proyecto (Eudald Carbonell, José María Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga) y su puesta en común con esa visión de futuro interinstitucional.

[vi] Es el estudio científico de los primates, orden de mamíferos placentarios al que pertenecen los humanos y sus parientes más cercanos.

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Flor de Paz
Periodista y Editora.

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