Con el título Un año de todos. Diario de un brigadista, Jorge Bermúdez* publicó su más novedoso libro cimentado en cartas de amor y en la experiencia propia. Tenía diecisiete años de edad cuando se incorporó a la Campaña de Alfabetización “con el propósito de enseñar a leer y escribir a los que hasta entonces habían sido los más olvidados de nuestra sociedad”.
Tras terminar la lectura de esta obra sentí agradecimiento y la necesidad de reseñarla, porque aporta el conocimiento y la memoria del escritor sobre el trascendental hecho cultural acaecido en los inicios de la revolución cubana.
El autor califica a la Campaña de Alfabetización de épica, mayoritariamente juvenil, de riqueza ética, estética y comunicativa. “En nuestro país, actualmente, un solo hecho mediático nos aproxima con cierta asiduidad a este pasado presente: nos referimos a los sinceros documentales de la llamada Televisión Serrana. Cada vez me convenzo más de la importancia de preservar y rescatar esta cultura de montaña, tan nuestra y humana, tal vez, la más pura de nuestra sociedad, porque crece, vive y perdura junto a la tierra. Y a la tierra no se le puede ir con mentiras”, considera en la introducción del texto.
En su libro-diario, que originalmente fueron cartas de amor, Bermúdez refiere momentos emocionantes, tensos o de sacrificio, agradables, simpáticos y curiosos, sin olvidar los riesgos de morir por accidentes o asesinados por las bandas contrarrevolucionarias existentes en algunas zonas, de ahí que perecieran 65 personas, cuyos nombres aparecen bajo el título Mártires de la Campaña de Alfabetización.
En la primera carta que escribe a una amiga, describe cómo eran los uniformes del brigadista Conrado Benítez: camisa gris, pantalón verde olivo, medias, botas, cinturón y una boina de tela verde olivo, además de dos distintivos, uno, el metálico, estaba colocado en la boina, mientras el otro, el plástico, se llevaba en la manga izquierda, los cuales tenían el texto “Ejército de Alfabetizadores” sobre respectivas bandas circulares.
Entre otras cosas que fueron entregadas a los alfabetizadores se hallaron una mochila, una hamaca y un farol chino. Sobre esto último expresó: “Hoy nos entregaron los faroles chinos. El instructor nos enseñó cómo encenderlos. Al menos para mí es un gran jodedera. Y para muchos más que, como yo, nunca han tenido que alumbrarse con faroles”.
Y, le confiesa que durante las actividades nocturnas “casi todo el mundo se pone a enamorar o hacer amistad con la muchacha más bonita… Y casi todas lo son. Aunque ninguna llega a ser tan bella como tú. La primera pregunta: ¿de dónde eres?, y a partir de ahí se entabla el diálogo.”
En la segunda parte del libro, incluye cuentos fantásticos de los guajiros del Escambray como el de la niña que se ahogó en un arroyo y solía aparecer, sobre todo, cuando iba a llover fuerte, y de cómo el temor se apoderaba de algunos alfabetizadores cuando al caer la noche tenían que cruzar el mencionado riachuelo.
A medida que se avanza en la lectura se percibe el impacto que la pobreza de los moradores dejó en el joven Bermúdez, y de lo difícil que le fue la adaptación en la montaña La Josefa, Escambray, donde faltaba la luz eléctrica y había que lavar la ropa y bañarse en el río. Por eso dedicó espacios para describir cómo era el bohío, con piso de tierra, puertas de yagua y techo de guano, donde vivió con la familia que alfabetizó.
Tampoco escapó en los escritos su satisfacción por haberles dado a estos campesinos la luz del saber y la admiración por la solidaridad que los caracterizaba:
“Cuando alguien se casa o tiene que cambiar el bohío porque está en mal estado, todos se ponen de acuerdo un día, y ayudan a su construcción o reconstrucción, según el caso. Los materiales no tienen que buscarlos en ninguna parte. Están en las palmas reales.”
Huevos de guanaja y gallina, ancas de ranas fritas y a veces frijoles negros con arroz eran las cenas que más degustaban los alfabetizadores de aquel lomerío. En la tarde, tomaban el baño en un río y ahí comenzaban los choteos del grupo (eran cinco). Se bañaban desnudos: “Los muchachos se ríen de mi sexo, cuando floto boca arriba porque dicen que parece una cabeza de jicotea asomándose a la superficie. Todos ellos son caballeros cubiertos, nombre que recibe el sexo del hombre cuando no está circuncidado. El mío lo está; esa es la diferencia y por supuesto, la gracia.”
En una carta de amor intentó poner celosa a la amiga, cuando le dice que está enamorado de la flaca y larguirucha Mica y tras expresar de cómo ella se deslizaba por la soga de su hamaca para pasar un rato junto a él, le revela que esa criatura “es una lagartija”.
También Bermúdez aprovechaba el tiempo libre para leer los libros que llevó en la mochila como Cumbre Borrascosas, La Guerra y la Paz, Los Miserables y el Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos. En otros momentos, continuaba las escrituras de su libro-diario, donde encontramos con reiteración su orgullo y alegría cada vez que un campesino ya estaba alfabetizado.
Así lo destaca cuando pidió al grupo que le leyera artículos de un periódico: “Todos leyeron los artículos que les enseñé, y aunque se trabaron en una o más palabras durante la lectura, el resultado me pareció bueno (…). Incluso José me sorprendió en la lectura. Por supuesto fue el más lento y el que más se equivocó. Sin embargo detecté que no veían bien con los espejuelos que tenía. “Son de mi hermana” –me dijo-. En el nuevo informe que llevaré al Municipio voy a proponer su caso para que lo vea el optometrista. Estoy casi seguro de que con unos espejuelos bien graduados José mejorará mucho más de lo que lo ha hecho hasta hoy. También presentaré las pruebas de control efectuadas, con resultados muy óptimos.”
De manera impresionante describe la belleza del campo cubano, con sus noches estrelladas y exclama: “Qué profundidad la del cielo estrellado! ¡Qué pequeñez la nuestra ante tamaño silencio y vastedad!” Y cuando realiza un ascenso a lo más alto de la loma La Josefa, exalta: “Todo lo que te cuente de la belleza del lugar no es comparable con la realidad”.
En otro párrafo del diario, asegura que la Campaña de Alfabetización era indetenible pese a las amenazas de los “alzados” que intimidaban y hasta mataron brigadistas. A propósito de lo cual resalta: “Nuestra única arma son nuestros manuales y cartillas, y unos deseos enormes de vivir y llegar al final con nuestros alumnos alfabetizados. Y, algo muy importante: confiamos en ellos, como si los hubiéramos conocido de toda la vida. No hay doblez ni segundas intenciones en nuestro trato con ellos. Y eso nos ha permitido ganarnos su confianza. En nuestras clases no hemos perdido momento alguno para elogiar su condición de trabajadores de la tierra; les hemos levantado la autoestima.
“Y algo aún más importante, les hemos demostrado que puede haber nuevas oportunidades de vida para ellos y para sus hijos. Ellos lo creen así; nosotros también.”
En mi opinión la despedida de este alfabetizador resultó tan o más difícil que su adaptación al llegar a este lugar del Escambray. Cuenta que una noche, fumando tabaco con el campesino Martínez, lo estremeció la pregunta: “¿Maestro ya se nos va?”, y tras esbozar una leve sonrisa que se le trocó en mueca, afirmó con la cabeza. “Y nos abrazamos”
Había concluido con la hermosa tarea de alfabetizar y se preparó para el regreso a su hogar. Mientras trató de disimular las lágrimas, sonrío, abrazó y besó a cada integrante del grupo alfabetizado que lo despedía. Guardó, como preciado tesoro, el diario muchos años hasta que decidió publicarlo cuando peinaba canas.
El 22 de diciembre de 1961 se dio por terminada la Campaña de Alfabetización con un gran desfile de los brigadistas y el pueblo en la Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana. El analfabetismo en Cuba quedó reducido a 3,9 % de su población total, por entonces de 6 933 253 habitantes. La hazaña fue protagonizada por 100 000 brigadistas Conrado Benítez, 121 000 alfabetizadores populares, 15 000 brigadistas Patria o Muerte y 35 000 maestros, los que junto a dirigentes y políticos confirmaron el total de 300 000 trabajadores de la Campaña Nacional de Alfabetización, según datos que se muestran en el epílogo del libro Un año de todos. Diario de un brigadista.
*Jorge R. Bermúdez (Villa Clara, 1944). Ensayista, poeta y crítico de arte. Doctor en Ciencias de la Información y fue profesor de Arte y Comunicación en la Universidad de La Habana.