Desde niña la llamaron Dulce María, aunque sus padres la inscribieron como María Mercedes Loynaz y Muñoz. De ellos, del general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, autor de la letra del Himno Invasor, y de María de las Mercedes Muñoz, aficionada al canto, la pintura y el piano, recibió las influencias que despertaron la vocación de Dulce María por las letras, especialmente por la poesía.
“Y a veces, puedo añadir, ha sido necesario desangrarme para poder dar un poco de sangre y espíritu a la palabra (…) solo con sangre y espíritu es la palabra digna de nacer.” Esta revelación de Dulce María en uno de sus ensayos está latente en toda su obra, incluida en el ejercicio del periodismo cuando publicó crónicas semanales en El País y Excelsior, además de colaborar en Social, Grafos, Diario de la Marina, El Mundo, Revista Cubana, Revista Bimestre Cubana y Orígenes.
En opinión de la ilustre poetisa no es necesario ser un sabio “para redactar una noticia sencillamente, como nos enseñaron en la escuela, lo que se supone que hayan olvidado aquellos que la divulguen por esos medios, que son, en términos generales, gente bien preparada para su misión. Es oportuno recordar ahora que Cuba ha tenido siempre una bien ganada tradición de buenos periodistas.
“No hay necesidad de nuevos estudios como sugieren algunos, ni de sutilezas verbales o vocablos cervantinos, lo único que se les pide es un lenguaje llano, donde no se refuerza la sintaxis y que esté libre de voces inventadas o traducciones mal hechas.”
En otra ocasión confesó no encariñarse con la propia obra ni haber participado en concursos, mientras su afán de concisión la llevaba a podar el verso de lo que juzgaba superfluo “hasta dejarlo más pelado que el gajo seco…” Consideraba que el adjetivo es la parte menos noble del idioma “y mi ideal sería poder prescindir de él, escribir sólo a base de sustantivo y verbo. El verbo es la vida de la palabra; el sustantivo como su nombre lo indica, es el espacio donde esa vida se sustenta.”
Dulce María y sus hermanos: Enrique y Carlos Manuel, así como la hermana Flor, realizaron los estudios con profesores particulares en el propio hogar. Desde los diez años de edad ella comenzó a darle riendas sueltas a la vocación y a los 17 aparecieron publicados sus poemas “Invierno de almas” y “Vesperal” en el periódico La Nación. Con esa edad integró una pequeña orquesta familiar con sus hermanos en la que tocó el piano y también escribió los Diez Sonetos a Cristo, que publicó la Revista de la Asociación Femenina de Camagüey. En 1926 fue incluida en la antología La poesía moderna en Cuba (1882-1925).
En 1927 con 24 años de edad Dulce María aprobó los exámenes para doctorarse en Derecho Civil en la Universidad de La Habana, profesión que ejerció hasta 1961, siempre vinculada a asuntos de familia. Al finalizar esos estudios, incrementó su producción literaria: Bestiarium, Versos, Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen y la novela Jardín, cuya redacción le tomó siete años.
A partir de 1920 y hasta 1951 realizó numerosos viajes fuera de Cuba, y entre los países visitados estuvieron los Estados Unidos Turquía, Siria Libia, Palestina, Egipto, México, muchas ciudades de Europa y de América del Sur, así como las Islas Canaria, donde fue declarada hija adoptiva.
En 1951 fue electa miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, de la Academia Cubana de la Lengua en 1959, y de la Real Academia Española de la Lengua en 1968. Asimismo, en 1981 ya había sido nombrada Directora de la Academia Cubana de la Lengua y en el cargo como Presidenta honoraria de la referida institución continuó brindando su esfuerzo y su saber enciclopédico hasta que en 1995, por su delicado estado de salud, se despidió oficialmente de la Academia, de la cual es nombrada en ese momento Presidenta Honoraria y Perpetua.
Dulce María Loynaz es conocida como la más grande escritora cubana del siglo veinte, galardonada con el Premio Nacional de Literatura (1987) y el Premio Miguel de Cervantes (1992). Cuando 1993 viajó a España para recibir dicho lauro, también le entregaron el Premio Federico García Lorca y el de Periodismo Isabel la Católica. Numerosos son los premios, medallas y reconocimientos que le confirieron en Cuba y otros países. Entre esas condecoraciones figura la Orden Félix Varela de Primer Grado, que otorga el Consejo de Estado de Cuba.
Vivió desde 1947 y hasta su muerte en 1997, a la edad de 94 años, en la hermosa residencia de la esquina de las calles 19 y E, en el Vedado, donde en la actualidad se encuentra el Centro Cultural Dulce María Loynaz.