Por Luca Celada
El vigesimoquinto largometraje de Martin Scorsese es, en varios sentidos, su Réquiem. The Irishman (El irlandés) está basado en el libro de Charles Brandt (I Heard You Paint Houses: Frank “The Irishman” Sheeran) y su papel en el asesinato, todavía por esclarecer, del líder de los camioneros Jimmy Hoffa. Es una película que trata del crimen y el castigo, la moralidad y la conciencia, la vida e, inevitablemente, su opuesto.
La película es a la vez íntima y algo a mayor escala en lo que toca a esa historia norteamericana (que enlaza los asesinatos de los Kennedy y otros acontecimientos del siglo XX con luchas de clase y raza y el papel central de la Mafia). Se trata de una película directamente del linaje de Scorsese, temáticamente relacionada tanto con Goodfellas (1990) como con Silence (2016), llena de pesar y melancolía por vidas vividas y malgastadas y por el mal que hacen los hombres. Trata de la arrogancia del Siglo Norteamericano, así como del final de la vida. Y de la amistad y la inexorable marcha del tiempo que nos convierte a todos en polvo.
Resulta imposible perder de vista que la película reúne a históricos colaboradores de Scorsese, una generación virtual de cineastas que cambiaron la forma tal como la conocíamos y revolucionaron las películas con una serie singular de obras maestras. De manera que se trata de una película, en última instancia, sobre las películas y los colaboradores a los que el director ha dedicado su vida, y que hoy contempla desde la privilegiada perspectiva de la madurez. Y ahí estamos con él, empatizando con su introspección, porque así es la vida, ya sea que “pintes casas” o, simplemente, que ames el cine.
Scorsese: “Nostalgia”, aunque pueda ser acaso demasiado superficial. Algo de eso hay, en cierto modo, creo que mucho de ello tenía que ver conmigo, Bob, Al y Joe, si hubiera nostalgia, se refiere a nosotros. Si la hubiera, se refiere a que nos miramos unos a otros y nos decimos: “Ay, Harvey Keitel, ay…” No tengo ni que decir nada, le miro y es como si me recordara algo que hice hace 45 años. Y así se convierte en una familia —no se olviden, mi madre solía aparecer en estas películas—, así se convierte en algo parecido a la gente que llega al final de su vida, a lo que es estar juntos, en realidad es una bendición poder crear algo así juntos, fue verdaderamente extraordinario que pasara esto.
—Este mundo de sus películas resulta muy familiar, pero como si se viera a través de una lente distinta.
Bueno, creo que la lente distinta es la edad y la acumulación de experiencia, los cambios vitales en uno mismo y en la gente que te rodea, los que han desaparecido. Era una forma de expresar algo de eso. Me di cuenta de que en esta película era una forma de expresar esta contemplación, y dudo si usar la palabra meditación, pero en cierto modo es una reflexión sobre la vida. Si se toma uno su tiempo y ve la película, creo que podría ser enriquecedor para nuestra vida. Y lo que no quería era reproducir, y no tener más que otra versión, sobre todo porque el medio al que nos enfrentamos es el medio de los bajos fondos. Se podría decir que es Casino (1995), que es Goodfellas, y aquí están de nuevo de vuelta, con los mismos actores. De manera que quería tomar, por completo, otro enfoque. La clave era entonces el tiempo y, en última instancia, la mortalidad, que tenía que ir en esa dirección. Quiero decir que tuvimos que hacer malabares con algunas escenas, pero básicamente sabíamos por dónde entrábamos. No era una historia sobre la corrupción política de los bajos fondos, es la historia de un ser humano.
—No hay aquí nada del glamur que hemos visto en sus anteriores películas sobre la mafia.
Porque habiendo pasado por el otro lado, concretamente en Casino, que fue una película espectáculo, no había otra cosa que hacer más que ir al poder de verdad. Y el poder de verdad es sosegado y obscuro, las fuerzas obscuras de la historia.
Y así, para mí, vayamos al corazón de ello, y el corazón de eso eran dos o tres personas sentadas en un bar, o un restaurante, o un coche, no tienen ni que decir lo que van a hacer. Es una mirada. (No significa esto) que sepamos que a Jimmy Hoffa lo mataran de esta manera, pero yo sé lo que le pasó a Jimmy Hoffa gracias a las escenas de diálogo, a las discusiones. Fue a dar con la gente equivocada. Y la subestimó. Y cuando alguien se convierte en un obstáculo de ese modo, se lo quitan de encima, se lo quitan de encima, muy sencillamente.
No es solo la mafia, es el empeño humano. Es como el poder y la usurpación del poder, y a veces, cómo lo diría, a veces, como Julio César, que se puso en una situación en la que tuvo que quitarle de en medio Bruto, su hijo adoptivo. ¿Lo hacía Bruto realmente por la República, cuando se estaba deshaciendo la República, o lo hacía en parte por él mismo? César se iba a convertir en dictador, no cabe duda. ¿Era un gran hombre? Sí, pero fue demasiado lejos, se lo quitaron de encima.
—No había trabajado usted con De Niro desde Casino, en 1995. Esta película se gestó durante casi 20 años. Ha declarado que esto le empujó a rejuvenecer los rostros de los actores para los “flashbacks”, y a trabajar con Netflix, ¿cómo?
Nos preocupaba que, en un cierto momento, como en torno a 2011, si rodábamos de cierta forma, tendríamos que hacer que Bob, Joe y Al actuaran pareciendo más jóvenes con maquillaje. Conforme pasaron los años, lo echábamos de menos, ya no había vuelta atrás, no. Y cuando estaba en el plató de Silence y filmando en Taiwán, y vino (el supervisor de efectos especiales) Pablo (Helman) y me dijo que podíamos aplicar el (rejuvenecimiento) digital, yo dije: “Ah, no le puedes poner cascos y pelotas de tenis a Joe Pesci”. La verdad es que no teníamos más opción que hacer una prueba. Y al hacer esa prueba, e hizo falta un par de días, y luego cerca de un mes, dos meses, lo que fuera, vimos los resultados y nos dio la impresión de que era experimental, pero podíamos intentar hacerlo de veras.
Así que, en última instancia, no sé cómo pasó todo. Silence estaba terminada, y me olvido ahora, había otra cosa que continuaba y Netflix tenía interés. Y lo pensé, pensé en un montón de cosas, pensé en Bob y en mí. El personaje es sólido, el guión va a estar perfecto, sé cómo hacer que funcione. Y ya tenemos 75 años. Y nos dice Netflix: “Les daremos apoyo financiero y también total libertad creativa. La compensación es que se emitirá primordialmente en televisión, pero podrá verse en los cines durante algunas semanas”. Con lo que, sabiendo cuál es la compensación, tengo que hacer la película. Fue una situación extraordinaria, la verdad.
—Ha acabado usted en el centro del debate acerca de la naturaleza del cine y el papel de los grandes taquillazos espectaculares.
Volvemos al cine. El cine se creó aquí, en este país, y en Francia al mismo tiempo. Pero el arte del cine, el montaje, el arte de cine salió de aquí y creó una maravillosa y extraordinaria forma de arte. Y ya ha durado más de cien años, el mundo ha cambiado, ha cambiado la comunicación, y la forma del arte está cambiando. Lo que me preocupa es la posibilidad de, debería decir, la oportunidad de mostrar cine, películas, pelis, como quiera que lo llames, y películas comerciales —no es mal término, las comerciales son arte— pero un producto acaso diferente, ya ves. .
Así que, ¿dónde queda ahora espacio en los cines para una película que trate de gente, dónde está ese espacio? Por lo que he ido viendo en estos últimos años, las películas de superhéroes están proliferando y, en cierto sentido, invadiendo la experiencia del cine. Con todo, eso no significa que sean películas malas. Lo que digo, en mi opinión, es que cuando éramos jovencitos, nos encantaba ir a un parque de atracciones, iba la familia y todo eso. Bueno, pues ahora, en el parque de atracciones tendrías una película, y eso es parte de la diversión, es parte de la experiencia. Es una forma nueva, pero no debería dejarnos fuera. Tuvimos Singing in the Rain, y tenemos Moonlight: eso es cine. Si quieres superhéroes, adelante, estupendo, vete a cualquier parque temático. Ahora puedes tener el parque temático ahí mismo porque hay un cine. Y eso se convierte en cierto sentido en montarse en el parque, en montarse en el parque temático. Pero no nos confundamos. Cuando la gente dice: “Oh, esta película de superhéroes ha sido la noche de estreno más grande de la historia, ha hecho historia en el cine”. Pues no, no ha hecho nada de eso, ha hecho historia en la taquilla.
Así pues, ¿qué pasa con el arte? Hoy cuando preguntas qué pasa con el arte, te dicen “Ah, que es un viejo”. Pero, ¿qué pasa con nuestros niños, veamos, qué le estamos enseñando a los niños? Alguien mencionaba a Hitchcock: las películas de Hitchcock estaban hechas para deleitar a las masas. Cuando iba yo, sobre todo en los 50… incluso vi Psycho la tercera noche, en un pase de medianoche en el cine De Mille en Nueva York, fue una locura. Así que íbamos todos y era una experiencia increíble, casi de parque temático, pero, ¿cuál es la diferencia entre las películas de Hitchcock y las de superhéroes? Con las películas de Hitchcock diez años después aprendes algo más. Y veinte años más tarde, todavía sientes la conexión. ¿Por qué? Porque tratan de la humanidad, tratan de nuestras rarezas, tratan de nuestros fracasos. Tratan de nuestros conflictos y dilemas morales. No tratan del tipo bueno que llega y le da a una paliza al malo. Ahora, eso se puede hacer bien, ya se entiende. Pero para enriquecer la experiencia humana para nuestra gente joven, tienen que aprender a respetar esa clase de películas, las películas que hemos tratado de hacer a lo largo de los años y que tenemos la esperanza de seguir haciendo.
Nos están marginando los cines, ya ven. Nos están echando de los cines.
—¿Qué necesitan los cineastas jóvenes para empezar?
Bueno, creo que lo que de veras necesitan es que tienen que expresarse creativamente con el cine, el relato narrativo, lo visual, porque no tienen elección, porque se ven impulsados a ello. No pueden dormir, no pueden comer, se les va la vida a menos que puedan bucear en este mundo. Y buceas en él y puede que salgas vacío, pero es lo que hay. Hay multitud de grandes novelistas que han escrito libros, ¿y son grandes todas sus novelas? Pues no. ¿Sabe lo que le digo? Los hay que escriben libros terribles, pero es lo que hacen, no pueden hacer otra cosa. Y pintar es lo mismo, o la música. Y así, una vez que está ahí la chispa, eso es lo que tienes que alimentar. Y eso hay que seguirlo a lo largo de todo el camino, sobre todo si empiezas a tener cierto éxito.
El éxito es una bendición, pero, por otro lado, tienes que aprender a manejarlo, porque puede acabar contigo cuando se trata de tu siguiente película, en términos de lo que tú crees que se espera de ti. Fue Orson Welles el que dijo que por lo que respecta al cine, puedes aprender todo lo que te hace falta sobre la cámara en el estudio en unas cuatro horas. Ahora bien, lo que hagas con eso, ya depende del estudiante, ya depende del cineasta conforme van pasando veinte años en los que tendrás varios éxitos y tres o cuatro películas que no se considerarán éxitos, que años más tarde serán consideradas clásicos. Pero mientras tanto, es una lucha, es un combate, es una lucha y no puedes perder ese entusiasmo.
—¿Le preocupa el futuro en general, le preocupan las próximas generaciones?
No soy un político, pero sigo siendo, desde la última vez en que me fijé, un ser humano. Tengo tres hijas y una nieta. Me preocupa lo que les hemos dejado. Me sorprenden las cosas que vi cuando crecía en los años 50 y 60, contra el totalitarismo, por ejemplo, o viendo una película como A Face in the Crowd o Network, en la que una personalidad de la televisión se vuelve tan poderosa. Estas cosas pensaba yo que eran casi como ciencia ficción. Pensaba que todo el mundo estaba ya de acuerdo en todo esto y que íbamos a avanzar, pero las cosas han vuelto atrás.
Y creo que han vuelto porque mucha gente no se acuerda. Y hay ciertas necesidades, y hay desigualdad, por supuesto, en términos de los que tienen y los que no. Hay una falta de compasión, la verdad, y una falta de dignidad en relación a otras personas, de respeto y dignidad con otras personas y sus culturas. Antes de luchar contra ellos, conócelos un poco y mira a ver de dónde vienen y quiénes son. En los años 50 y 60 el mundo se me abrió gracias al cine, me abrió a la India y el Japón, a todas partes, y no sólo me volvió curioso, sino que me hizo aceptar mucho más otras culturas y formas de pensar. No estoy diciendo que tengas que ser como ellos. Sólo estoy diciendo que nos demos cuenta de que tienen derecho a existir.
Tomado de Cinereverso.org /Publicado en https://ilmanifesto.it/ (Foto por Victoria Will/Invision/AP, Archivo).