Se están sumando declaraciones alarmantes sobre Julian Assange, su estado de salud física y mental, pero no parecen tener eco. No el suficiente. No el merecido. El creador de Wikileaks lleva mucho tiempo aislado del mundo y las actividades normales. Al cabo de 5 años en la embajada ecuatoriana, le aplicaron restricciones humillantes y fue a dar a una cárcel de máxima seguridad en Londres donde tampoco transcurre mejor su estadía.
Las acusaciones que le llevaron a trastocar su índole como divulgador de irregularidades norteamericanas bochornosas, para convertirlo en un aparente violador, pese a la consumación en la misma noche de un vínculo consensuado, fueron retiradas por los tribunales suecos.
No así los cargos provenientes de Estados Unidos, hacia donde concluirá siendo enviado a pasar el resto de su vida, si el apoyo a su causa se mantiene en sordina. Detrás está en riesgo también el futuro de Chelsea Manning, el/la informante de excesos infamantes cometidos por las tropas norteamericanas con los presos iraquíes (remember Abu Graib), apenas una pizca de lo mucho acumulado por las fuerzas invasoras.
En ese lapso, es incalculable la cantidad de referencias torcidas o mentiras encueras, procedentes de altas figuras, particularmente estadounidenses. El lunes 2 de diciembre, Mike Pompeo, -difícil olvidarlo- aseguró ante un auditorio en la Universidad de Louisville, Kentucky, que la administración Trump se propone ayudar a los “gobiernos legítimos” latinoamericanos, para evitar que las actuales protestas, “se conviertan en sublevaciones”, porque Cuba y Venezuela –insiste en calumniar- promueven los disturbios.
El jefe de la diplomacia norteamericana dijo además que, en estos momentos, “Los bolivianos están reconstruyendo su democracia”. El ejército y la policía, las autoridades de facto, no han hecho nada fuera de la legalidad al asaltar y reprimir con violencia a los manifestantes. La treintena de asesinatos, incluyendo los ocurridos durante un entierro atacado a mansalva, o el atropello a las instituciones y sus representantes, según él, es ejercicio reputado en buena ley. Será, supongo, la suya personal y la practicada por un país autoproclamado como el “mayor ejemplo de democracia en la historia del mundo” Pompeo per se.
Sin “levantarle el pie” a Rusia, sucesivamente acusada de interferir en los comicios norteamericanos del 2016 y hasta en la antigua situación de Cataluña, combinan alegaciones apócrifas, entre ellas una afirmando que Moscú usó “canales chavistas” para tergiversar el normal curso de los acontecimientos, en sitios como los ahora en rebeldía y amenazados de ser “restaurados” por U.S.A.
Con la tendencia morbosa a desfigurar la realidad o magnificarla o, en cualquier caso, usando una soberbia desbocada, emplean los grandes medios masivos para propagar repetidamente noticias y criterios adulterados. Véase, en corto tiempo, el invento de pecados (las imputaciones a Lula y Dilma, o lo mismo respecto de Cristina Fernández o Nicolás Maduro), y sin la más pequeñita prueba, pese a que ellos sí, comenten injerencias un día sí y otro también.
La viciada afrenta es amplia. Se insiste en culpar a ajenos de problemas propios en el entendido de que si se vieran forzados a publicar un desmentido, siempre habrá un alto porcentaje de electores que se quedaron solo con la primera noticia, o para mejor decir, bajeza puesta a rodar.
Esos medios periodísticos – o mejor, sus propugnadores— dejan en una conveniente zona de silencio, a los verdaderos centros de desinformación flagrante y probada. Prototípico el Cambridge Analytica (C.A.).
En el 2014, el presidente ejecutivo de la red noticiosa “alt-right” Breitbart, míster Steve Bannon, principal estratega de la campaña de Donald Trump, le pidió a un experto en programación, una metodología informática para influir sobre el electorado estadounidense. Fue el joven canadiense Christopher Wylie, quien tiempo después daría tu testimonio sobre lo acontecido y algunas interioridades del asunto.
Simplificando, el operativo consistió en extraer datos y utilizar las redes sociales con fines manipuladores. Lo contó el propio Wylie a Carole Cadwalladr: “La compañía ha creado perfiles psicológicos de 230 millones de estadounidenses. ¿Y ahora quieren trabajar con el Pentágono? Es como Nixon en esteroides”, estimó asustado por las proporciones y la vertiente hacia donde se deslizaba el plan original.
Carole Jane Cadwalladr es periodista de investigación y escritora británica. Ha trabajado para The Daily Telegraph, The Observer y The Gardian. En el 2018 develó la trama de Facebook-Cambridge Analytica, incluyendo las revelaciones hechas por Wylie. Ella fue objeto de diversas represalias a través de infamias en línea y en ámbitos profesionales.
La C.A. fue financiada casi por entero por Robert Mercer, un administrador de fondos de cobertura estadounidense, destacado por su filiación con el Tea Party y otros empeños ultraconservadores. Financió el proyecto de Steve Bannon entonces y luego, cuando este se vio forzado a dejar los predios de la Casa Blanca y se empeña en crear una asociación ultraderechista en Europa, con la cual influir en los derroteros del Viejo Continente, y tal como hizo con la carrera de Donald Trump, sin reparar en recursos para lograrlo.
Se afirma que el resultado del brexit en el 2016, estuvo contaminado por las prácticas de Cambridge Analytica, pero incluso si no es así, las habilidades dolosas asociadas a esa empresa, incrementan la nunca abandonada práctica de mentir, tan al uso de los altos funcionarios de EE.UU. El primero en hacerlo es el presidente. Debe ser por los peligros emanantes de esas entidades, que a finales del pasado año, la Comisión Europea aprobó un Plan de Acción contra la Desinformación, destinado a detectar las falsas noticias (fake news). Facebook, Google y Twitter fueron conminados a firmar el Código de Buenas Prácticas de la UE con respecto a la labor periodística.
Pese a tales cautelas, los europeos tienen un serio problema, pues la OTAN cuenta con sus propios recursos difusivos y los usan sin considerar todos los puntos de vista de los gobiernos sobre asuntos diversos.
Cuando Pompeo afirma que Cuba y Venezuela están detrás de los disturbios en países latinoamericanos, adultera la realidad, buscando asideros para justificar una posible intrusión de Washington, allí donde la situación empeore o ponga en riesgo sus intereses. Y eso nada tiene que ver con la “claridad moral” de la que dicen ser dueños.
Moraleja: Assange es avasallado por promover la transparencia informativa sobre las truculencias de EE.UU. en parte del mundo. Los dueños de redes sociales y magnates retrógrados, tienen, en tanto, libre vía para su pillaje antiético.