¿Qué es la postverdad? Pues nada menos que uno de los términos de esta codiciosa y extraña ¿o violenta? etapa de la historia humana, destinado a categorizar una práctica que en otro momento se conoció con calificativos como el de propaganda política o proselitismo de varios apellidos, y, a lo mejor, expresiones de carga chovinista u otras derivaciones, no siempre atinadas.
El politólogo Tierry Meyssan trataba hace poco el tema, recordando -es inevitable- el trabajo ideológico propugnado por Josepth Goebbels para justificar el nazi fascismo y endulzar mentes culpables, narcotizadas por preferencia propia, con aquella retórica justificativa, en lugar de oponerse a las atrocidades que se estaban cometiendo. El analista francés de referencia ilustra su tesis recordando las manipulaciones a través de la prensa hechas sobre ángulos reveladores de los atentados del 11 de septiembre del 2001, a las torres gemelas de New York.
Al recordar que las empresas aéreas publicaron las listas de los pasajeros y de la tripulación a bordo de las naves siniestradas, formula la discordancia entre lo expuesto por el FBI sobre los 19 secuestradores y la realidad, porque ninguno de los supuestos culpables viajaba en esos cuatro aviones. ¿Cómo explicar la paradoja no investigada lo suficiente y no ver al menos la notoria contradicción?
La mentira –al menos de eso tiene pinta- se viene extendiendo en el tiempo, pues aún hay quienes evocan aquellos hechos refiriéndose a la psicología de los encartados, pese a que no los conocieron ni hay prueba fehaciente de su existencia o de que fueran los autores de aquella agresión. La falta de evidencias autorizadas y diversas consideraciones posteriores, dieron pie a distintos expertos para configurar una hipótesis poniendo en duda que los aviones provocaran lo que, en su criterio, fue una demolición controlada.
Cuesta aceptar que un gobierno o alguno de sus órganos componentes sea capaz de acometer un acto de naturaleza criminal tan monstruoso. Pero si se computan los hechos con el inicio de la cruzada que tan graves y largas proporciones posee, la llamada Guerra contra el Terrorismo, no sería tan absurdo afiliarse a esas hipótesis del auto atentado o golpe con bandera falsa. Hay tantos en la memoria de la humanidad como intereses para provocarlas (Maine, Golfo de Tonkín, el incendio del Reichstag, etc.,etc. etc.).
Existe, además, una tendencia de las personas (eso afirman algunos especialistas, yo tengo mis dudas), a preferir una mentira disfrazada y no hechos descarnados porque lesionan la sensibilidad. Según criterios similares, se escucha lo que se desea y se interpretan algunos acontecimientos con acomodos previos, o lo contrario, con aversión apriorística.
Muchos prejuicios se forman así o se convierten en asiento para la interpretación disparatada o errónea de muchos sucesos.
Esos principios activos, aunque solo sea para sembrar la duda, junto a la repetición del mensaje, siguen funcionando en la siembra de una falsedad. En ese marco se instalan ficticias responsabilidades al citar las convulsiones que se están registrando en Latinoamérica. Un tratamiento nada inocente, inscrito en las artimañas que tan bien se manejan en Estados Unidos, ocupa de nuevo a impertinentes personajes de la actual administración norteamericana.
El tal Marco Rubio y la Ross Letinen, junto al equipo de Mauricio Clever-Carone y otros acólitos, hace rato tratan de instalar una mayúscula patraña culpando a manejos de Cuba los movimientos populares de protesta que se están desarrollando en el continente.
Quien los escucha pudiera pensar que la patria de Martí y Fidel es enorme, muy poderosa. Según esos especímenes ellos no nos están obstaculizando nuestro normal desarrollo a través del hiper recrudecido bloqueo. Son tan, pero tan buenitos y preocupados por los demás, que buscan promotores ajenos en lo referido a reacciones ciudadanas, solo forjadas por la hartura ante tamañas injusticias y humillaciones.
Anteponer un absurdo ante el discernimiento, es una técnica muy experimentada por el aparato de convencimiento nazi y antes, o desde entonces acá, hay muchísima tela por donde cortar en ese sentido y a tergiversaciones o creación de falacias, nadie les gana. Tienen todos los instrumentos, incluyendo ahora los recursos digitales.
¿Sería posible que en Chile hubieran durado por más de un mes las demostraciones de rechazo al mecanismo que les hace tan dura la existencia, al cabo de tantos lesionados, muertos, enceguecidos, si les hubieran movido entes ajenos? No parece factible, pero afirmar desde Washington que La Habana provoca esas movilizaciones tiene suficiente incongruencia como para convertir lo irracional en verdad.
Cuba, según esas calumnias, ha provocado los recientes hechos en Ecuador y en Colombia también. Soslayar las causas ciertas de la indignación de esos pueblos es una ofensa para los atropellados y un recurso en busca de escurrir responsabilidades, y, de paso, ensañarse con una nación pequeña que lucha para salir adelante y, mientras, comparte lo que tiene.
Desvirtuar la trascendencia y belleza de la solidaridad es vil, resalta la incapacidad para acometer actos desprendidos por parte de quienes levantan su dedo querellante, con móviles indecentes, cuando lo correcto sería enfilarlo hacia un exacto mea culpa propio, que quizás, solo quizás, pudiera darle alivio a semejante infamia que no por repetida, deja de ser muy ruin.