La crítica suele ser confundida con el anca de un becerro. Y por momentos le arrimamos el hierro candente de lo incomprendido o de lo mal expresado. Solemos asumirla como una desgracia, una injusticia o una ofensa. Y a veces con razón. Porque olvidamos, aunque con excepciones, que no debe provenir de un manual de insultos o descréditos, sino más bien de un prontuario de juicios cuyo fin es el de detectar los valores o desvalores de lo que se enjuicia.
Con frecuencia hemos oído o leído la crítica de la crítica. Porque si esta habrá de servir a la sociedad humana como instrumento de corrección o rectificación, por momentos, entre sus linderos, sea dirigida a la ética, el arte o la política, topamos con juicios críticos cuyos empeños esenciales de mejoramiento se deshacen en la forma ofensiva con que se expresan. En otras ocasiones, la crítica resulta inexacta, absurda, injusta. Y en ambos ejemplos dejaría de ser constructiva, para apuntarse en la nómina de una “empresa de demoliciones”.
Mas, aplacemos para otro sitio lo teórico. Y vayamos a la crítica práctica, esa que corresponde, en particular, a los periodistas. Nadie lo ignora: enjuiciar es una de nuestras tareas. Una prensa en cualquiera de sus medios, si aparece vacía de crítica, incumple una de sus funciones primordiales: influir sobre el perfeccionamiento de la sociedad colaborando en el mejoramiento de la conducta o la obra de los individuos.
Ya lo dijimos, cualquier colega que haya ejercido alguna vez la opinión, o haya investigado sobre este o aquel problema laboral, o aquella manifestación artística o literaria podría ser recibido por el rechazo de los aludidos. Penetrando un tanto en lo personal, quien esto escribe hasta hace poco conservaba una bolsa de cartas insultantes por mis opiniones sobre este o aquel libro, esta o aquella conducta… No dudo de que otros colegas las hayan recibido, o las encuentren aún sobre su mesa de trabajo. La razón, la misma: el disgusto, que suele manifestarse en cartas en cuyas cuartillas el aludido se defiende tildando de incapaz a quien osa señalarle errores a su libro, su canción, su tele o radionovela, o a sus decisiones como jefe de aquella empresa, o encargado de esta función social o política.
¿Cuántos agradecerán alguna vez la crítica que les descubra un error, sea de acción u omisión? Respondamos en el claustro de nuestra conciencia. En verdad, la crítica disgusta. Tanto nos desagrada que evidencien nuestros equívocos o defectos, que muchos creemos que los cubanos somos alérgicos a la crítica. Al menos a la que nos hacen; no a la que formulamos a otros. En verdad, aceptar la crítica que niega la certeza de nuestros actos, implica que uno se sienta como expuesto al escarnio público. Pero, preguntémonos: A dónde iría la sociedad sin esos juicios u opiniones que tienden a poner cura en lo enfermizo o equívoco. Cura. Mas, como decía Martí, la cura de la crítica ha de hacerse con “remedio blando”.
Y es ahí el punto donde la crítica en la prensa a veces yerra. Porque por momentos olvidamos que, en nuestra tradición más valiosa, la crítica es la expresión de un juicio constructivo. Y para construir, edificar el mejoramiento y con ello superar los actos humanos, urgimos de exponer el criterio de modo que el aludido no se sienta “destrozado” u ofendido en su dignidad humana. La crítica periodística sin tacto ni certeza, podrá satisfacer el gusto de lectores u oyentes devotos de las querellas o polémicas. Pero nunca será útil, aunque detecte, señale y publique lo que opaca a una obra o a una persona, según los argumentos del que juzga.
Si elogiamos, la crítica exalta a quien la recibe. Y unos la recibirán con modestia y gratitud; otros quizás ni la agradezcan, porque, en suma, dirían, merezco los elogios. Y si advertimos errores o lo que pueda asemejárseles, también podríamos inspirar mejorar obras o acciones, porque aunque no tengamos toda la verdad, la opinión constructiva, aun sobre lo casi perfecto, sugerirá el reanálisis de la obra o de la conducta.
Es tan frecuente el rechazo, que a veces a uno le parece que nunca acertará en lo justo. Y esa duda ha de conducir por carriles rectos nuestro juicio. Nunca he olvidado el apotegma latino que fertiliza estas ideas: In dubium veritas. Es decir, en la duda está la verdad. Por ello, urgimos que la crítica, del contenido o signo que ella pueda ser, se ejerza, formulándola o recibiéndola, como la concreción de un método mediante cuya influencia la existencia social y sus protagonistas racionales superan acciones y obras.
Concluyendo, repitamos lo fundamental: la crítica no ha de hacerse como si se lanzaran dardos envenenados hacia un objeto, ni se habrá de recibir como si nuestra dignidad humana se pusiera en entredicho. Al contrario, lo que ha de pretender la crítica entre nosotros es que nuestra persona se vista de plenitud intentando lo difícil, casi lo imposible: Ser perfectos. Si la recibimos con amargura, o la exponemos como si abriéramos un litro de ácido, entonces nada valdría la convicción de que, si somos imperfectos, hemos de tratar de pulir, con la crítica, nuestra condición humana y cuanta acción y obra surja de esta.