Hay menos transporte público y más solidaridad. La escasez de combustible, que impacta sobre todo en las horas en que los cubanos salen y regresan del trabajo y la escuela, se ha traducido en llamados a la cooperación e iniciativas ciudadanas. En un país que hace menos de un año no tenía servicio de datos móviles, florecen los grupos de WhatsApp del tipo “¿Dónde hay combustible?” y “Encontré petróleo”, que pasan la voz de las gasolineras abastecidas y con menos colas en las ciudades, particularmente en La Habana, la más poblada de la Isla.
Los medios de comunicación cuentan cada día historias espontáneas que tratan de cerrar el agujero que han dejado los recortes del diésel y la gasolina. Mientras escribo estas líneas Lázaro Manuel Alonso, un popular periodista y director del Noticiero del Mediodía de la Televisión Cubana, habla del club de dueños de motocicletas eléctricas fabricadas en China que, espontáneamente y sin cobrar a los pasajeros, recorren las calles y dan aventones a los transeúntes.
En “Eco Motoristas”, un grupo de Facebook, interactúan más de un centenar de los integrantes de los clubes “Moto Eléctrica Cuba, MEC” “Eracing” y “Alto Voltage”. Allí narran las experiencias de las caravanas de vehículos que circulan por las arterias más transitadas de la capital, cada uno con un pasajero para acercarlo a su destino, y en las imágenes se pueden ver a estudiantes con sus uniformes de preuniversitario, señores vestidos humildemente y mujeres que quizás sean maestras o secretarias, todos sonrientes en el asiento accesorio y con sus cascos correctamente anudados.
El apoyo social ante la desgracia aquí siempre tiene un efecto amortiguador. Es el eterno retorno de la austeridad solidaria frente a la hostilidad del gobierno de Estados Unidos. Que un gobernante gringo amenace con matar a los cubanos de “hambre y desesperación” -literal del memorando secreto del subsecretario asistente para Asuntos Interamericanos, Lester D. Mallory, en 1960-, y que mis vecinos reaccionen con refuerzos de moral ha ocurrido ya diez, mil, un millón de veces.
La historia se repite con escrupulosidad de filmación cinematográfica, aunque la anécdota cambie. Ahora Washington persigue las navieras con petróleo hacia la Isla y los barcos, desde inicios de septiembre, llegan a cuenta gotas. Las autoridades ofrecen tranquilidad a la ciudadanía y hablan de una “situación coyuntural”, traducida como “la coyuntura”, sujeto de burla para los trolles de Miami y apropiada con humor por los cubanos de a pie que, a diferencia de los otros, confían en que hay buques en camino y que esta situación, como suele ocurrir, pasará para que venga otra pedrada del Norte y la solidaridad vuelva a sostener el peso de esta Isla en el Caribe.
Liset García, una amiga que desde que la conozco hace más de 30 años se proclama “botellera profesional” -en Cuba, “botella” es sinónimo de “aventón”-, solo espera que cuando pase “la coyuntura” sobreviva en los choferes y motoristas la voluntad de seguir ayudando al prójimo. Vive en Diez de Octubre y trabaja en Plaza de la Revolución, dos municipios separados por 8 kilómetros que se traducen en 40 viajes y otras tantas historias desde el 11 de septiembre en que se anunciaron las medidas de ahorro. Hablamos de la ola de desprecio hacia Trump que recorre los barrios, los centros de trabajo y los negocios privados, y la animación especial que hubo este año en las “fiestas del Comité”, es decir, de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), organización de vecinos fundada por Fidel Castro el 28 de septiembre de 1960, que agrupa a más de 8 millones de cubanos y que surgió para proteger las calles cuando se desataron los sabotajes contra la joven Revolución.
Ayer tuve cita con el dentista. El médico, mulato de unos 30 años rodeado de media docena de alumnos, taladraba mi muela cuando abrió la puerta de la consulta un trabajador de servicios hospitalarios. “Son las 11”, anunció el recién llegado. El doctor se encogió de hombros, apagó el aire acondicionado y abrió la ventana que da a una de las avenidas más concurridas de La Habana. “Es la hora de la coyuntura”, comentó el profesor a sus estudiantes, que rieron el chiste y aprovecharon la tregua para dar una vuelta y descongestionar el salón.
Desde hace tres semanas, a las 11:00 am todas las oficinas apagan las luces y máquinas durante dos horas, y repiten el mismo ritual de seis de la tarde y hasta las diez de la noche, “horas pico” del gasto eléctrico en Cuba. Los hospitales y policlínicos no dejan de utilizar la electricidad, pero desconectan los equipos de alto consumo en las instalaciones donde no peligre la salud de los enfermos. La medida ha permitido que, con solo un 30 por ciento del combustible que utilizaba cada mes, sigan funcionando las principales fábricas, se mantengan vitales los servicios públicos y no se hayan producido apagones en las casas a pesar de la crisis energética.
Desde el ángulo que tengo en el sillón, prácticamente acostada, vi la bata blanca acercándose, la fresadora en la mano y una pregunta en el aire cuya respuesta -rogué mentalmente- ojalá no la encontrara dentro de mi boca: “¿Hasta cuándo tendremos que soportar a ese bicho malo en la Casa Blanca?”
(Publicado originalmente en La Jornada)