En una sobria pantalla van tomando forma las voces de protagonistas, muchos de ellos visiblemente agrietados. Dialogan en espacios interiores de ropajes anodinos y dimensiones imprecisas. Y es que no importan las estelas que los acompañan, son sus palabras amargas.
Sus narraciones se avistan como descorchadas articulaciones, también sentidas, que retumban en paredes de acento impreciso. Una cámara, más de una, toma los alientos, las anécdotas, las crónicas engavetadas de estos sobrevivientes. Describen con acusada quietud los trazos de sus recuerdos, las vivencias de un momento duro, de muchos, que emergen como inciertos, claramente inesperados.
Se percibe en algunos encuadres puestas trazadas con delgadez desde el bregar de una sonrisa, florecida por entre tantas evocaciones permeadas de dolor. Se advierten los primeros planos de lágrimas que pueblan las mejillas de una mujer de vida trunca o los gestos de otro narrador, que son parte de un discurso tejido para estremecer, para tocar los pastos de nuestras emociones tardías.
Durante más de una década estos testimoniantes han estado cubiertos de preguntas, de angustias renovadas que la memoria le da cuerpo desde la inmaterialidad de su cartografía. El rumor de sus palabras transita como una pátina de imágenes que pernoctan “dormidas” en los parajes de un desastre mayúsculo, que evolucionó, como casi todos, sin previo aviso.
Los diálogos, una buena parte de ellos, habitan secundados por ventanas que reflejan la luz exterior, la dimensionalidad del espacio. Están “puestos como cortinas” que invocan subrayadas referencias, pero en verdad son refracciones de escenarios vividos en un tiempo pretérito que, cuando los descubrimos, mutan como narraciones retrospectivas, desiguales.
Son las voces de unos pocos, pero suficientes para “estar presentes” en la brutalidad de hechos que trascendieron las fronteras de una ciudad, un país, un planeta entero.
Seremos observadores, también sujetos, de algunos de los sobrevivientes del atentado contra las torres del World Trade Center en Nueva York, desplomadas “cual sin nada”. Dos escenas de un brutal desmoronamiento, tejidas en la siquis de millones de ciudadanos de este planeta, que estremecieron los estamentos de la verdad, la noticia y la impronta de un hecho.
La cineasta británica Grace Chapman con su documental 9/11: Escapar de las torres (9/11: Escape From The Towers) reconstruye, con cuidados relatos, las vivencias de los sobrevivientes del piso 81 de la torre norte y el piso 77 de la torre sur de estas, hoy, simbólicas edificaciones. Entreteje los diálogos en cruzados paralelismos, labrando un tiempo que cuando nos lo pone en las pupilas, deja de ser pretérito y juega con los cimientos del presente, un presente que se multiplica con el decursar del tiempo.
Los sustantivos testimonios, la aguda emoción que aflora en frágiles tonos o los descartes de una palabra inconclusa, le sirven a la documentalista para trenzar una puesta en escena armada con los más dispares recursos. Desde la simbología de un cúmulo de papeles que vuelan en los parajes del viento hasta las misturas de mobiliarios, escenificada para este filme, que se desploman en dramático desequilibrio, subrayando lo impredecible de la narración.
Casi desde el principio el documental se pinta de suspenso, de acusada incertidumbre, que nos impulsa hacia ese final que “no llega” a nuestras pupilas fortalecido por una cabalgata de sonidos. Es un ancho transitar del filme que nos parece interminable y no nos suelta, pues el trazo de simbologías es desplegado con un tornado de anclajes y retornos.
En esta gama de voluptuosidades se incorporan también las icónicas imágenes que los noticiarios trasmitieron para la posteridad y que son parte de la memoria del terror.
Las escenas preparadas con aires de teatralidad nos permiten “estar en cada minuto vivido por estos protagonistas”. Una delgada escalera de incendios traída en recicladas imágenes, los anclajes de un ascensor detenido por las circunstancias, los sonidos pintados para esta puesta documental; todas ellas, remueven el brazo dramatúrgico de la angustia incrementada. Son todo un pasto de señas tendidas en nuestra siquis que se traducen en duras emociones, imprecisos distanciamientos, dispares enfoques, fortalecidas por las fotografías domesticas de los que han querido contar hechos, anécdotas, retrospecciones, que son también los cúmulos de la leyenda, del rumor, y también de la verdad.
El tiempo delineado en la pantalla es parte de la trama escénica que Grace Chapman nos edifica. Son números fríos que nos transportan hacia ese escenario, que hoy exhibe un monumento, un símbolo que perpetua la memoria de los 2753 fallecidos o desaparecidos en el acto terrorista del 11 de septiembre de 2001.
¿Qué nos quiere mostrar la realizadora de este filme documental? ¿Qué reflexiones impulsa esta puesta fílmica labrada por los estamentos de la palabra? La delgadez de la vida frente a la muerte. La sordidez del terrorismo como expresión material de la involución del ser humano. Y mejor aún, los caminos de la solidaridad como practica sublime, que ha de primar entre los que somos parte de este agrietado planeta.
Grace Chapman con 9/11: Escape From The Towers, labra, en dosis de relojería, las jerarquías que habitan en el ser humano y los reúne en una pieza de probados cromatismos, de voluptuosas narraciones, propias de la dramaturgia, que definen al documental.
9/11: Escape From The Towers, de Grace Chapman, se presentará el próximo 11 de septiembre a las 10 de la noche en el programa Pantalla documental del Canal Educativo de la Televisión Cubana. Un espacio fundado por el cineasta cubano Octavio Cortázar, que dirige la joven realizadora Tania Castro.