Un 26 de agosto, hace 16 años, falleció el escultor y pintor José Delarra (José Ramón de Lázaro Bencomo, 1938-2003), quien dedicó su existencia a la creación plástica en todas sus manifestaciones, incluida la ilustración de prensa y el diseño gráfico, que aparecieron en el Semanario Mella, las revistas Verde Olivo, OSPAAL, Tricontinental y Muchacha, y el periódico Juventud Rebelde.
José Delarra nació en San Antonio de los Baños, el 26 de abril de 1938. Su padre, José Ramón, zapatero, encuadernador de libros, herrero, en épocas de precariedad económica, y pedagogo de prestigio desde mediado de la década de los ´50. Su madre, Lorenza, ama de casa, con aptitud de maestra. Desde niño demostró su vocación por de las artes plásticas. Con once años hizo su primera escultura en el patio de la casa: un busto de Martí. Entre 1949 y1954 cursó Dibujo, color, escultura y grabado en la Escuela de Artes y Oficios Fundación del Maestro Gaspar Villate.
En 1954 comenzó a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro. Antes de concluir, en 1958, marchó a Europa, en el buque Satústregui, de la Trasatlántica Española: necesitaba entrar en contacto directo con la obra de los grandes maestros de las artes plásticas en ese continente. Durante su intenso peregrinaje (1958-1959) recibió clases en la Escuela de Bellas Artes de Florencia, Italia, y Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Absorbió enseñanzas de grandes escultores como el catalán José Clará (Barcelona), alumno de Rodán, y de Victorio Macho (Toledo). También fue copista del Museo del Prado, de Madrid, y ayudante y alumno, en Italia, del escultor Antonio Bertti (en la Escuela de Bellas Artes de Florencia), con quien aprendió el arte de la ejecución de medallas, y de Marino Marini (Venecia). Francia, Alemania y Austria tampoco escaparon de sus búsquedas en las cumbres del arte continental. Esta experiencia en sus años de formación, a la que se añade su interacción previa con Fernando Boada (y su esposa Angelina Caballieri), constituyó para Delarra la base de las influencias recibidas en el terreno de las artes plásticas durante su juventud. Como inspiraciones sustanciales para incursionar desde los inicios de su carrera en la escultura monumental conmemorativa estuvieron sus contactos con la obra de Teodoro Ramos Blanco y de Juan José Sicre (quien fue su maestro). Fueron el escultor Fernando Boada y Caballieri quienes idearon para el joven artista el nombre de José Delarra.
Después de su viaje por Europa, Delarra regresó a Cuba en julio de 1959 y culminó su tesis de grado en la Academia San Alejandro, donde fue profesor y poco después director. Muy pronto se integró al movimiento cultural que entonces se desarrollaba en la Isla para llevar el arte al pueblo. A través de la llamada Exposición Móvil de la Escultura Revolucionaria, esculpió más de sesenta cabezas o fotografías escultóricas del rostro de pobladores de los barrios adonde llegó.
Delarra es el autor de grandes complejos monumentales, en Cuba y en otros países, y de más de dos mil obras de escultura, pintura, dibujo y grabado, que realizó en 54 años de vida artística. En su trayectoria como escultor dejó 130 obras monumentales y de mediano formato en Cuba, México, España, Japón, Angola, Uruguay y República Dominicana. También cultivó la decoración, el diseño e ilustración gráfica, la cerámica, el diseño industrial y la caricatura escultórica. Piezas pictóricas de su autoría forman parte de colecciones particulares en alrededor de 30 países. Hizo alrededor de 300 exposiciones, entre colectivas y personales. Llevó sus obras a veinte países.
Fue fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); miembro de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos, de la UNESCO (y presidente del Comité Cubano de esta organización entre 1980 y 1987); presidente de la subsección de Escultura de la UNEAC, entre 1982 y 1987; presidente de la Comisión Nacional de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos (AIAP), entre 1982 y 1985.
Como parte de su formación artística también recibió, en 1961, un curso de perfeccionamiento en grabado y litografía, en el Taller de Gráfica de La Habana; en 1962, amplió sus conocimientos sobre Cerámica en el Taller de Integración Plástica, de Santos Suárez y La Habana Vieja; entre 1976 y 1977 estudió Calcografía en el Taller de Gráfica, La Habana Vieja. En 1982, tuvo contacto con los escultores soviéticos Lev Kervel, de Moscú, y Anicuchin, de Leningrado, y con el escultor español Chus Otero, de Santillana del Mar, Cantabria. Diez años después con los escultores españoles Tino Cacho, de Torrelavega, Cantabria, y Moncho Amigo, de A Coruña, Galicia. También con el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, a quien le esculpió una cabeza que se halla en la Capilla del Hombre, en Quito.
Entre sus monumentos más destacados están el Complejo Escultórico Ernesto Che Guevara, Santa Clara; la Plaza de la Patria, Bayamo; la Plaza de Holguín; monumentos a Máximo Gómez en Camagüey y en La Habana; a los esposos Rosemberg, en La Habana; a las víctimas de Nagasaki, en Nagasaki; monumentos a la Historia de México y a Martí, en Cancún, México; monumento al internacionalismo, Luanda, Angola, entre muchos otros.
Al referirse a José Delarra siempre se piensa en su obra escultórica. Pero él, nunca se cansó de buscar formas propias de decir, ni se conformó con la pertenencia a una corriente estilística en particular, pensamiento que materializó a través de la experimentación creativa y la incursión en diferentes campos de la plástica, y en su dedicación a la pintura, en distintos períodos de su vida, así como a la cerámica, la ilustración gráfica y al grabado. Al pintar, recurría a tres temas fundamentales, la mujer, el caballo y el gallo. Sobre esta escisión dijo:
“Mi pintura es completamente distinta a mi escultura. Nadie puede identificar al escultor por el pintor o el grabador. Estas manifestaciones se diferencian tanto o más que la poesía y la novela. Puede haber un poeta incapaz de redactar una novela o un novelista que no pueda escribir un poema. Si me atengo a las características de mi obra, me autodefino como un pintor colorista; cuando pinto no me importa la tridimensión; mi pintura no es escultura ni dibujo coloreado, es pintura por sí misma”.
Y añadió: “En la escultura no llevé nunca esas mismas motivaciones, ni siquiera iguales temas. Puedo hacer caballos, mujeres, pero más concretos. La tridimensión que hay que darle no siempre permite dar paso a la ilusión óptica. Es volumen hecho, conformado, que se ubica en determinado espacio o contexto y en todo caso puede ser relacionado con los elementos que la circundan. Sin embargo, la pintura es poesía, simbolismo, sutileza. La escultura es la novela y la pintura es la poesía, los sueños. En mí ambas han estado indisolublemente unidas. Yo soy un escultor que pinta”.
Conocí a Delarra en los años de la década del 70 del pasado siglo cuando trabajaba en la Industria Ligera en Empedrado y Aguiar y cruzaba en diagonal el parque Cervantes en dirección a la esquina opuesta de San Juan de Dios y Habana donde entonces tenía su taller. Solía visitarlo con el ingeniero Eduardo García un amigo común.
Recuerdo de aquellos breves encuentros, casi siempre en el horario de almuerzo, la pasión con la que el artista nos hablaba de su trabajo, de sus numerosos proyectos y lo hacía con una modestia que resaltaba su indiscutible talento y una energía que contrastaba con su escasa corpulencia, siempre me parecía que luchaba contra el tiempo.
Después nos encontramos en numerosas ocasiones, una especialmente, cuando colaboró con Isabel, mi compañera, en una de las agendas de mujeres latinoamericanas que por entonces publicaba cada año, aunque siempre me resulta recurrente el recuerdo de aquellos primeros contactos.
Con los años me fui enterando de sus cualidades, de su desprendimiento, de su profunda condición de cubano, de patriota y revolucionario que lo llevó a dedicarse en cuerpo y alma a testimoniar con la escultura y la pintura mucho de lo trascendente de nuestra historia.
José Delarra dejó una obra pletórica de belleza y simbolismo admirada por muchos en Cuba y en otras latitudes, yo guardo imborrable ese singular recuerdo de mi juventud.