El lenguaje es un código importantísimo, pero va más allá. Incluye la manera como se emplea y lo que con él se dice, sin olvidar las fuentes en que se basa lo expresado. Estos días aún traen recuerdos de los Juegos Panamericanos de Lima. Vale insistir en la necesidad de continuar saneando el concepto panamericano, librarlo del virus que desde su acuñación le impuso el panamericanismo de signo imperialista, propalado por los Estados Unidos como uno de sus recursos para dominar a las demás naciones de la región, y contra el cual pensó y actuó José Martí.
Solo con esa sanación en mente y sin pecar de ingenuidad está bien usarlo —en el terreno deportivo, en el de la salud, en cualquier otro— para cultivar la cordialidad en la región. Y eso requiere tener culturalmente incorporado que el topónimo América y sus gentilicios no son patrimonio de la potencia cuyo autobautismo expresó su aspiración de apoderarse del territorio y de las palabras del continente y sus islas, y aniquilar su pensamiento, o al menos sojuzgarlo.
A esa nación, que es solo una parte de América, le corresponde el gentilicio estadounidense: no americano, que pertenece a todos los pueblos del área, ni norteamericano, que le va también a México y a Canadá. Si las justas deportivas que envuelven a todos los pueblos de América se llamaran sencillamente Americanas, estarían bien nombradas, por la anchura de ese gentilicio. Pero sigue habiendo, digamos, quienes traducen el America first de Donald Trump como “América primero”, no como se debe entender (y rechazar): “Los Estados Unidos primero”.
El deporte está llamado a mantener sanos el cuerpo y la mente de quienes lo practican, y a estimular no quedarse en mero espectador. Solidaridad y cordialidad entre pueblos forman parte del espíritu con que el deporte puede cumplir esa función sanadora. Sería erróneo renunciar al espíritu crítico y embriagarse con loas a los triunfos de los poderosos, subvalorando los de pueblos con menos recursos. Tal renuncia convertiría al deporte en opio de pueblos, lo que ya ocurre en algunas realidades.
La sede de los recientes Juegos Panamericanos, una ciudad a la que —aludiendo no solo a sus exuberancias arquitectónicas, y seguramente con razones y posibles colmos emocionales propios de un hijo, tema que rebasa esta nota— el poeta Sebastián Salazar Bondy, nacido allí, la llamó Lima la horrible, no es únicamente un sitio de nuestra América. También es la capital de una nación que tiene historia y actualidad, y hoy da nombre a un Grupo de gobiernos ajeno a la hermandad de nuestros pueblos. Apenas se alude a puntos que exigen pensamiento y en los que, si en determinadas circunstancias no se ha de insistir, ni mencionarlos acaso, tampoco la euforia ha de avalar su olvido.
Entre la pasión de quienes para Cuba desean lo mejor, y de quienes apuestan a que sea borrado su ejemplo de rebeldía, resistencia y dignidad —lo cual casaría con el peor panamericanismo—, ¿no se enfatizó a veces en extremo su “descalabro” en las recientes competencias? En algún deporte dio Cuba muestras de retroceso, especialmente en la pelota, en cuyo deterioro vale estimar que no solo operan factores económicos y técnicos, sino también ideológicos. Así como otros, en años anteriores ese deporte le dio muchas más alegrías movido por ideales —hasta cierta mística podría decirse— que en la búsqueda de insertarse en redes mercantiles, para las cuales resulta natural hablar de los atletas como si fueran artículos de compraventa más o menos costosos.
Pero, en Lima, Cuba brilló asimismo en varios deportes (aunque eso tal vez lo velen el lenguaje y el recuerdo de éxitos desmesurados como el quinto lugar en las Olimpíadas de Barcelona 1992). Sus logros en Perú se apreciarán sin mayor esfuerzo si se considera lo que proporcionalmente, por territorio y población, representa ese otro quinto puesto. El hecho va más allá de cifras, que son apenas parte del lenguaje válido para interpretarlo. Los países que la aventajaron la superan en tamaño y número de habitantes, y ninguno sufre el bloqueo —guerra hecha con las armas de la economía, y sin excluir acciones propiamente bélicas— que le ha impuesto durante décadas el imperio asentado en la nación con más éxitos contables en los Juegos Panamericanos, la mayor en población y territorio, en recursos económicos y tecnológicos (y militares).
No son esos los únicos datos que procede atender. Pero son tan significativos que pudieran solapar otro hecho: lo reportado desde Lima ratificó la necesidad de seguir cuidando el uso del lenguaje en cuanto a normas básicas de gramática y léxico. El periodismo deportivo no es el único que lo evidencia, pero de tan seguido que es tiene un poder de influencia particularmente efectivo, para bien y para mal.
Habrá que seguir señalando, sin cansancio, los errores. Entre otros, formulaciones como “Tal clavadista es uno de los que mejor ha saltado”, en la que ese atleta es sujeto, singular, del verbo ser —él es uno—, pero el sujeto del verbo saltar es plural: ellos, los que han sobresalido en el salto. He aquí lo correcto: “Ese clavadista es uno de los que mejor han saltado”. Distinto sería “Ese clavadista es el que mejor ha saltado”, porque él es el sujeto, singular, de los dos verbos.
Más deslices abundan, y las metáforas funcionan bien cuando se usan creativamente, con verdadera originalidad, pero vale reiterar que en distintas lenguas el calificativo original expresa no solo elogio, sino también recriminación: equivale a tonto. Si alguna vez pareció elegante decir que “un boxeador golpeó la anatomía del otro”, ya eso es cuestión de imprecisa rutina y lugar común. La anatomía es el “estudio de la estructura, situación y relaciones de las partes del cuerpo de los animales [personas incluidas] y las plantas”. Ante la confusión aludida se irrita con razón el ocurrente Rolando Aniceto, experto como periodista y como podólogo, por lo que mucho sabrá anatómicamente de los pies y, si de metáforas se trata, de lo que significa meterlos.
Algo similar vale decir del abuso —como si fuera una imagen feliz—, del vocablo geografía. Recorrer la geografía de Cuba, por ejemplo, significa leer, recorrer un texto dedicado al tema, y en sentido recto lo que se puede recorrer es el territorio cubano, de cuyo estudio —como de otros— se ocupa la geografía. ¿Será que besando una estomatología se goza más que besando una boca?