La peculiar costumbre criolla de guardar o esconder alguna «tierrita» debajo de los colchones se nos devuelve por estos días en forma de pregunta, cuando algunos intentan responderse de dónde salieron los millones que hacen posible el ya disfrutado, por muchos, incremento salarial en Cuba.
Para no pocos contertulios es evidente que la «guanaja estaba echá». Una referencia muy típicamente jodedora para decir que alguien nos estaba escondiendo la bola; y no hay que ser muy avezado para saber a quién se refieren con ese «alguien».
Pero más allá de cualquier inquietud o picardía cubana acompañante, lo cierto es que en la contestación a esa interrogante están algunos de los detalles más llamativos de una de las últimas decisiones gubernamentales para evitar que nuestra economía vuelva a precipitarse hacia otro período especial, con las duras y subsiguientes precipitaciones que ello conllevaría, así como para energizar los incentivos y la esperanzas en un momento tan singularmente delicado.
Basta seguir atentamente las numerosas explicaciones públicas para descubrir que la susodicha «guanajita» no estaba «echada» en otra parte que en las millonarias inejecuciones del Presupuesto estatal.
Después de tanto tiempo y tanta tempestad, es evidente el descubrimiento de que en esas partidas que no alcanzan a concretarse había un potencial inexplorado que podía servir para algo más que lamentaciones, como las escuchadas, de entre otros importantes funcionarios, a la Contralora General de la República.
En el espacio de debate Catalejo, de la Unión de Periodistas de Cuba, escuché hace un tiempo a Gladys Bejerano insistir en la poca frecuencia con que discutíamos las implicaciones de que dejaran de ejecutarse sustanciosas partidas del Presupuesto.
La Contralora insistía en que la no concreción del destino de esos dineros derivaba en falta de eficiencia del Estado para cumplir los propósitos que se había proyectado en sus planes y en ausencia de servicios o producciones básicas que dieran mayor vitalidad al país.
Como sabemos, y es ahora frecuentemente examinado por el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros y el titular de Economía y Planificación, algunos de nuestros planes terminan en planazos, en unos casos porque la cubana es una economía acosada y asediada con virulencia inhumana, y en otros porque debilidades de la planificación y diversos errores internos complejizan el panorama.
La anterior es una de las razones que hace resplandecer la decisión de que, en vez de poner a recircular los montos de esas partidas, como venía ocurriendo, sin mayores beneficios, ellas se convirtieran en la base para resolver unos de los reclamos más justos y postergados de la sociedad cubana.
Después de tanto indagar qué debería ser primero: ¿el huevo o la gallina?, con relación al viejo dilema de los bajos ingresos, con la medida se hace evidente la respuesta de los más importantes tomadores de decisiones. Se le da especial fertilidad política, económica y social a un tesoro que estaba resultando infértil.
Adicionalmente, al salir el dinero del que ya estaba previsto ejecutar en el Presupuesto, la disposición no afectará el ya comprometido déficit fiscal de la nación.
Los escenarios que siguen tras una providencia tan arriesgada como oportuna tampoco serán fáciles. Como mismo son mayoritarios y entusiastas los beneficiarios de la medida, se corren peligros, esbozados también con claridad, tanto por las más altas autoridades de Gobierno como por cuestionadores y críticos, entre los que no faltan algunos que no entienden suficientemente las peculiaridades del proceso socialista y la sociedad cubana.
Estas disposiciones, como otras rotundas transformaciones en las que nos empeñamos para ajustar el modelo socialista, nos obligan a hacernos incluso preguntas más complicadas que la de la inusitada «guanajita».
Una de estas es cómo movernos, equilibradamente, por el filo cortante de postulados muy atrevidos de la actualización económica, como el papel del mercado y el sector privado en nuestra economía, para que rinda los frutos esperados.
En ese último filo se juega ahora, por ejemplo, la amenaza inflacionaria, que, es bueno remarcar, no se detiene solo con intervención sobre los precios, como tanto se machaca, sino con otras intervenciones defendidas por el Ejecutivo nacional, como el incremento de la producción y de surtidos en el mercado, además de la apertura de nuevos servicios.
Otra interrogante sería casi igual a la que se hizo el fundador del primer proyecto socialista del mundo, Vladimir Ilich Lenin: ¿Qué es el Estado, cuál es su naturaleza, cuál es su significación?
Para Lenin el tema del Estado era uno de los más complicados y difíciles, y tal vez aquel en el que más confusión han sembrado los eruditos, escritores y filósofos burgueses. Y como sabemos, las confusiones y los «confusionistas» nos acompañan hasta hoy, por lo que, para el líder marxista, aquella tenía que ser una interpelación en permanente respuesta.
Así que no es fortuito que entre los grandes dilemas del socialismo cubano aparezca cuál debería ser el cuerpo exacto y la función de esa institución. La interrogante leninista devino dura prueba —ante la que no pocos se desvanecieron— para la teoría y la práctica socialistas. También desde los primeros días nuestro proceso fue perseguido por el «fantasma» del tipo de Estado sobre el cual se estructuraría, y la forma en que se relacionaría con el resto de las instituciones y los ciudadanos.
Se trata de una puja histórica sobre el Estado, entre los que pretenden fundamentar su carácter perturbador y quienes resaltan su imprescindible condición de regulador.
Un dilema que parece haber encontrado en la nueva Constitución cubana una respuesta de más de 60 años. Esa ha sido una institución insoslayable para la justicia, la libertad y la soberanía. Lo inadmisible sería entonces el salto de un Estado que, en algunos casos, resultó omnipresente, a otro absolutamente ausente. Esto último equivaldría a botar no solo la guanaja, sino también sus necesarias, esperadas y promisorias echaditas.
Tomado de Juventud Rebelde