(…) La plaza se llena de crepúsculo, de entre las sombras en la lucha victoriosa con los últimos lanpos del día moribundo, emergen las grandes ventanonas de madera labrada, las puertas de enornes clavos, la arquitectura caprichosa de alguna exhausta y melancólica azotea.
Es esta la ciudad que describe Nicolás Guillén en una de sus crónicas, un reflejo de su amor por Camagüey a través de la meticulosa descripción de calles y plazas, las mismas que hoy sirven de musa a Yanetsy León González, una periodista agramontina que como él, desea que algún hijo de esta tierra se pierda en un atardecer en San Juan de Dios y observe más allá del majestuoso campanario de una iglesia.
Solo que primero se debe descubrir el alma de la ciudad como se empeña a diario la también Premio Nacional de Periodismo Cultural Rubén Martínez Villena, quien comparte en su ensayo “Nicolás Guillén: Un cronista de la ciudad”, algunos “secretos” para sentir la espiritualidad de esta urbe.
Por eso cree que el Poeta Nacional es importante todavía, porque, dice, a través de su obra, nos llama la atención sobre elementos de nuestra ciudad, sobre aspectos de nuestra historia, sobre valores de nuestro patrimonio que una persona con mirada tan aguda pudo ver desde un primer momento”.
Yo siento que los habitantes de hoy no tenemos esa mirada tan entrenada que implica no solo mirar la ciudad y señalarla, también interpretarla y ayudar con buenas actitudes a transformarla, considera Yanetsy.
Le corresponde a esta generación ir junto a Guillén, ir junto a su literatura y también junto a su periodismo. Pero lamentablemente considera la máster en Cultura Latinoamericana, que “se intentan levantar esas diferencias; pero yo no encuentro que haya motivo para contradicciones porque el periodismo es una categoría moderna de la literatura lo que algunos grupos de literatos no lo quieren reconocer así, no todo lo que se escribe tiene la misma calidad y ocurre igual con la literatura donde a veces se publican textos que uno se cuestiona.
Yo traté de unir esos elementos en un espacio común y lo encontré en las crónicas periodísticas de Guillén, con el tema de la ciudad.
— ¿Se estudia la obra del bardo camagüeyano como parte de los planes de la carrera de Periodismo?
—Cuando yo empecé este ensayo tomaba mi experiencia de la Universidad de las Villas. De entonces acá han sufrido modificaciones los planes de estudio y siento que algunos de nuestros mejores ejemplos de periodismo no logran integrarse. Es una responsabilidad de los profesores y, por tanto, es una alerta.
Aclara que no es solo conocer a Guillén, que quizás sea uno de los más representativos, aun cuando su periodismo no haya sido vindicado en la propia medida: también hay otros periodistas camagüeyanos que merecen una lectura y ser revisitados.
Y así como Yanetsy, recurro otra vez, a los textos de este hijo ilustre, quien sufrió los padecimientos de una villa enferma, pero siempre amada “vista con los ojos siempre agudos de un joven mirando una ciudad completamente diferente a otra, y tiene mucha actualidad todo ese tedio que Nicolás Guillén le señaló a aquel Camagüey, todo ese polvo y todo ese aburrimiento, en el amplio sentido de la palabra, desde el punto de vista de las personas que no cuidan la ciudad. Aun cuando en aquel momento el fango, el polvo era lo evidente, él se refirió a otras carencias que tienen que ver con lo que ponen o no, los ciudadanos”.
Tiene que ver con esa imagen que reveló el autor de ¡Oh Camagüey! Y ojalá tanto él como su fiel aliada, sea el motivo para que un viaje desde la estación ferroviaria sea el impulso para que la “suave comarca de pastores y sombreros” luzca siempre sana.