El 30 de julio de 1957 por la tarde, sonó el teléfono de la redacción de El Diario de Cuba en la capital oriental. Un vecino del Callejón del Muro llamaba alarmado porque allí había numerosos policías y “perseguidoras” y se escuchaban disparos y ráfagas. El jefe de información del periódico envió al reportero gráfico Ernesto Ocaña, quien llegó a los pocos minutos, en el momento en que el Teniente Coronel José María Salas Cañizares, supervisor militar de Santiago de Cuba, colocaba una pistola y dos peines en el suelo, al lado del cuerpo baleado de Frank País, el líder revolucionario más buscado por las fuerzas represivas santiagueras. El oficial, al ver a Ocaña, le dijo amenazante: –¡Que salga la pistola! Si no, igual que a él, te mato a ti.
El fotógrafo retrató a Frank y a su compañero de lucha Raúl Pujol. “Luego llegaron otros periodistas y Salas Cañizares declaró que Frank País había disparado contra él y sus hombres con el arma que podían ver a su costado y en el enfrentamiento murieron los dos revolucionarios”, contó Ocaña, en el periódico Sierra Maestra, un 26 de julio hace unas tres décadas.
“Todo comenzó unas horas antes, cuando un soplón avisó a los esbirros que en una de las casas de la calle San Germán o la de San Francisco se escondían jóvenes revolucionarios. El propio Salas Cañizares con una numerosa tropa se personó en la barriada y ordenó a sus hombres registrar casa por casa.
“En aquellos días Frank se ocultaba en la calle San Germán número 204 esquina a Rastro, hogar de Raúl Pujol, quien vivía con su esposa y su hijo. Poco después del mediodía, Pujol se enteró en su trabajo que la policía andaba registrando la barriada donde se encontraba escondido el jefe rebelde y lo llamó para ir a recogerlo y llevarlo a otro refugio. Otros miembros del 26 también avisaron a Frank del despliegue de fuerzas que veían por los alrededores de donde él se encontraba y trataron de convencerlo para que saliera rápidamente de allí, incluso uno de ellos intentó llevárselo en su auto, pero él prefirió quedarse y esperar a Raúl. Cuando este llegó salieron a pie y se confundieron entre las personas que caminaban por la calle. Todo iba bien, pero un chivato, que fuera condiscípulo de Frank en la Escuela Normal, lo reconoció y le avisó al Coronel. Los dos fueron detenidos y metidos a empujones en un patrullero.
“La esposa de Pujol y varios vecinos que vieron cuando los apresaban corrieron y trataron de defenderlos, gritaron, pero fue inútil, Salas Cañizares salio veloz en el patrullero con los revolucionarios y unas cuadras más adelante, al llegar al callejón del Muro, los obligó a bajarse a palos y puñetazos hasta dejarlos aturdidos, el propio jefe policíaco disparó primero y ordenó a su tropa que tiraran también sobre ellos. Eran las 4:15 de la tarde. El valeroso jefe nacional de Acción del Movimiento 26 de Julio recibió 23 balazos. Los vecinos que presenciaron la escena se acercaron y sin miedo gritaban a los policías ¡Asesinos! La policía optó por trasladar los cadáveres al cementerio de Santa Ifigenia, donde intentaron enterrarlos a la mayor brevedad.
“La noticia corrió rápidamente por la ciudad creando una atmósfera de indignación, dolor y rabia. Un grupo de mujeres acompañó a la necrópolis a Rosario García, madre de Frank, quien exigió la entrega de los cadáveres. Tal era la furia y dolor de aquellas mujeres que los militares entregaron los cuerpos. El cadáver de Frank fue llevado primero a su casa natal y después a la de su novia América Domitro en la Calle Heredia 352 esquina a Clarín. Sus compañeros de lucha lo vistieron con el uniforme verde olivo y el brazalete negro y rojo del 26 de Julio. Sobre el pecho le colocaron una flor blanca y su boina con tres estrellas de Coronel de la Revolución. El cadáver de Raúl fue velado en la capilla del Casino Español.
“Al día siguiente, el 31, todo el comercio amaneció cerrado, el pueblo santiaguero se lanzó a la calle clamando por justicia, llamando a la lucha contra Batista y sus esbirros, dando vivas al héroe caído. Era la primera huelga general revolucionaria surgida espontáneamente, que repercutió también en Camagüey y las Villas. Las fuerzas represivas de dictador no se atrevieron a salir de sus madrigueras. A las tres de la tarde se efectuó sepelio. Mujeres y hombres acompañaron a pie los restos de aquellos valientes por las calles de la ciudad. Banderas cubanas y rebeldes, aparecían por doquier y desde los balcones arrojaban flores al paso del cortejo. Se gritaban vivas a Frank, a Fidel, al Movimiento 26 de Julio.
“Al llegar al cementerio la bandera cubana del Mausoleo de José Martí estaba a media asta, mientras que en la entrada ondeaba una gran bandera del 26 de Julio. Como colofón de aquel triste ceremonial la multitud cantó el himno nacional cubano. Fue el duelo más grande y combativo que recuerda la historia de la ciudad de Santiago de Cuba. El 30 de julio quedó instituido como el ´Día de los Mártires de la Revolución´”, dijo el fotorreportero.
Ernesto Ocaña Odio (Santiago de Cuba, 1904-2002). Hombre sensible y artista inagotable que desde 1920 trasladó a sus fotografías imágenes sobrecogedoras de la vida social santiaguera con sus humildes moradores; entre ellas, el resultado devastador del terremoto de 1932, las ciudadelas de gente menesterosa que vivían en los barrios periféricos de Santiago, o el niño humilde y descalzo que desde su crónica visual publicada en la prensa, le hizo merecedor de un premio por lo original de la instantánea. Sus fotos están especialmente ligadas a la historia revolucionaria de Cuba, en las que se ven los cuerpos masacrados de los jóvenes asaltantes al Moncada, tirados en las áreas verdes de la antigua fortaleza militar de la tiranía y a Fidel Castro con un cuadro de José Martí, en el Vivac, el instante en que en medio de la represión batistiana, las madres cubanas simbolizadas por las santiagueras, piden que cesen los asesinatos de sus hijos.