Por Saimi Reyes Carmona
“¿Ya viste el video del almendrón?”. La pregunta está en las guaguas, en las paradas, en las colas, en las escuelas, en el aire. Y sus caras lucen horrorizadas pero curiosas, un poco divertidas en el fondo.
Recientemente, un accidente masivo conmovió a La Habana y a toda Cuba:un auto antiguo — comúnmente llamado almendrón — perdió el control cerca de la intersección que une las calles Malecón y 23, del céntrico Vedado capitalino.
Las consecuencias fueron catastróficas: una persona falleció en el lugar, mientras otros tres de los 21 heridos restantes perdieron la vida en el hospital.
Los medios publicaron al respecto y también las personas hablaron del tema insistentemente. El debate, sin embargo, fue un poco distinto en cada contexto: mientras que la prensa informaba sobre la salud de los sobrevivientes, en las calles se hablaba del video.
Sí, en el momento en que el accidente acontecía, alguien sacó su celular. No lo hizo para ayudar, ni para llamar a las ambulancias o buscar en Internet qué hacer en este caso, sino para filmar.
El video, me han dicho, es espantoso. No podría esperarse más. Personas heridas en la calle, el auto destrozado, la sangre, los curiosos llamando a los que, presumiblemente, saltaron hacia las piedras o el mar.
Pero, lo más terrible, sin dudas, es el detalle que me han señalado algunos de los que lo vieron: la interacción de quien graba con un herido. Al parecer, el poseedor del móvil se acerca a un muchacho que usaba una capucha y lo destapa para seguir filmando; así como así, como si no se tratara de un ser humano, sino de una bolsa vacía.
Y es el conocimiento de ese detalle lo que acaba de estremecerme y repugnarme. Me pregunto, directamente: ¿qué pasó con la humanidad?
Cuando un avión cayó el 18 de mayo de 2018 en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, tuvimos un vistazo de situaciones similares. Es verdad, muchos ayudaron o lo intentaron. Sin embargo, otros filmaron lo que les quedaba al alcance de su cámara.
Desde la infinidad de videos que se propagaron por la redes vimos cuerpos mutilados, restos de equipajes, robos. Y lo que es peor: oímos referencias a los fallecidos que parecían dirigidas a objetos inmateriales y que violaban, a mi parecer, hasta el dolor de los familiares. Algunos comentarios tenían burlas, risas.
Lo mismo sucedió cuando el puente que unía a la ciudad de Sancti Spíritus con el poblado de Zaza del Medio colapsó tras la crecida del río. El video que tomó un espectador es impresionante, pero quien estaba a su lado hizo la acotación más sincera: “Ahora sí grabaste algo grande”. Una felicitación merecida por la captura.
Si el primer impulso que tenemos al ver a otro en peligro es sacar el móvil para que quede registrado o para que nuestro video sea viral, se nos está escapando de las manos esto de la tecnología. Es hora de aceptarlo.
No sé si es que estamos muy metidos en nuestros celulares, o que la tragedia de otros siempre ha sido el triunfo nuestro, de los sobrevivientes. Solo sé que hay que parar. Hay días en que parece que la gente ha perdido la capacidad de identificarse con otros y, por tanto, de sentir.
Trabajo Mención en Comentario, en el Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio, 2019. Publicado en Somos Jóvenes.