GLORIAS DEL PERIODISMO CUBANO

Irma María Cáceres Pérez: Mujer noticia

Una familia somalí marchaba por el desierto, donde parecía no haber caminos. Iba a buscar agua, en algún lugar que conocía. La mujer, embarazada, cargaba un niño delante, otro en el costado y otro en la espalda. Dos o tres más, andaban junto a ella, cogidos de las manos. Cada niño llevaba una botella vacía, pequeña o mediana; los adultos, botellas grandes. Algunos niños, desganados o sin fuerzas, dando pasos corticos, arrastraban la botella. Y cada uno, por chiquito que fuera, llevaba su recipiente vacío. Los hombres tiraban de artefactos muy primitivos sobre los que apoyaban bidones plásticos. La familia, de precario vestir, iba lejos y, quizás, se detendría en algún sitio para después seguir camino y llegar a un destino de arenas y falta de agua.

Fue en mayo de 1972, en las cercanías de Mogadiscio, Somalia, “una nación muy pobre con una sequía descomunal”, ubicada en la punta del cuerno africano. Desde el avión, a Irma María Cáceres Pérez le había sorprendido el contraste entre el dorado arenoso del desierto y el azul intenso del mar. Pero la realidad del país no distaba mucho de la idea que se había construido a través de obligadas lecturas. Era entonces una periodista joven, había empezado a especializarse en África y sus conflictos y, por primera vez, pisaba uno de sus escenarios más hondos.

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En la sala de su casa, del Barrio Monterrey, en el municipio habanero San Miguel del Padrón, donde vive con su esposo Juan Valdés Oller, tienen espacio pequeños pedacitos del mundo: una muñeca rusa, esculturas africanas, suvenires de todas partes, una galería de imágenes enmarcadas (en el pasillo que conduce a los cuartos): Irma con Fidel Castro, con Hugo Chávez, con Juan Almeida, ella con un fusil, de guardia en la entrada de Prensa Latina. También, la réplica del Machete de Máximo Gómez y el certificado que la acredita como Premio Nacional de Periodismo José Martí (2012). Y en una esquina, entre otros detalles, un pequeño objeto metálico…

— ¿Sabes qué es?, pregunta Juan, militar de carrera.

— No, ¿una mina?

—No. Un fragmento de una bomba de racimo, dice Irma.

“Tienen doscientas cincuenta partes como estos ciento veinticinco pedacitos o esquirlas que ves. Son muy criminales. Los niños palestinos las conocen bien, las han sufrido en carne propia. Y también saben por qué viven en esos territorios; cuándo llegaron sus abuelos; qué ocurrió antes. Las familias mantienen esa memoria de Patria, que va a estar arraigada siempre”.

Beirut, Líbano, 1979. Entrevista con Arafat.

—Como corresponsal de PL en el Líbano vi escenas muy crueles después de los bombardeos a civiles. Se sabía cuándo los israelíes atacaban el sur del país, a ochenta kilómetros de Beirut. Algunos colegas extranjeros salíamos enseguida hacia el lugar.  No pensábamos en el peligro, porque las demás personas también estaban arriesgando su vida. Y esta profesión es así.

—En uno de esos días, en Nabatiye, encontramos decenas de muertos donde había casas, árboles, familias. Estuvimos en esa localidad unos días antes. Nunca voy a olvidar un árbol que parecía seco por las bombas, se le habían caído todas las hojas. Pero de las ramas —era dantesco— colgaban pedazos de ropa y piel de seres humanos.

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Era redactora-reportera de PL cuando, a unas horas de regresar de un recorrido a pie, mochila al hombro, por el trayecto Las Mercedes-Yaguajay, que duró más de 40 días, recibió esta propuesta: ir a África como parte de una delegación de periodistas organizada por Naciones Unidas y hacer la cobertura de la Comisión de Descolonización que sesionaría en Addis Abeba, capital de Etiopía y sede de la OUA.

De guardia en la entrada de Prensa Latina.

—Nos parece que ya tienes cierta madurez para formar parte del grupo, pero sabemos que estás en planes de casamiento.

—Yo voy.

—Pero tienes que posponer tu boda…

—Sí.

Luego no sabía cómo contarle a Juan aquella historia que retrasaría el matrimonio. Al decírselo, dio mil vueltas, hasta que él le preguntó:

— ¿Y tú qué dijiste?

—Que iba a hablar contigo.

—Mentirosa. Tú dijiste que sí, le respondió Juan

Él sabía —cuenta ella— que yo adoraba (y adoro) el periodismo. Así que me fui para África. Salí de Cuba a principios de marzo y regresé a fines de mayo de 1972.

Boda de Irma y Juan, al regreso de su periplo por África.

—Junto a la Comisión de Descolonización, recorrimos Guinea Bissau Tanzania, Etiopía y Zambia. Por los contactos que hice en ese viaje, fui invitada a visitar Somalia.

—De Tanzania a Etiopía, a Addis Abeba, donde está la sede de la Organización de la Unión Africana, los periodistas fuimos en el mismo avión que los más importantes líderes guerrilleros de Angola, Zimbabwe, Mozambique, Namibia, Sudáfrica…

En ese vuelo, que duró varias horas, Irma iba sentada al lado de Paulo Jorge, gran amigo de Cuba, que luego fue Canciller de Angola, y cuyo nombre había leído muchas veces en los cables. Entonces era un hombre importante e iba para Naciones Unidas. Fue extraordinario  —recuerda—poder hacerle preguntas, que me presentara a otros guerrilleros.

— También había gente de Zimbabwe, del Congreso Nacional Africano. Ellos confiaban en los periodistas cubanos, nos hablaban con claridad, podíamos ver que eran sinceros. Todavía no existía Internet y el periodista dependía solo de sus relaciones, de tener teléfonos y tarjetas de sus fuentes.

Cuenta que en aquel trayecto se habló de lo que se esperaba del Comité de Descolonización. Ahora no parece tan significativo —dice—, pero fueron jornadas históricas para ese proceso en África. La reunión duró varios días, pero era muy dinámica: intervenían y cuando los ibas a buscar para entrevistarlos ya se habían ido. Sus vidas corrían peligro.

Río Cuando Cubango, Angola, 1976, en viaje a la región con Neto y Risquet, en primer aniversario de la independencia.

— Juan Valdés, por favor, búscame las libretas de notas de la época africana…, dice Irma a su esposo.

Él revuelve en los estantes bajos del librero y saca algunos blogs amarillentos y empolvados. También recortes del periódico Granma pegados sobre papel. Son informaciones de Irma que cuidadosamente guardaba su madre.

—No aparecen todos ahora, pero todavía conservo libretas con las notas que escribí durante ese viaje.

Fueron coberturas reales de las que aprendí más que en los cinco años de la carrera, recuerda. “Supe cómo es la ONU y África por dentro”.

***

Estaba en Somalia cuando recibe un mensaje de PL que decía: “Viaja a Argelia lo antes posible”.  Una vez en la nación norteafricana, junto a sus colegas, en la sede de la Agencia en Argel (un castillo que había sido de la OAS, la organización francesa de represión colonialista), un fuerte aldabonazo, sobre las seis o siete de la noche, despertó la curiosidad de todos. Irma abrió la puerta. Era Fidel. Fue aquella una larga noche que solo terminó cuando el líder cubano tuvo que irse a tomar el avión, en aquel, su primer viaje por África.  Y en esas horas Fidel le preguntó:

— ¿Así que estuviste en Etiopía? ¿Y viste al rey?

—Sí, yo lo vi

—No me digas. Haile Selassie, ¿cómo es?

—Estaba con su traje azul marino y una joya extraordinaria…

—Valdría millones… ¿cuántos?

—Varios millones. Pero a lo mejor no tenía puesta la original.

—Que va, ese caballero se pone las joyas. Y tú, ¿te pudiste acercar a él?

—Sí, bueno, como periodista al fin estuve un poco cerca.

— ¿Y por qué no le quitaste la joya? ¿Sabes cuántas cosas hubiéramos podido nosotros hacer con esos millones que puede valer una joya del emperador?, bromeó.

Fidel tenía mucho que decir, por su sabiduría y carisma, cuenta Irma. “Esa noche, habló de cómo desarrollar el campo y la agricultura de manera que no hubiera éxodo, que las personas tuvieran suficiente confort como para quedarse en el campo. Y de pronto me dijo:

— ¿Tú misma no saliste del campo?” (Risas).

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Irma María Cáceres Pérez nació en la finca Palmarito, en el barrio Potrerillo, hoy  Rafael Freyre, a unos cinco kilómetros de la Ciudad de Gibara, donde el mar abraza, hacia la conocida altura de La Silla. Potrerillo fue uno de los hatos fundados por los españoles en aquella zona y, entre sus primeros habitantes estuvieron los bisabuelos maternos de Irma: Don Antonio y Doña Caridad, que vivieron hasta los 106 y 107 años. “Con la cabeza clara, como reyes, sentados en sus balances o taburetes, mascando tabaco y tomando café desde la madrugada”. Tuvieron siete hijos, uno de ellos, el mayor, su abuelo Santiago.

Irma María Cáceres Pérez es la única hija de Juana Amelia y Carlos. La casa donde vivió hasta los 16 años estaba a unos pocos metros de la del bisabuelo, la de los Pérez Betancourt, donde residía toda la familia; y a menos de un kilómetro, la del abuelo paterno, la de los Cáceres Sánchez, que eran canarios. Hasta que murió Santiago, a los 101 años, Juana Amelia se quedó en aquella misma casa de madera donde nació su hija.

En Palmarito, las fincas se diferenciaban por el apellido del hombre de la familia. Las casas eran grandes, cocina de leña, portal, paredes y pisos de madera, techos de guano con alto puntal. Estaban construidas separadas de la tierra. No había luz eléctrica. De las paredes, casi siempre blancas, pintadas con cal,  colgaban  retratos que evocaban historias ancestrales, de los bisabuelos y tatarabuelos, de los choznos y los bichoznos, y de otros parientes.

Frente a la casa de Irma María Cáceres Pérez, por suerte, había una escuela (la pública No. 17) que llegaba hasta el sexto grado. Las maestras, primero Delfina y más tarde Doña Isabelita.

En Palmarito, muchos sabían leer y escribir, pero no pasaban del nivel primario, aunque tenían hábitos de lectura. En la casa de Irma, y en la de sus abuelos, maternos y paternos, había muchos libros de escritores franceses, españoles y cubanos. Su maestra, Isabel Barciela, que vivió en aquellas casas, también le había dado clases a Juana Amelia cuando era una niña.

A la misma escuela, iban todos los primos. Bebito, Armando y Raulín que eran como hermanos para Irma. Con ellos jugaba a la pelota y se subía a los árboles. En ese colegio también estaban otros tres hijos de su padre, y muchas primas y vecinos.

En casa de Irma María Cáceres Pérez, y en la de sus abuelos, no sólo se hablaba de las cosechas y las hazañas de los bueyes. Se hablaba de cómo se formó la Tierra, de cómo los vientos atraían las nubes y por qué iban en una u otra dirección; se escuchaba “roncar” al mar y por el sonido del oleaje se sabía cómo estaba la marea. Y toda esa sapiencia empírica era coherente con el pasado en Canarias y en otras regiones de España, con la nostalgia de no haber vuelto nunca.

—Por eso digo que mi abuelo Santiago hablaba de las alturas y de las profundidades. De historias sin fin sobre el espacio, la vida, la muerte y los fantasmas. Sobre alguien que vio, o sintió un día, al jinete sin cabeza que cabalgaba en noches de lunas claras, como una luz que viajaba de un lado a otro. Primero mi abuela, y luego mi mamá, siempre decían: “ya están esos con el mismo cuento de si cuando la gente se muere va o no al cielo”.

La vida en Palmarito era muy metódica. Las familias se alimentaban con lo que se producían en las fincas propias, y desde muy temprano, en casa de Irma, y en la de sus abuelos, los hombres se reunían para tomar café y preparase para ir al campo. Hablaban de los sembrados, de las frutas y las plagas, de cuándo debían parir las puercas, de los animales que nacían con defectos. Las familias, sin proponérselo, competían entre sí: cuál tenía mejores gallinas o más guanajos, qué gallina había puesto más huevos. Con la misma certidumbre, un hombre llevaba y el periódico desde Gibara, aunque este último fuera atrasado. Y también las revistas y los libros… Era un mundo macondiano.  Potrerillo y Palmarito son asentamientos muy recientes, de aproximadamente 200 años. Creo que allí no hubo aborígenes.

Los caminos desde ambos poblados hasta Gibara eran estrechos. Al andarlos, con unos ocho años de edad, Irma María Cáceres Pérez observaba a los campesinos que pasaban a caballo y llevaban delante una cajita rosada. Hasta que le preguntó a su madre, y ella le dijo que eran los niños que se morían, porque por allí había áreas donde vivía gente muy pobre, que peregrinaban. “Los llamados caminantes pasaban con sus hamacas al hombro de un lugar a otro buscando trabajo, comida o un simple descanso en algún rancho de aperos. También, en las arenas del mar, pernoctaban personas en precarias viviendas, que cambiaban pescado por un poco de leche”.

—Por aquellos mismos trillos retumbaban los cascos de los caballos de la guardia rural y la alerta de los mayores de cerrar la casa, y esconder a los niños.

—Como a dos kilómetros de Palmarito, por Potrerillo, pasaba el ferrocarril. A mí todavía me gusta mucho el sonido del tren: cha, cha, cha, y luego ese pitazo prolongado cuando está llegando, articula Irma.

Fue a la secundaria en Gibara. Se llamaba la Escuela Superior. Sus primos, varios vecinos y ella, iban caminando y cantando hasta el Caliche (unos dos kilómetros todos los días), por donde pasaba la guagua dos veces al día. Y vigilaban las nubes, por si llovía o crecían los arroyos.

—Esta zona de Potrerillo, Palmarito, Jagüeyes y Gibara estaba enlazada por dos puentes de madera, que fueron averiados por los combatientes de la Revolución para evitar el paso de las tropas batistianas. Más tarde el mar y el ciclón Flora arrasaron con ellos. Desde entonces, esta región solo está vinculada con la ciudad por el mar.

Para cursar el bachillerato, Irma tenía que trasladarse dos o tres veces a la semana a Holguín, a unos 40 kilómetros de su casa. Estaba en segundo año cuando triunfó la Revolución y empezó a trabajar como maestra en La Palmita, Melones, cerca de Guardalavaca. Iba en un viejo jeep Willy y luego a caballo. Más tarde, dio clases en Palmarito, en la misma escuela donde estudió y alfabetizó.  Entonces pensaba que iba estudiar magisterio. Incluso, se anotó como maestra voluntaria para ir a la Sierra Maestra junto con su amiga Sara Sanfiel, pero una gripe e inconvenientes climáticos lo impidieron en ese momento. Casi se va a una beca en Rusia, pero le llegó otra que había solicitado para estudiar en La Habana y se decidió por el idioma francés. Empezó a estudiar en la Pablo Lafargue, en Miramar.

***

Fue la primera vez que vino a La Habana. Llegó en un tren desde Holguín que paraba en todas las estaciones. Hizo el viaje en compañía de Migdalia, de la escuela de La Palmita, que luego estudió Medicina, como siempre deseó.

—A punto de montar el tren, en el estribo, la madre de Migdalia me dijo muy seriamente: “usted es la maestra, ya sabe es responsable de ella”; aunque Migdalia y yo somos casi de la misma edad…Todavía mantengo estrechos lazos con esa familia, la de los Oliva.

En 1965 Irma María Cáceres Pérez matriculó en la Escuela de Periodismo y se graduó en 1969, hace 50 años. Entonces formó parte de las milicias universitarias, hizo investigaciones sociales en Remates de Guane, Pinar del Río, en Gran Tierra y Punta de Maisí. Al tanto de la posibilidad de entrar a la Escuela de Periodismo, se presentó a los exámenes de ingreso. Pensó que no perdía nada con intentarlo. Inquietudes no le faltaban.

—Iba un poco desesperanzada porque muchos de los aspirantes ya tenían algún conocimiento sobre el oficio o lo ejercían.

Fue entrevistada por los periodistas Ernesto Vera y José Benítez, dos grandes de la profesión en Cuba. De trescientos candidatos, seleccionaron cien. “Para mi sorpresa, cuando fui a mirar los resultados en los cristales de la Facultad de Letras, estaba en la lista de los aprobados”. Y, al cabo, se graduaron 27.

—Teníamos clases mañana y tarde. Los interesados en aprender idiomas también íbamos a la UPEC, donde daban lecciones de inglés y francés.

Comenzó las prácticas en el periódico El Mundo, escogido como taller para la Escuela. Posteriormente estuvo en todos los rotativos de la época. Prensa Latina era entonces muy demandada por los estudiantes porque tenía una cobertura nacional e internacional. Además, había periodistas de mucha valía, muy famosos, de América Latina. PL era la ventana de la Revolución al mundo, en una etapa en que todos los países latinoamericanos habían roto relaciones con Cuba, excepto México. La Agencia tenía oficinas en muchas naciones.

En PL hacían labor de captación entre los estudiantes de periodismo, y daban cursos de redacción a los que Irma Cáceres asistió, pero imaginó que, con certeza, ejercería la profesión en el periódico de Holguín o en el de Santiago, que eran los más importantes de la provincia oriental.

—Cuando me dijeron que iba para PL, no lo podía creer. Pensé que se habían confundido de nombre.

Al principio su trabajo en Prensa Latina fue muy rutinario, pero de mucho rigor. Los primeros nueve meses redactó cables sin parar, de los cuales los jefes no trasmitían una buena parte. Hasta que un día le dijo a José Bodes:

—Mire profesor, es que yo hago veinte y treinta cables al día…

—Eso no puede ser, le respondió Bodes.

Ella le mostró el bulto de papeles.

—Me los llevo para mi casa, dijo el periodista. Y al otro día todo cambió.

Pasó a trabajar en el área de África y Medio Oriente de PL, y empezó a indagar sobre esas regiones. Gerardo César Proenza, quien era el jefe de esa área y un profundo conocedor de ambas zonas, le dijo:

—Siempre puedes decirle a los demás todo lo que tú sabes, porque cada quien lo asimila de una forma diferente y le dará el uso que pueda.

Irma María Cáceres Pérez ha constatado en la vida esa enseñanza, asegura.

—Por eso  Prensa Latina y muchos de sus periodistas tienen un lugar especial en mi vida, y siempre reconozco cuán importante ha sido, tanto desde el punto de vista profesional como personal.

A veces parece —piensa— que hace muy poco tiempo estuve como corresponsal en Angola; en las conversaciones para el retorno las tropas cubanas, un verdadero sueño hecho realidad; en Polonia, durante la crisis política o en Naciones Unidas, en Nueva York.

Irma con Adrián Migueles y El Loquillo, editor y camarografo, respectivamente, del Sistema Informativo de la Televisión Cubana.

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El 11 de febrero de 1990, después de 27 años en cautiverio, Nelson Mandela fue liberado. Irma, que como corresponsal de PL en África y en Medio Oriente había conocido a muchas personas vinculadas a las luchas de ese continente, y que escribió sobre él cuando estaba en la cárcel, no veía cercana esa posibilidad.

—Y luego, cuando lo conocí, pensé en su voluntad, en cómo no pudieron matarlo, en cómo no pudieron vencerlo. Pasa que a veces que una no se da cuenta del momento que está viviendo y lo ves con naturalidad. Mandela era un hombre muy alto, muy erguido. Tenía la bondad reflejada en el rostro, un rasgo que se le fue incrementando con el tiempo.

— Fidel fue a Sudáfrica cuando se celebró la Conferencia contra la Discriminación Racial en ese país. Y viajó en barco a Robben Island, donde el líder sudafricano estuvo la mayor parte del tiempo encarcelado. Tuve el privilegio de ir en esa nave y presenciar esa visita. Me impresioné mucho, porque durante largo tiempo, cuando pensaba en él, lo situaba en su celda, en un espacio pequeño como aquel.

Días antes de la llegada del líder cubano a Sudáfrica, Irma, que se encontraba allí, recibió una llamada de la prensa de la cancillería de ese país. Estaban preocupados porque no sabían si ponerle un telepromter a Fidel, pues sabían que él improvisaba: ¿Cómo hacer para cumplir con nuestro trabajo?, le preguntaron.

—No se preocupen, que Fidel no necesita telepromter. Fidel tiene el telepromter aquí, respondió ella señalando a la cabeza.

“Ya sabemos cómo era Fidel, que empezaba por un tema, a la mitad del discurso cambiaba, y al final volvía al principio y lo entrelazaba todo”.

—Recuerdo que en Rusia, en un receso del último Congreso del PCUS, a inicios de 1987, pude acercarme a él y le pregunté:

—Comandante, ¿qué le parece la perestroika?

Él pensó y me dijo:

— ¿Y a ti qué te parece la transparencia?

Fidel  respondía o no, pero siempre escuchaba con mucho interés y encantaba a las personas con su tono coloquial.

 

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“Somos de la misma promoción fundacional de estudios de periodismo universitario. Comenzamos en 1965 y nos graduamos en 1970. Hemos coincidido en coberturas en la ONU, yo como corresponsal de PL y ella como enviada especial del Sistema Informativo de la Televisión Cubana.

“Doy por descontado el talento de Irma, sin el cual no habría llegado hasta donde lo ha hecho profesionalmente. Pero ese don no basta para llegar a puerto. Por eso me parece indispensable afincarlo en otras cualidades de fuerza, como son en su caso la disciplina y la constancia. Y cuando hablo de disciplina no me limito a la puntualidad y cumplir con las reglas establecidas. Incluyo, sobre todo, su preparación profunda y curiosa antes de acometer tareas y desafíos por delante. Y claro que para llegar con certeza al puerto de los cometidos no hay motor más potente que la constancia por encima de oleajes, huracanes y mal tiempo. Todo esto podía vislumbrarse desde los tiempos juveniles de compartir aulas”, dijo Hugo Rius Blein, Premio Nacional de Periodismo José Martí.

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¿La televisión? Nunca estuvo en los planes de Irma María Cáceres Pérez. Se sentía muy bien en Prensa Latina cuando abrieron el Canal Tele Rebelde y la llamaron para que se quedara definitivamente y creara la Redacción de Internacionales.

Había empezado por el Noticiero Estelar de las ocho de la noche. Con dos o tres colegas más de PL, iba uno o dos días a la semana para hablar del tema de actualidad. Estuvo desde el nacimiento de la Revista de la mañana. Durante siete u ocho años alternó entre PL y la televisión. Superados los primeros años de la década de los noventa, cuando solo había quedado el Noticiero Estelar, le pidieron reiniciar el espacio. Creó el noticiero Al Mediodía con Julio Acanda.

—Hicimos un noticiero sin corbata, muy dinámico, de acuerdo con el horario y con la difícil situación económica de Cuba en aquel momento. Sobrio, sencillo y cercano a los públicos. Pusimos a Julio con chaqueta, pero sin corbata. Además, los reporteros le pedían a los camarógrafos: “graba ya editado”. Entonces llegaban al estudio con los materiales acabados de grabar y maquillándose para salir en cámara.

Dice después que ese noticiero cumplió 25 años y que todavía le quedan algunos rasgos de su época inaugural, aunque tiene que ganar en inmediatez. “Es el que más tesis tiene en la Escuela de Periodismo”. Mientras habla abre los ojos hasta el límite que le permiten los parpados y pestañea, en un gesto habitual que converge con la entonación de sus palabras.

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“Irma es una profesora de juventudes”, dice Adrián Migueles, editor del Sistema Informativo de la Televisión Cubana. Han trabajado juntos muchas veces, incluso en Nueva York y en Argelia. “Ella siempre pone a disposición de los jóvenes sus conocimientos, que son vastos. Despojada de prejuicios, sabe tomar decisiones profesionales. Lo hizo cuando dirigió el noticiero Al Mediodía y la he visto muchas veces dar soluciones creativas ante las complejidades del trabajo. Irma tiene, además, un trato exquisito”.

—Yo también fui como ellos, como los jóvenes, muy atrevida. Pensaba que sabía mucho y que podía hacerlo todo, y quería ir a los lugares donde había peligro. Soy periodista las veinticuatro horas del día, y de eso estoy muy satisfecha.  Me exijo mucho. Cuando escribo, dejo madurar las ideas, luego reviso y ya no miro más ese texto. Siempre he tratado de compartir mi trabajo con los demás, con mis colegas, con los estudiantes, con mi familia. La experiencia práctica que he tenido en el periodismo la trasmito cuando aporto ideas, doy clases, hago talleres o escribo.

—En el ejercicio del periodismo he vivido grandes momentos en numerosos viajes con Fidel. Luego, también hice coberturas con Raúl, y cuando la desaparición física de Chávez. Estaba en Venezuela como corresponsal. Fue muy doloroso y verdaderamente difícil lograr que alguien pudiera decir algo con coherencia sin llorar, gritar, expresar su dolor; tenía primero que consolar, dar el pésame.

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Tantos años frente a las cámaras han reforzado este prurito: ser una mujer presumida. Irma piensa que nadie nace con esa actitud, sino que tiene que ver con la educación que se recibe.

—A mi mamá le parecía, incluso, que yo no era lo suficientemente cuidadosa, porque ella era muy presumida. Creo, además, que la apariencia también implica una cuestión ética y de respeto a las personas. Nadie concibe a un médico con una bata sucia. Yo he sentido la responsabilidad de la profesión y un hábito que se fue forjando. No resisto mi imagen de otra manera. Las personas también te van concibiendo de una forma y luego te exigen. Cuando haces un trabajo público tienes que respetar eso y debes vestirte ordenadamente.

Al cuidado de la imagen añade el del comportamiento. “Es una escuela. Me parece que es mucho mejor tratar bien a las personas que tratarlas mal, los resultados van a ser siempre muy diferentes”.

También es preciso —agrega— tener una línea de pensamiento consecuente con lo que escribes y un vocabulario rico. “No pueden tenerse faltas de ortografía, pero tampoco faltas de ortografía mentales, porque se muestran. Las personas piensan que si estás allí es porque sabes y porque les vas a decir algo interesante. Entonces para hablar hay que saber y tener técnicas para comunicar. Esas son ideas que considera básicas para el ejercicio del periodismo”.

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Desde que en la década de los 70 fue puesto en práctica en Cuba el Carné de Identidad y el Registro de la Población, Irma María Cáceres Pérez tuvo estos dos nombres. Antes, cargó con cuatro: Irma (el que le eligió su progenitora) María (porque su tía le hizo una promesa a la Virgen María) Teodora (porque le tocó en el calendario) y de la Caridad (porque otra persona de la familia había pensado en esta virgen).

—Yo le preguntaba a mi madre, ¿por qué no me pusiste Amelia?, que es un nombre tan bonito. Y ella, de quien heredé el biotipo, los gestos y la forma de comportarme, me decía: “pensé que no te iba a gustar y estuve mucho tiempo buscando un nombre corto que tuviera vocales”.

Ríe y añade: “Pero cuando me fue a inscribir le dijeron: `Oiga señora usted no ha pensado en el futuro de su hija, un nombre tan largo no cabe en un sobre de carta´”.

Irma María Cáceres Pérez se levanta de la silla, colocada en torno a una mesa oblonga. Juan, está sentado en una de las butacas de la sala, solo separada del comedor por una reja estilo colonial. Desde allí ha estado pendiente del diálogo, con un libro abierto en sus manos: La segunda guerra mundial, pero alzando la mirada y presto a hacer acotaciones, como para no dejar escapar ninguno de los detalles de las historias que en el breve transcurso de una mañana había contado su esposa, con quien está casado desde hace 47 años.

Suena el teléfono y ella le dice: Juan Quinquín, atiende que te llama Pueblo Mocho[i].

….

[i] Juan Quinquín en Pueblo Mocho es una novela humorística de aventuras y entretenimiento, cuya trama está centrada en la vida del campesino cubano. Su autor es Samuel Feijóo (1914-1992). En 1967 fue llevada al cine por Julio García Espinosa.

De la serie Glorias del Periodismo Cubano

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Flor de Paz
Periodista y Editora.

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