Nuestra Patria es bien conocida mundialmente por múltiples hechos y figuras. Sin dudas, la época reciente donde ha explotado la difusión de la información que llega a muchas más personas en todas partes ha presentado a Cuba como un icono de rebeldía. La figura de Fidel siempre se nos asocia.
Trascendemos también por la música, la danza, los deportes y por la calidad de algunos productos sensuales como el ron y el tabaco, que consideramos de los mejores en este mundo. Sabemos, por supuesto, que estos son solo algunos de los atributos positivos con los que se nos puede identificar.
La ciencia en Cuba y los cubanos científicos no han sido igualmente proyectados a la escala de sus merecimientos. Un ejemplo es la esporádica trascendencia que tiene en las páginas de nuestra literatura popular y la prensa la figura de un cubano que un día como este 26 de mayo nació en La Habana hace 220 años. Se trata de Felipe Poey y Aloy.
Son muchas las personalidades claramente competitivas en la ciencia y la tecnología de este mundo del siglo XIX que nacieron en Cuba y que también desarrollaron lo mejor de su obra de creación de conocimientos en nuestra tierra. Poey fue uno de los más descollantes. Se formó como abogado, al no existir entonces todavía en Cuba la formación de científicos naturales. Sin embargo, su interacción con lo más importante del naturalismo postrevolucionario francés, entre ellos el gran Cuvier, lo formaron muy joven como tal y con dedicación a la naturaleza cubana. Hoy diríamos que allá obtuvo su doctorado con 33 años, entre 1926 y 1932.
Regresó a la Patria para realizar la profesión de científico que allá aprendió durante ese doctorado sin título. Si era doctor universitario, pero en derecho y en Madrid. Su obra intelectual publicada, tanto naturalista, como literaria y hasta poética, es monumental. Su legado con la fundación de un Museo de Historia Natural en la Universidad de La Habana, que todavía existe y es uno de los más importantes del país se puede tocar con las manos. La iniciación de una tradición cubana de ciencia naturalista es trascendental y de ella aún bebemos. Su ejemplo convirtiendo la cátedra universitaria que ejerció en centro de producción de conocimientos lo hacen un adelantado y de cierta manera padre de la universidad científica en Nuestra América.
Cuba y los cubanos merecemos ser conocidos como un país de tradición científica, a pesar del relativo vacío que esta actividad sufrió desde las guerras de independencia hasta el triunfo de la Revolución de 1959. Fidel entonces retomó el saber como herramienta para la promoción del bienestar y lo incorporó al lenguaje y el hacer político. Esto era y lamentablemente sigue siendo prácticamente inexistente en los escenarios revolucionarios latinoamericanos.
Afrontamos hoy tiempos difíciles. Nos vemos compelidos a defender y hacer prevalecer que somos un país de conocimiento científico en medio de graves limitaciones económicas, brotes de pseudociencias y charlatanerías, exportación neta de talentos y ausencia hasta ahora de medidas efectivas para resolver esos problemas. Sin embargo, vemos con optimismo como las jóvenes dirigencias vuelven a tomar esas tradiciones e incorporan a la ciencia, la tecnología y la innovación en el lenguaje de la política cotidiana de estos tiempos.
La ciencia podría también tener presencias simbólicas materiales en la vida cotidiana. Una posibilidad podría ser convertir algún parque o espacio físico citadino en lugar memorial de nuestra ciencia y nuestros científicos. De hecho, existen lugares ya creados que solo requieren de acuerdos y arreglos menores para ser memoriales de la ciencia, como es el caso de la calle Paseo de La Habana.
Se trata de una hermosa avenida y parque, de unos 2 kilómetros de largo, que ya tiene por otros motivos un busto de otro destacado científico cubano, el profesor Carlos de la Torre, discípulo de Poey. Podría ser una suerte de “Paseo de la Ciencia” donde pueden estar monumentos a Finlay, Reynoso, Varela, Albear, Poey y muchos otros.
Las nuevas y futuras generaciones lo agradecerán, porque ni siquiera se trataría de un cambio de nombre de calle a los que los habaneros somos reacios. Se trataría de ponerle a la calle Paseo un hermoso apellido.