Ayer, Héctor Díaz Polanco nos habló de un cambio antropológico que ha producido nuevas comunidades y nos proponía una lectura no simplista de la sociedad que vivimos, donde las redes tecnológicas son variables dependientes de otras, y no al revés. Él también ha militado contra la caracterización de la globalización como una fuerza inevitable e irrefrenable, que no es fruto de ninguna voluntad o proyecto político-económico, sino que emerge de una necesidad misteriosa.
Permítanme detenerme en este punto: no es un misterio. Es necesario entender que hay normas muy estrictas, algunas codificadas en la relación economía y política, que son ordenadoras en este panorama donde cualquier proyecto que necesita concretar acciones, requiere no distraerse con la locura posmoderna de unos artefactos que mutan continuamente y que son subproductos del efecto burbuja, la hiperconcentración mediática, la opacidad de los algoritmos y la desaparición de la confianza en los medios.
Como varios compañeros han señalado aquí, la velocidad con que todos estos procesos se desatan es inversamente proporcional a la producción teórica para poder interpretarlos, y vivimos de sorpresa en sorpresa. Sin embargo, hay líneas maestras, hay doctrinas y claves estructuradas que, si las logramos interpretar, nos ayudarán a transformar la realidad.
Por ejemplo, el triunfo de Jair Bolsonaro y la derrota del PT en Brasil ha sido un aldabonazo a las consecuencias del surfeo de los discursos de odio sobre la ola de las redes sociales, con su retórica de mano dura, racismo y prejuicio social, pero no tuvo que ver con un “atraso” instrumental ni es fruto de un proceso de líneas discontinuas frente a experiencias como las elecciones de Barack Obama que, a diferencia del brasileño, hizo una campaña con una narrativa políticamente correcta y elaborados estándares técnicos. Uno y otro le hablaron a esa porción del electorado que harían la diferencia a su favor en las urnas, apelando a resortes previamente identificados que generaran un vínculo directo y emocional con el usuario-votante.
Los ingresos de los cinco gigantes tecnológicos con mayor valor de mercado (Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook) provienen de los mercados del hardware, el comercio electrónico y la publicidad en línea (sustento de la oferta de servicios gratuitos en línea). Juntos, los cinco gigantes de la tecnología combinaron más de 800 mil millones de dólares de ingresos en 2018, lo que los ubica entre los 20 países más grandes del mundo en términos de PIB. Por ejemplo, supera ampliamente el PIB de Arabia Saudita (684 mil millones de dólares de PIB) en términos de tamaño (Desjardins, 2019).
Más allá de ese poder de mercado, en el futuro lo más importante es su dominio en materia de innovaciones ligadas al cómputo en la nube, el manejo de grandes datos y la inteligencia artificial, por lo que implica en cuanto a servicios de datos en múltiples industrias.
De manera muy gráfica el Brasil de Bolsonaro ha expresado esta tensión entre la maquinaria analógica local y las plataformas internacionales que se acoplan y benefician como nadie de dos regularidades empíricas: la ley de Moore (la capacidad de procesamiento se duplica cada dos años) y la ley de Butter (la capacidad de transmisión por fibra óptica se duplica cada nueve meses). Las tendencias de crecimiento exponencial de estas plataformas, amplían su dominio en espiral bajo la regla de a mayor número de usuarios y contenidos que circulan, mayor es el interés de estar dentro de ellas. La recolección y el control de datos personales ofrece a los grandes grupos una alta capacidad de monitoreo de las demandas y emociones de los ciudadanos, de modo que estas compañías estadounidenses son a la vez arena común y agentes en la disputa por la atención, la interacción, el consumo y la modelación del escenario electoral con la tecnopolítica. Pero esto hace rato está instalado también en los medios que imponen las agendas globales y que se acoplan como un guante a las nuevas comunidades, de las cuales nos hablaba Díaz Polanco.
Se está construyendo un ecosistema que tiene prácticas culturales y de comportamiento muy distintas, efectivamente, al del paradigma de los mass media, pero que tiene reglas -repito- y algunas son la extensión de procesos de larga data. Quien entienda bien esto, tiene posibilidades de ganar dinero si es una empresa, de audiencia si es un medio de comunicación y de legitimación si es una organización política. Imagínense si son las tres cosas, como los Google, los Facebook y los The New York Times de nuestros días.
Por eso los medios imponen la agenda generalmente a lo bestia, como hemos visto recientemente con la brutal campaña mediática contra Venezuela. En mi país, Cuba, la mentira fantasiosa de unos supuestos ataques sónicos contra diplomáticos de Estados Unidos en La Habana, ha servido de pretexto para hacer más denso y asfixiante el bloqueo a la Isla. En esta nueva reconfiguración mediática, la sociedad red se ocupa del anclaje personal y emocional del juego político, a base de extractivismo de datos (nos recordaba ayer René Ramírez que no es casual que se use el término de “minería de datos”, que relaciona “datos” con “petróleo” u otro recurso natural). El modelo de producción del capitalismo, basado ahora fundamentalmente en la información como materia prima, sigue dominando el escenario, con efectos encaminados a disolver lo local en lo global, reconfigurar las identidades y rediseñar el bloque hegemónico mediático, con la conjunción de los medios tradicionales, los medios digitales, los comunicadores, voceros y influenciadores en el periodismo y la industria cultural.
¿Dónde está la teoría para enfrentar al gran capital cognitivo en tiempos de emergencias de nuevas comunidades? ¿Cuáles son nuestras herramientas? Van apareciendo de a poco y a veces extraviadas en el debate de si tomar la calle o tomar la red, como si fueran excluyentes, o subestimaciones que impiden entender que la vida on line y off line no van separadas, y que la red puede ser muchas cosas menos un mundo aparte, gaseoso y prescindible de las lógicas del capital, de la lucha de clases y de la conciencia social.
El ciberespacio no es otra cosa nueva allá afuera, sino el corazón de un sistema supranacional que se relaciona directamente con el espacio físico, con “la tierra que pisan nuestras plantas”, como nos diría José Martí. Primero, sus rutas de comunicación, nodos y servidores (infraestructura física) están ubicados en alguna parte de la geografía. Segundo, los protocolos o reglas de juego que permiten la interconexión de la gente, como los ciber-dominios, tienen una identidad nacional e implican zonas de soberanía, control estatal y lenguaje propio. Y tercero, el ciberespacio enfatiza la geografía física de un modo especial: con servicios, aparatos de navegación, artilugios técnicos y dispositivos móviles, que materializan un mapa interactivo de flujos entrecruzados de información, tecnología y personas. Las personas tienen nacionalidad, obedecen a leyes y están, también, físicamente varadas en algún sitio.
Por tanto, este escenario se regula por jerarquías y nodos principales de una red (Internet) ubicados en un espacio físico concreto, que acentúa las disparidades de la sociedad contemporánea y ha establecido una cartografía particular en la que, como antes, centro y periferia están perfectamente delimitados.
Esa es la música de fondo que tenemos hoy los que enfrentamos al capitalismo. Pero lo que quiero subrayar es que tanto en el pasado como en el presente de batallas contra los efectos de la concentración de capitales y las desigualdades e injusticias asociadas, se trata de una disputa de poder para controlar la tierra (o los cables de fibra óptica y los servidores); poder para controlar los territorios físicos (y virtuales), las mentes y los hombres. Y como antes, tenemos rutas y metodologías útiles para un pensamiento dialéctico que facilite estrategias de movilidad, coordinación, capacidad de oposición y flexibilidad organizativa en los procesos de cambio que deben acometer los movimientos populares.
El proyecto extractivista en la economía de la información consiste “en poner cada vez más parcelas de bienestar en manos de los gigantes tecnológicos”, para convertirlos en “los servicios públicos de un bienestar sin estado”, afirma el investigador catalán Carlos García (2018). El proyecto hegemónico depende de la tecnopolítica, cuyo valor radica en la potencia tecnológica para hacer posible y más fácil el control y manipulación de la sociedad, pero que es también una variable que favorece la participación y la deliberación a gran escala con capacidad de reconvertir a los militantes, simpatizantes o votantes en activistas. ¿Por qué los activistas que se apropian de las campañas son tan potentes y están tan motivados? Porque no es lo mismo cumplir una orden, una instrucción, o sugerencia que participar de un movimiento, de una acción. Las campañas exitosas que hemos visto en los últimos tiempos -como la que llevó a MORENA al gobierno- son ciudadanas o no son, y suelen estar acompañadas de una enorme creatividad cívica. La tecnopolítica nos ha liberado de pedir permiso y, por consiguiente, los movimientos populares pueden ser más activos, más protagonistas y más fuertes emocionalmente, como nos recordaba aquí la Senadora Citlalli Hernández.
¿En qué escenarios nos movemos?
Permítanme hacer una fotografía muy rápida con los datos más recientes que he encontrado. Nuestra región es la más dependiente de los EEUU en términos del tráfico de Internet. Ocho de los nueve cables submarinos que unen América del Sur con Europa pasan por EEUU. El noveno es un cable obsoleto y saturado, de modo que el 99 por ciento del tráfico de Internet desde Sudamérica hacia cualquier otra región es controlado por Washington. Eso es el doble que Asia y cuatro veces el porcentaje de Europa-, y se calcula que entre un 80 y un 70 por ciento de los datos que intercambian internamente los países latinoamericanos y caribeños, también van a ciudades estadounidenses, fundamentalmente a Miami donde se ubica el llamado “NAP de las Américas”.
El “Digital Report 2019”, informe anual de las empresas Hootsuite y We Are Social, registra que entre los diez países que más tiempo pasan conectados a las redes sociales, hay cuatro latinoamericanos: Colombia, Brasil, Argentina y México. El promedio de horas dedicadas al mes a redes sociales asciende en el mundo a 5,2 horas. En América Latina es de 8,1 horas (Kemp, 2019). Mientras más del 80 por ciento de los internautas latinoamericanos están en las redes sociales, algunas economías fuertes muestran niveles particularmente bajos de uso de estas plataformas -Alemania, con el 40 por ciento, y Japón, con el 39 por ciento, entre ellas (CEPAL, 2018c).
El 28 por ciento de los latinoamericanos viven en situación de exclusión social en la región, sin embargo, la cantidad de usuarios de internet se ha triplicado en esa franja poblacional con respecto a los cinco años precedentes. Las plataformas de redes sociales van a seguir dominando la vida cotidiana de los latinoamericanos, que está marcada a fuego por el nivel socioeconómico de la gente, más que por franjas etarias. Una encuesta reciente en Argentina, por ejemplo, registró que cinco de cada diez jóvenes de clase alta utiliza tecnología casi todo el tiempo en su trabajo, mientras en los sectores más desfavorecidos lo hace sólo uno de cada diez (Carballo, 2018). La marcada brecha entre los millennials, tanto en el acceso como en conocimiento informático según nivel socioeconómico, permite predecir que las asimetrías antes descritas no van a cambiar ni a corto ni a mediano plazo si perviven las condiciones actuales.
También en América Latina y el Caribe la política se ha convertido en tecnopolítica, en su variante más cínica. Con total impudicia, los gobiernos de derecha que se han reenchufado en los últimos años alardean de contar con equipos de comunicación contratados en Miami, Colombia y Brasil, que tienen acceso a colosales bases de datos (De León, 2018). Alexander Nix, CEO de Cambridge Analytica, se enorgullecía ante sus clientes latinoamericanos de que para convencer “no importa la verdad, hace falta que lo que se diga sea creíble”, y subrayaba un hecho empírico incuestionable: el descrédito de la publicidad comercial masiva es directamente proporcional al aumento de la publicidad en los medios sociales, altamente personalizada y brutalmente efectiva.
Basta revisar la página de los socios de Facebook (Facebook Marketing Partners) y descubrirán cientos de empresas que se dedican a comprar y vender datos, e intercambiarlos con la compañía del pulgar azul. Algunas, incluso, se han especializado en áreas geográficas o países, como Cisneros Interactive -del Grupo Cisneros, por supuesto, el mismo que participó en el Golpe de Estado contra Chávez en el 2002-, revendedor de Facebook que ya controla el mercado de la publicidad digital en 17 países de América Latina y el Caribe (EFE, 2018).
Qué hacer
Este es el panorama, a grandes trazos. Hay lógicas que se repiten y reglas y comunidades nuevas, y estos temas, desgraciadamente, todavía están lejos de nuestros debates profesionales y de los programas de los movimientos progresistas del continente. Faltan estrategias y programas que permitan desafiar e intervenir las políticas públicas y generar líneas de acción y trabajo definidas para construir un modelo verdaderamente soberano de la información y la comunicación en nuestro continente, además de poner las fuentes de datos al servicio de nuestros pueblos.
Es imprescindible poner en el horizonte tareas concretas, algunas en el diseño del Movimiento que fundamos en noviembre, Mueve América Latina.
Permítanme terminar enumerando rápidamente cinco de esas tareas urgentes, que hay que saber conciliar a corto, mediano y largo plazo, aún cuando algunas nos parezcan hoy casi imposibles:
1)Batalla Estratégica: Recuperar el proyecto de un canal propio de fibra óptica, que fue un sueño de la UNASUR y sigue siendo una asignatura pendiente en América Latina. De lo contrario, no habrá soberanía posible. El objetivo es poner bajo el control de nuestros pueblos los nuevos yacimientos (infraestructura y datos; contenidos y continente); rescatarlos del poder de las corporaciones para entregárselos de vuelta a los usuarios sobre la base de los principios democráticos de transparencia y control ciudadano.
2) Batalla jurídica: Pelear por un marco jurídico homogéneo y fiable que minimice el control norteamericano, asegure que el tráfico de la red se intercambie entre países vecinos, fomente el uso de tecnologías que garanticen la confidencialidad de las comunicaciones, preserve los recursos humanos en la región y suprima los obstáculos a la comercialización de los instrumentos, contenidos y servicios digitales producidos en nuestro patio. Esta batalla hay que darla a todas las escalas: en lo local, lo nacional, lo regional y lo global. Como ocurre hoy con las batallas por los derechos de género, familia o medioambiente, es imprescindible generar sentido y hacerse de un cuerpo jurídico potente sobre los derechos a la privacidad y el control de los datos.
3)Batalla comunicacional: Armar una agenda comunicacional común, supranacional, que incorpore temas como la formación, la gobernanza de Internet, el copyright, la innovación, la industria cultural, las estéticas contemporáneas en la narrativa política, las brechas de género y etarias, entre otros temas.
4)Batalla de las relaciones: Concertar redes políticas, económicas, financieras, tecnológicas que ganen la disputa de sentido frente a la colonización del espacio digital, y recuperar y socializar las buenas prácticas y las acciones de resistencia en la región.
5)Batalla por nuestras propias herramientas: Crear nuestros propios laboratorios para la tecnopolítica y nuestras propias plataformas. Es improbable que un país del Sur por sí solo -y mucho menos una organización aislada- pueda encontrar recursos para desafiar el poder de la derecha que se moviliza a la velocidad de un clic en jornadas electorales o en escenarios de crisis, como hemos visto en días recientes en la ofensiva de Estados Unidos contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, pero un bloque de profesionales, organizaciones, movimientos y gobiernos de izquierda tendría mayor capacidad de desarrollar niveles de respuesta, por lo menos para afirmar soberanía regional en algunas áreas críticas. Permitiría más poder de negociación frente a las potencias en Inteligencia Artificial y Big Data y sus empresas, además de desafiar las instancias globales donde se definen las políticas de gobernanza.
Hay varios mundos en el horizonte y uno puede ser aquel al que lleguemos los latinoamericanos y caribeños con teorías y prácticas liberadoras. La búsqueda y construcción de alternativas no es un problema tecnocientífico, depende del “actuar colectivo” a corto y mediano plazo, con perspectivas tácticas y estratégicas en la comunicación cara a cara y virtual, que faciliten el cambio de las relaciones sociales y los entramados técnicos a favor de nuestros pueblos.
Tenemos talento cívico y tecnológico; el campo popular ha producido innovación de alta gama, escalable y que resuelve problemas a distintos niveles; hay prácticas políticas y comunicacionales que han permitido a nuestros pueblos sentirse protagonistas de su destino. La lucha cultural –complicada, ardua e imprescindible– y la intransigencia para mantener objetivos de liberación social y humana, brindan una opción de victoria en las nuevas circunstancias y permiten mover a América Latina fuera del determinismo económico e ideológico que hoy ostenta la derecha.
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“Comunicación política en la Era Digital”
Participantes internacionales:
🇪🇨 René Ramírez, Ex Ministro de Educación, Ciencia y Tecnología (Ecuador)
🇦🇷 Tristán Bauer, ex director del Sistema Nacional de Medios Públicos (Argentina)
🇲🇽 Héctor Díaz Polanco, Presidente de la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de MORENA (México)
🇦🇷 Carlos Zannini, ex Secretario Legal y Técnico de la Presidencia (Argentina)
🇪🇨 Paola Pabón, Prefecta Electa de Pichincha (Ecuador)
🇲🇽 César Hernández Paredes, Director General de Neurona Consulting (México)
🇨🇺 Rosa Miriam Elizalde, Vicepresidenta Primera de la Unión de Periodistas de Cuba (Cuba)
🇦🇷 María Fernanda Ruiz, Coordinadora de la Comisión de Comunicación Digital y Convergencia del Instituto Patria (Argentina)
🇧🇷 Renato Rovai, editor de la revista Forum (Brasil)
🇨🇱 Pedro Santander, Investigador Responsable del proyecto Demoscopia Electrinica del Espacio Publico (Deep), Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile)
Moderadora:
🇲🇽 Senadora Citlalli Hernández