“Tomamos Girón a las 17 y 30 horas. Territorio Libre de América”.
Este fue el texto del mensaje que el capitán José R. Fernández envió a Fidel, quien ya venía en dirección a Girón. Eran las 17 y 30 horas del 19 de abril de 1961. (A partir de ese momento y para siempre fue el Día de la Victoria).
Finalizan los combates
Así fue, a las 17 y 30 horas el batallón de la PNR con la compañía Ligera de Combate del Batallón 116, después de duros combates durante más de 10 horas, penetraron en Playa Girón, finalizados estos se les sumaron fuerzas del Batallón 180, del Batallón 227, de la Escuela de Responsables de Milicias y de otras unidades y los tanques donde se hicieron en un primer momento casi una veintena de prisioneros.
Mientras, las fuerzas mercenarias trataban de embarcar; lo hicieron unos pocos y la inmensa mayoría huía hacia el Norte, el Noreste y el Este.
El invasor había sido derrotado, a un costo de más de 176 muertos, de ellos 151 combatientes del Ejército Rebelde, la Policía Nacional Revolucionaria y la Milicia Nacional Revolucionaria, unos 300 heridos y 50 discapacitados de por vida.
Fueron tres días y dos noches de continuos combates donde las fuerzas revolucionarias hicieron derroche de arrojo, de valentía y decisión de vencer. El enemigo sufrió aplastante derrota y se le hicieron 1 214 prisioneros.
El acontecimiento de mayor riesgo y tensión de aquella jornada del día 19 de abril fue para mí un hecho que originó pasiones y actitudes encendidas y una verdadera lucha entre nuestra decisión de no hacer fuego contra dos destructores de la Armada estadounidense que estaban en nuestras aguas jurisdiccionales, a menos de dos mil metros de la costa, y la demanda de los subordinados inmediatos, especialmente de la artillería, que enardecidos, y muy irritados por las bajas sufridas por nuestras tropas, demandaban con vehemencia hacerlo.
Los destructores se aproximaban con sus cañones desenfundados y apuntando hacia tierra en actitud provocativa y amenazante, mientras que por el movimiento de botes desde los barcos hacia tierra y desde esa esta hacia los barcos, yo apreciaba que se producía un nuevo desembarco. No sabíamos que en la retaguardia enemiga había comenzado ya la desbandada y no lo podíamos ver porque nos lo impedían la configuración del terreno y la vegetación.
Momentos difíciles
Reproduciré a continuación literalmente, lo que sobre aquellos difíciles momentos se dice en el libro Bahía de Cochinos. La verdad no dicha, de Peter Wayden, que se entrevistó con los dirigentes de los medios de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que estaban allí, de los portaviones norteamericanos, con el jefe de los destructores y con el Almirante que mandaba la flota yanqui que acompañaba y protegía a los invasores, y tomó como base lo que ellos le narraron. Por otro lado, Wayden autor norteamericano que con tiempo y detalles investigó los hechos, se entrevistó asimismo con el compañero Fidel y con un grupo numeroso de cubanos que participaron en las acciones. Lo que ese investigador expresa en su obra, luego de confrontar las declaraciones de ambas partes, se corresponde, en nuestra opinión, con la realidad.
Dice:
“El comandante Fernández estaba indignado. Estaba ansioso por no haber tomado Girón antes de las 6:00 p.m. del martes, como Fidel había ordenado. Ya era miércoles por la tarde y estaba paralizado, a una o dos millas de la victoria final sobre los invasores. La nueva carretera a lo largo del agua era excelente, pero a la izquierda los espinosos arbustos eran impenetrables; la costa, a menos de veinte yardas a la derecha, era tan rocosa que se hacía difícil encontrar un lugar donde emplazar con seguridad su artillería. El fuego era intenso. Había muchas bajas. Sus hombres tenían sed y estaban agotados”.
Reiniciaron la marcha durante una tregua en el bombardeo a las 2:10 p.m. De pronto el capitán Eugenio Teruel Buyreu, señaló con el dedo dos barcos de guerra en el mar. Los dos hombres corrieron hacia un montículo cubierto de hierba debajo de un árbol al lado izquierdo de la carretera. Fernández miró detenidamente con sus binoculares Zeiss. Definitivamente, los barcos eran destructores. Nadie en la zona tenía destructores salvo la Marina de los Estados Unidos. Estaban a menos de dos millas de distancia, definitivamente en aguas cubanas, y avanzaban con rapidez. Sus cañones estaban descubiertos. Muchas embarcaciones pequeñas se movían entre la costa y barcos que estaban frente a Girón. Algunas parecían venir, otras ir. Fernández pensó que debían ser unas cuarenta, tal vez cincuenta”.
Escribió a la carrera una nota al cuartel general en el central Australia en la que informó que estaban desembarcando refuerzos para los invasores y pidió otro batallón de infantería y batallón de tanques. Hurgando en sus bolsillos en busca de papel y pluma, perdió las llaves de su auto de La Habana. Su nota salió con un mensajero en motocicleta. Ahora sus tropas se habían detenido junto al agua, señalaban con el dedo y hablaban con excitación acerca de los barcos. ‘Todo el mundo quería disparar’. Fernández ‘pudo haberle dado sin duda’.
No tenía instrucciones sobre cómo proceder con los barcos estadounidenses. Con anterioridad había descubierto aviones a chorro estadounidenses y había dado orden de dispararles, sin éxito, pero eso era distinto. Los aviones estaban ‘violando nuestro espacio aéreo y participando en la intervención’. Si él hubiera atacado a los destructores que estaban a cierta distancia y ellos hubieran asegurado que solo estaban patrullando en aguas internacionales, ‘las consecuencias podían haber sido trascendentales”.
“Fernández era muy consciente de que tenía que ser ‘un oficial responsable’. No tenía ningún resentimiento hacia Estados Unidos. Había sido tratado con amabilidad durante su entrenamiento en Fort Sill, no iba a dar a los comandantes de esos destructores una buena excusa para que tomaran represalias e intensificaran la guerra. Tampoco ‘era lógico pensar que dos destructores atacarían solos’. Tendrían que haber ido acompañados de apoyo aéreo, y los aviones a chorro estadounidenses no habían atacado”.
“Él no llegó a esa conclusión enseguida. Al principio, manteniendo en la mira de sus binoculares los cañones de los barcos que navegaban a toda prisa, pensó que era posible que los destructores atacaran. Cuando redujeron la marcha y ‘casi pararon’, empezó a pensar que no dispararían.
Fue ‘el momento más dramático’ de la guerra. Se sentía muy solo. Echaba mucho de menos tener a otra persona responsable con la cual intercambiar opiniones”.
“La presión a su alrededor aumentaba. Sus hombres seguían exigiendo que se disparara. Estaban molestos por las bajas que habían sufrido. Fernández tenía tres obuses de 85mm y seis morteros”.(*)
(*) Evidentemente el Sr. Wayden, que es bastante preciso, por un problema de nombre se confundió, lo cierto es que ese día cuando los dos destructores se acercaron a la costa, yo poseía 2 baterías de cañones 85 mm que significan 12 piezas de artillería, 3 tanques T-34 y 5 SAU, lo que hacen 20 piezas de artillería.
“Ordenó que los alinearan a su derecha, casi directamente en el agua. A su izquierda alineó sus tres vehículos blindados semioruga soviéticos con sus cañones autopropulsados. Girón se olvidó por el momento. Dio orden de disparar los cañones individualmente, solo contra las embarcaciones pequeñas; pensó que podrían traer ‘otra brigada’. Nadie podía disparar contra los destructores. Fernández se mantenía mirando con sus binoculares para estar seguro de que no los habían atacado. En ese momento llegaron alrededor de otros veinte obuses de 85mm. El jefe que los comandaba también insistió en disparar a los destructores. Fernández ordenó incorporar esos obuses a los demás y seguir las órdenes que él había dado. Su nuevo frente se extendía ahora unas 150 yardas”.
“El debate acerca de disparar contra los destructores no duró mucho. Maestro de cadetes militares durante toda su vida profesional, Fernández tenía la voz de un profesor, la actitud de un comandante y sus subordinados harían lo que él decía sin muchas objeciones”.
“Entonces Fernández vio aviones de su fuerza aérea que también atacaban las pequeñas embarcaciones. Se alegró mucho. Era la primera vez durante toda la batalla que veía aviones amigos.
“Los destructores se dieron vuelta después de unos treinta minutos, calculó después Fernández. En aquel momento, no pareció ese tiempo. Parecía que nunca terminaría”.
“Un extraño silencio invadió el frente”.
“Para el comodoro Crutchfield en el Eaton la batalla tampoco parecía terminar”.
“Después que su sombra fiel, el Murray, se le volvió a unir, había estado reconociendo lentamente la costa Washington seguía presionando pidiendo información. Él podía ver algunas embarcaciones moverse al vaivén de las olas entre el Eaton y la costa. De repente, vio tanques que con un ruido sordo se dirigían hacia la playa desde la izquierda. Estaban a solo unas dos mil yardas de distancia. Abrieron fuego”.
“Uno de sus proyectiles pasó por encima del puente haciendo ‘zum’ y cayó a unas cincuenta yardas, demasiado largo para dar en el blanco. Otro se quedó a cincuenta yardas”.
“El capitán Perkins, también en el puente, pensó que habían determinado el alcance. Los artilleros del barco estaban listos. Pidieron permiso para devolver el fuego”.
“Crutchfield no le dio. Se planteaba muy seriamente devolver el fuego. Si los proyectiles hubieran caído más cerca lo habría hecho. Sin embargo, le habían metido tanto en la cabeza la conveniencia de tener extrema cautela que sentía la necesidad de esperar. Era evidente que Washington no quería que los destructores, el portaaviones ni sus aviones a chorro participaran en actos de guerra. En ese momento había que mantenerse sereno. Sí, tenía órdenes de defenderse. Pero ¿se trataba de un ataque serio? Él estimaba que no, que los proyectiles eran proyectiles que se habían desviado de la ruta. Procedían de tanques, no de a artillería, que había sido mucho más grave. El fuego de artillería de Fernández no estaba cayendo cerca de él. Crutchfield pensó que el bombardeo era errático y en realidad no amenazaba al Eaton ni al Murray”.
“Le dijo a Pete Perkins que se pusiera en camino. Seguido del Murray se movieron hacia el este, lejos de la playa y del fuego enemigo. Detestaban dejar las pequeñas embarcaciones detrás. Podría haber hombres de la Brigada en ellos que estaban tratando de escapar. Era inevitable. La próxima vez algunos proyectiles podrían dar a un destructor y se verían obligados a responder. Nadie quería iniciar la III Guerra Mundial”. Hasta aquí la larga cita de Peter Wayden en su libro Bahía de Cochinos. La verdad no dicha.
Es verdad que los barcos se retiraron. En ese instante tuve la impresión de que la guerra había concluido, y sentí un silencio enorme en mi cabeza, como si estuviera flotando en el aire. Fue la intensa descompresión que experimenté.
Para mí esos hechos y esa decisión, impuesta con firmeza y clara conciencia de su trascendencia, y la situación que se creó con las fuerzas que mandaba, constituyen el momento más trascendente y quizás los minutos de mayor presión que he experimentado en mi vida.
Pasaron los años. En marzo del 2001, durante la conferencia académica “Girón 40 años después”, que se televisaba en vivo, el Comandante en Jefe Fidel Castro, acostumbrado a tomar decisiones trascendentales, en tono de broma, pero reafirmando su aprobación, me preguntó:
—¿Con quién consultaste?
Abrí los brazos en plegaria, dibujé una sonrisa y respondí:
—Estaba solo. Con quién iba a consultar, ¿con los dioses?