Por Rebeca Chávez
“No hay organismo del Estado que pueda crear una cinematografía, pero sí puede ayudar a su surgimiento un clima espiritual adecuado, una atmósfera de creación y respeto que la propicie”. No hay ambigüedades ni neutralidades en este universo que imaginó y se propuso alcanzar Alfredo Guevara el día que nació el Icaic en 1959 y ahora vuelve en esta hora del siglo XXI.
Cada día el grupo de fundadores va entretejiendo una acción múltiple y descolonizadora en el proyecto Icaic. Nace un discurso nuevo y renovador desde películas de ficción, noticieros y documentales. En ese empeño tienen que nacionalizar una importante red de 519 salas de cines que sumaban 396 138 lunetas. Solo en La Habana 134 de 35 mm y un Cinerama. En 1958 Cuba tiene según censo 5 millones 832 mil 029 habitantes. Entonces no era nada fácil desarticular la hegemonía del gusto por el cine norteamericano y crear un nuevo público, y una institución que proclara que el cine unía Arte e Industria.
Obras nacidas en la dinámica revolucionaria ilustran la complejidad y los enfrentamientos de esos años. Muerte al Invasor, Historia de una batalla, PM, El negro…testimonian el instante, épica entrañable que sigue en el recuerdo, evocación íntima y memoria colectiva. Pero es sobre todo pm el que va a encarnar el debate político. Enseguida se revela como lo que es, pretexto, argumento tangible para las más visibles tendencias y posiciones ideológicas del momento. Cada grupo defiende y acomoda el significado y la interpretación de las imágenes-situaciones que pm sugiere. Debido a ese debate PM es convertido –gracias a una estrategia de manipulación tergiversada todavía hoy– en el documental más mitificado que se pueda imaginar. (…)
«hechos que vemos todos los días… dos hombres discuten en un bar, la soledad del Chori…. un hombre y una mujer tomando café con leche…trasnochadores que cruzan la bahía en la madrugada… de barra en barra con una guitarra, una tumbadora». Eso es (y sigue siendo) PM para su fotógrafo Néstor Almendros. El corto queda atrapado en la política y la ideología de un debate cultural cada vez más polarizado que va avanzando hasta alcanzar un clímax en 1961 en las reuniones de la Biblioteca Nacional. Un antes y un después de esos días.
Si uno revisa el cine cubano, es un cine muy de cara a la realidad, un cine polémico, un cine artísticamente ambicioso, en el que evidentemente los artistas se expresaron con libertad. Siempre se realizó a través de un presupuesto del Estado, totalmente del Estado, no interfirió de modo significativo en la libertad de creación, en que fuera un cine libre, un cine muy abierto a zonas de conflicto. Aciertos y errores. Por ser crítico, cuestionador, ha tenido que lidiar con una zona esquemática, dogmática, amante de los controles, más pegada a la propaganda que al arte o la complejidad de ideas, contra lo cual siempre hemos luchado los artistas y también instituciones como el ICAIC.
«Cuando defendemos el Icaic lo que realmente estamos defendiendo es el proyecto cultural que este representa para nosotros y para toda nuestra América», proclaman los cineastas. Es el año 91, una confrontación compleja envuelve al cine cubano. Siempre hubo un filme en el centro del diferendo, una apariencia, todos advertían y comprendían que se debatía algo de más calado, intentos que no alcanzaron la profundidad que demandaba el asunto. Nunca.
Argumentaban una y otra vez que el arte se alimenta de los conflictos y no de la complacencia y, de hecho, el arte producido en Cuba –su cine, su literatura, sus artes plásticas, su teatro– es uno de los más críticos con su realidad de los que se producen en América Latina.
«Siempre hemos supuesto que, en la Revolución, en el socialismo, es donde el arte y los artistas debían encontrar toda la libertad y posibilidades del mundo, donde la imaginación encontraría un cauce sin fronteras de ningún tipo para expresarse, y que esto, además, sería válido para todos, estaría al alcance de todos sin más límites que el talento y la voluntad y disciplina para el trabajo. Y esa es la relación que creo debe haber entre el arte y la Revolución. La libertad es también un ejercicio de responsabilidad. Y creo que se puede decir que nuestras ideas han predominado como representación del ideario o la utopía de la revolución», explica Senel Paz. Era el 34 aniversario del ICAIC.
II
Es Julio García Espinosa quien da un punto de giro en el Icaic y organiza formalmente a los cineastas en grupos creativos. «Realmente, nosotros en el Icaic siempre habíamos funcionado como un grupo de creación». Descentralizar, favorecer una presencia mayor de los artistas, garantizar su participación en las decisiones fundamentales no solo en las artísticas y sigue (…) «formaba parte de todo lo que fuera la política cultural del Icaic… no significó una novedad, no la considero algo nuevo en el Icaic, sino una continuidad». Pienso que este momento se está dando en el Icaic, con esta acción de Julio, una actualización para reforzar una concepción que ha probado su eficacia respaldada por una significativa producción. Una vez más se coloca en el centro del Icaic la idea del equipo creador como máxima jerarquía, compartiendo todas las responsabilidades.
Por estos días volveremos a encontrarnos con este cineasta comprometido con su tiempo, con su obra, con sus actos. Todo eso y más es Retrato de un artista siempre adolescente. Una historia de cine en Cuba, documental de Manolo Herrera que celebrará este marzo el nacimiento del cine cubano en la Revolución. En otro marzo (de 1991) Julio escribe a Fidel: «Curiosamente, mientras más discutíamos, mientras más proliferaban las divergencias, más se veía al Icaic como un bloque monolítico (…) era el debate como lo normal en nuestras vidas, lo que hacía posible la unidad entre nosotros. Hay que decir que los años en que el debate declinó, fueron los años en que el ICAIC más se debilitó»
III
«¿Qué pasa ahora? ¿Es que el Icaic se ha vuelto inconsciente, irresponsable? ¿Es que no se ha dado cuenta de los tiempos que vivimos?» Son interrogantes que se hace Julio en este mismo texto en el 91, retomadas en las Asambleas de Cineastas y el G 20 en el 2013. Se interroga al Icaic, se reclama un diseño conjunto del futuro, trabajar de una manera similar al equipo de 1959. Lo nuevo, el signo de la época es hacerlo de una manera horizontal, participativa, y –como señalara Julio– «la reflexión y el debate de ideas… el respeto hacia todas las tendencias artísticas».
La médula del asunto era el principio de la responsabilidad compartida. Es a través del debate y la discusión entre todos que se busca un camino para una unidad de acción que sigue apostado por hacer cine que arriesga, busca la calidad estética y es heredera de un público que dejó de ser pasivo (pero que puede volver a serlo ante la avalancha de ideas y de imágenes buenas y malas que circulan en las redes) quieren (queremos) lo que quisieron otros antes: encarnar en las obras conflictos, preocupaciones, seguir conectado con el Icaic, con la cultura cubana. Las conquistas de ese pasado no serán relegadas a un hecho histórico, el desafío es asumirlo, traerlo al presente con toda su diversidad en esta especial hora cubana. Cómo hacer, en palabras de Alfredo, que el clima espiritual adecuado, una atmósfera de creación y respeto sobreviva.
Los que no habían nacido o solo conocían la imagen del Icaic como una manzana de la discordia y a los cineastas –en diversos momentos– como artistas discrepantes, reciban por estos días estas imágenes como una sucesión de secuencias reveladoras de lo que hace una Revolución que vive en su gente.