Por: Jorge Núñez Jover*
Por estos días, he escuchado a varios dirigentes cubanos aludir a la necesidad de emplear el pensamiento científico para impulsar las diversas tareas en que estamos enfrascados y poner rumbo definitivamente al socialismo próspero, sostenible, democrático, inclusivo, que nos hemos propuesto. En particular nuestro Presidente Díaz-Canel ha sido enfático en esto.
¿Pero qué cosa es eso de pensamiento científico y por qué lo necesitamos?
Para comenzar digamos que el pensamiento científico es, sobre todo, un patrimonio cultural que todos podemos cultivar seamos científicos o no.
Permítanme una nota histórica. No siempre la ciencia ocupó un lugar central en la cultura occidental. Durante siglos, la fe y el dogma ocuparon en la sociedad medieval el lugar preminente que hoy tiene la ciencia. A Copérnico le costó la hoguera desafiar el dogma religioso. Galileo fue más prudente, pero a él también le recordaron que no se podían desafiar las ideas consagradas. Aquello de “y sin embargo se mueve”, si fue cierto, debe haber sido dicho en voz muy baja. Humberto Eco nos cuenta en su novela El nombre de la Rosa que las ideas emergentes eran guardadas y custodiadas en los monasterios en seguros cofres. No hay que olvidar que aquellos dogmas eran el soporte de un poder absolutista que expresaba los intereses de las clases en el poder, por eso eran tan persistentes y poderosas.
La gran revolución científica de los siglos XVI y XVII fue generando otra perspectiva cultural. No fue casual. El capitalismo en ascenso necesitaba el desarrollo de las fuerzas productivas y la victoria sobre el feudalismo generó nuevas demandas a las emergentes ciencias. No olvidemos que la palabra científico no existió hasta avanzado el siglo XIX.
Newton, Galileo y los otros eran llamados filósofos naturales.
La nueva ciencia estaba naciendo y con ella otra manera de ver el mundo e indagar sobre él. La especulación cedió paso a la experimentación. Poco a poco se fue entendiendo que los hechos de la realidad había que asumirlos como tales y que cerrar los ojos ante las evidencias, era cosa del pasado. El conocimiento se fue matematizando para avanzar en precisión y exactitud. Las nuevas teorías deberían ser presentadas públicamente y debatidas, nada de ocultar en baúles sellados las supuestas verdades. Y poco a poco fueron surgiendo las instituciones (academias, universidades) donde el conocimiento se cultivaba. Los filósofos naturales devinieron científicos y se convirtieron en profesionales reconocidos y financiados.
La historia es mucho más larga y compleja, pero sirvan esos apuntes para entender que lo de pensamiento científico es una conquista cultural que costó tiempo, esfuerzos y sangre.
A través de la educación el pensamiento científico dejó de ser el patrimonio de unos pocos avanzados y ahora está al alcance de todos, científicos y no científicos. Cuba es un ejemplo fehaciente de ello. El mayor avance lo propició la campaña de alfabetización y el impulso a la educación; las transformaciones en las universidades que siguieron a la Reforma Universitaria de 1962; el acceso gratuito a la educación a todos los niveles, incluido el doctorado; la venta de libros a precios subsidiados. Y tantas cosas más.
Sin embargo, ahora la sociedad está convocada a movilizar el pensamiento científico para seguir avanzando.
Tenemos que movilizar ese recurso cultural, en principio patrimonio de todos, para construir el país que queremos.
¿En qué se puede expresar en la vida cotidiana eso de pensamiento científico?
En primer lugar, en la exigencia de mirar la realidad tal cual es, sin dogmas que nos sujeten y solo rendirnos ante la evidencia, debidamente estudiada y procesada, colectivamente.
Se han aprobado muchas políticas y se ponen en práctica numerosas regulaciones. El pensamiento científico obliga a estudiar en profundidad la realidad y en ella apoyar cualquier propuesta. En este caso significa investigar la realidad a la cual se van a aplicar políticas y regulaciones antes de aprobarlas y luego de puestas en práctica estudiar en profundidad si ellas cumplen o no con las expectativas para las cuales fueron creadas. Estudiar cuidadosamente su viabilidad e impactos.
Subsisten deudas con la consulta a grupos de profesionales que han estudiado durante años ciertos temas y que, a la hora de decidir sobre estos, no son involucrados.
En estos días, gracias a la mayor apertura a la información que estamos viviendo (mesas redondas con altos funcionarios, mejor cobertura periodística de consejos de ministros y otras reuniones, etc.), sabemos que no pocas regulaciones, aún antes de ponerse en práctica, son como mínimo muy discutibles.
La pregunta es si se discutieron antes de ser promulgadas. La respuesta es que frecuentemente sí fueron debatidas, aunque en grupos relativamente reducidos. Probablemente entre personas que pensaban de modo semejante, con escasa apertura a las miradas críticas y las propuestas alternativas.
No basta con capacitar a quienes tienen que aplicar las decisiones (reunir a los cuentapropistas y decirles, por ejemplo, que habrá una sola licencia para cada uno). Se trata de someter a la crítica colectiva las ideas y saber corregir a tiempo las erradas o inoportunas. Eso es pensamiento científico.
Durante estos años hemos escuchado críticas a no pocas decisiones que ahora parecen inoperantes y contraproducentes. ¿No sería mejor, antes de promulgarlas, someterlas a un debate más abierto, donde se tomen en cuenta las discrepancias?
Fernando Martínez Heredia me dijo una vez, sentado en el balcón de mi casa, que la Revolución no siempre sabía aprovechar bien la inteligencia que había creado. Síntesis brillante.
El pensamiento científico nos exige un debate amplio con todos los interlocutores que algo puedan aportar. Sabemos que varias disposiciones promulgadas se están debatiendo en círculos más amplios, con grupos interesados que tienen argumentos para discrepar de ellas. Me parece una adecuada utilización del pensamiento científico.
Debería ser una norma inviolable que las políticas, leyes regulaciones, antes de ser promulgadas, sean debatidas ampliamente con las personas adecuadas, mientras más, mejor.
En 2019 tendremos una nueva Constitución, fruto del debate colectivo. A ella le sucederán un gran número de regulaciones, leyes que la implementen. El espíritu constitucional puede ser muy bueno, pero tenemos que asegurarnos que las regulaciones también lo sean. No olvidemos que el diablo está en los detalles.
Habrá que generar un cuerpo normativo profuso en tiempo breve. ¿Podrá ayudarnos el pensamiento científico a no equivocarnos y a construir la institucionalidad que necesitamos con el concurso de todos y para el bien de todos?
El ejercicio del pensamiento científico supone debate amplio donde los argumentos estén respaldados por la evidencia empírica y la solidez conceptual. Ambas cosas.
Pensamiento científico supone también algo que a falta de otro nombre llamaré “modestia institucional”. Los dirigentes y funcionarios de los ministerios tienen conocimientos y experiencias. Pero por fuera de ellos y no siempre convocados al intercambio, hay muchas personas, incluso especialistas, que también saben mucho. El ejercicio del pensamiento científico exige incluir a esos actores en los debates.
Recientemente asistí a una muy buena reunión donde había un montón de inteligencias cultivadas por la Revolución. A la pregunta de si ellos eran parte de consejos técnicos asesores de los ministerios afines a sus competencias profesionales, algunos respondieron que sí. Pero inmediatamente casi todos dijeron que no eran convocados frecuentemente para debatir cuestiones sobre las cuales tenían opiniones.
Debería reglamentarse que el funcionamiento sistemático de los consejos técnicos asesores es absolutamente obligatorio. En esos espacios las universidades e institutos de investigación deben ocupar un importante espacio.
Es obvio que el Pensamiento científico se beneficia mucho de la apertura informativa y las nuevas maneras de comunicación social por las cuales está apostando la dirección de nuestro país. No puede haber debate público provechoso si los asuntos de interés públicos no son ventilados públicamente.
Nuestro presidente habló recientemente de la necesidad de que las políticas de los ministerios sean de acceso público a través de los sitios web de esos organismos. E insistió en la necesidad del intercambio entre decisores y población. Al avanzar en esa dirección, se favorece el ejercicio del pensamiento científico.
El pensamiento científico puede enriquecer mucho la toma de decisiones y la corrección oportuna de los rumbos de la economía, la política, la cultura, de toda la vida social. Su ejercicio permanente debe servir también para fortalecer la convicción de que luchamos por un país aún mejor, al cual todos podemos contribuir.
Quizás Galileo no pensó en eso, pero para nuestro desarrollo, es clave. (Tomado de Cubadebate).
* Presidente de la Cátedra de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación de la Universidad de La Habana.