La sociedad ha cambiado los patrones de vida. Nadie mejor que quienes más han vivido para constatar esa evolución dialéctica. La transformación de la familia es un ejemplo. Otrora rígida y patriarcal, ahora, transigente y reflexiva.
La ciencia varió también los enfoques en cuanto a las potencialidades del ser humano. Del antiguo criterio de situar el inicio de la vejez alrededor de los 60 años —dado el desgaste del organismo—, se aceptan ahora parámetros más flexibles para el aprovechamiento de las capacidades físicas y psíquicas.
El ritmo del deterioro que acompaña al envejecimiento es individual. Muchos individuos conservan vitalidad y lucidez hasta edades avanzadas, mientras en otros caducan, incluso, ante de las seis décadas. En ello intervienen factores orgánicos, psicológicos y genéticos. No solo el estado de salud influye en el déficit vital.
Durante el proceso de envejecimiento también ocurren pérdidas naturales en las diferentes esferas de la vida —posición social, muerte de contemporáneos, menguas de atributos físicos— y si no se está preparado para afrontarles y buscar compensaciones, pueden alterar la psiquis y agudizar las minusvalías de la ancianidad.
Psiquiatras, psicólogos y sociólogos estudian esta evolución que deviene paroxística cuando se llega a los límites establecidos para una retirada del trabajo, porque para quienes están vinculados a una vida laboral intensa, significa frustración y sufrimiento.
La jubilación es, sin duda, un acontecimiento fijado para la segunda mitad de la vida. Aunque sin precisión en su impacto, en algunos individuos genera efectos negativos sobre la autoestima; en otros, se recibe como un nuevo comienzo.
El retiro oficial, es un proceso condicionado en quienes realizan una labor remunerada de cualquier tipo (profesional, técnica, obrera). No obstante, hay tareas, como las del sector de la prensa, que permiten alejar la jubilación porque su práctica no está reñida con la edad, siempre que la salud responda. Pero, por mucho que se alargue esa permanencia, llegará el día de la retirada.
Inicialmente, este acontecer es estimulado por aplazados planes (entonces posibles de realizar), nuevos proyectos que acometer, y el descanso vigorizante como alivio tras duros años de trabajo. Por tanto, en esa etapa primaria de la jubilación, se experimenta un periodo de continuidad aceptable. Pero, ¿qué ocurre, si aún los más optimistas descubren que sus proyectos eran demasiado ambiciosos e irrealizables? Sin dudas, sobreviene el desencanto y un descenso de la satisfacción personal.
En cualquier caso, los jubilados pueden reorientar sus planes para que la rutina inherente a su nueva condición, no se convierta en una “carga pesada”. En esto cumple un papel determinante la participación en círculos, asociaciones y grupos formales, el desarrollo de aficiones y actividades recreativas que compensen, hasta cierto punto, algunos de los beneficios que antes extraía del mundo laboral, y que favorezcan una adaptación sin traumas.
Cuando los roles familiares no han sido centrales, o no se ha preferido el tiempo libre ajeno al laboral, habrá más dificultades para ajustarse al nuevo status que implica la jubilación.
Y es que no podemos obviar el valor que la sociedad atribuye a la capacidad relacionada con la iniciativa, la competitividad, la confianza en uno mismo, la suficiencia, entre otras. Quienes respondieron a esos patrones, solamente amortiguan el impacto de la jubilación sustituyendo la ética del trabajo por una alternativa que le haga sentirse “ocupado”, asesorando con sus conocimientos a las nuevas promociones del gremio a que pertenecieron. Será como un proceso de ajuste, indispensable para asimilar la postergada jubilación.
En fin, las diferencias individuales, físicas y psíquicas, innatas en el ser humano, se imponen también en la recta final de la vida. No puede regirse por parámetros el momento del descanso merecido, porque a muchos que sobrepasan -incluso los 70-, les sobran energías e intelecto para demostrar su vigencia vital.