En los predios periodísticos poco se conoce y habla sobre la Imagen Cuba como estrategia para mostrarnos al mundo, y mucho menos del papel y lugar significativo que deben ocupar medios y periodistas en su ideación y consecuente expresión en el día a día de sus espacios informativos.
Puede afirmarse entonces que cualquier acción encaminada a proyectar el rostro de la nación al exterior triunfa o fracasa, si su correlato mediático no guarda coherencia e identidad con tal propósito.
Se trata, ante todo, de una gestión política pautada por la comunicación estratégica del Estado, por tanto intencionada, que deviene construcción simbólica para decirle al mundo quienes somos y a qué aspiramos como sociedad.
La Imagen País es, por tanto, comunicación y visibilidad del rostro nacional que se dibuja con los trazos precisos del ejercicio de la política, la economía, la cultura y el quehacer social, como también de la huella de su historia e identidad.
¿Puede entonces prescindirse de la prensa y de los periodistas?
En un mundo donde todo se sabe, aldea global mediante, toda acción de este tipo debe tener por base la cubanidad; es decir, quienes somos raigalmente, como retrato en familia con las dimensiones, colores, (sin) sabores y complicaciones de una sociedad diversa, luchadora, crítica, polémica, cambiante, soñadora.
La ideación, construcción y desarrollo de la Imagen Cuba está llamada a un debate sustancioso y permanente que reclama de la convergencia y articulación de todas las miradas posibles desde un diálogo, muchas veces contencioso, donde prime la inteligencia, la audacia y la capacidad creadora de sus estrategas y actores, cuestión aún distante en el horizonte, a saber.
Es por ello que puede y debe convertirse en un laboratorio permanente de estrategias y tácticas para el desarrollo de modelos de circulación de ideas; asimismo, en punto de encuentro de recursos humanos altamente especializados desde donde se generen acciones prospectivas en la dirección deseada.
Esa gestión debe sostenerse desde la una cultura comunicacional que no sólo es patrimonio y de uso exclusivo de periodistas y comunicadores, sino también, y ante todo, de dirigentes y servidores públicos, quienes muchas veces son claves en este engranaje. Este asunto pasa por el cambio de mentalidad, fenómeno que requiere de tiempo, pero en este ámbito como en otros de la vida y conducción del país, se anda ya contrarreloj.
Como puede apreciarse, la Marca País no es solo una operación de marketing, como erróneamente se piensa, destinada a promocionar a Cuba como un singular destino turístico o una campaña reactiva y puntual contra las acciones agresivas del vecino norteño.
La proyección isleña debe apoyarse en la imagen del David contra Goliat que ha identificado ante el mundo a la Revolución en estos casi 60 años de heroico bregar, pero al mismo tiempo comprender que todo capital simbólico debe soslayar a toda costa expresiones que lo hagan paralizante y, por tanto, necesita de constante renuevo como árbol que crece y se alimenta desde sus raíces.
En esta contienda al periodismo asume grandes desafíos.
La época en que el Partido y el Estado ejercían su práctica comunicacional sin la competencia de otros actores quedó definitivamente atrás aunque muchos vivan en ese espejismo del pasado.
El modelo mediocéntrico hizo aguas y, de entre los restos de ese naufragio, emerge una lógica de comunicación reticular que desdibuja los roles de emisor-receptor y trastoca las formas de distribución y circulación habituales de los mensajes y disparan hasta el infinito las posibilidades de expresión y diálogo social, tal como afirma uno de los documentos del recientemente finalizado X Congreso de la UPEC.
La terca realidad objetiva demuestra que el ecosistema mediático cubano ha crecido y transformado sustantivamente con el empleo de internet y sus infinitas maneras de llegar y relacionar en tiempo real a cientos de seres en el planeta, y con ello la posibilidad de mostrar otros proyectos de país (no siempre afilados a la propuesta de la Revolución) afincados en narrativas y lecturas de la realidad nacional que le sirven de sostén ante la opinión pública a la cual va dirigida.
Hoy, por ejemplo, a través de las redes sociales, blogs, comentarios en los sitios digitales, listas de correos electrónicos, entre otras posibilidades, son ya millones los cubanos y cubanas que cuentan con la posibilidad de dibujar, desde su subjetividad, el país intimo en el cual viven y compartirlo sin fronteras y ni mediaciones excluyentes. Esa es también imagen país, tal vez la más cotizada por testimonial y, por tanto, más diversa y creíble a los ojos de quienes la descubren y conectan en el ciberespacio.
En tales circunstancias, resulta crucial no perder de vista que tiene las de ganar quien llegue primero a informar y lo haga con mayor amplitud, la mejor cosecha de argumentos y desde una narratividad convincente y seductora. He ahí el reto.