Hace años que la redacción y los demás locales del periódico Invasor no quedaban —literalmente hablando— vacíos. ¿Será que fumigaron el inmueble? ¿Habrá autorizado el órgano “vacaciones masivas”?
Ni lo uno, ni lo otro.
Metidos “en ropa de campaña”, periodistas, fotógrafos, diseñadores, choferes, directivos… todo el mundo se concentra en los bajos del poligráfico avileño. Unos han traído machete, otros escoba, rastrillo, recogedor o simplemente la voluntad de hacer lo que haga falta.
Fatal día para la mala yerba, envalentonada con las últimas lluvias. También para el exagerado ramaje de árboles recién podados, así como para todo lo que, de alguna manera, sobra en el entorno o lo afea.
Si alguien imaginó que sería asunto de silbar y cantar se equivocó de cuajo. Como diría un buen guajiro, hay que guayar duro de verdad; sudar blusas y camisas.
Aún así, se disfruta esa forma de trabajo voluntario y a la vez productivo. ¿Cómo no cerrar fila junto a los trabajadores de la poligrafía en beneficio del lugar donde se permanece la mayor parte del tiempo durante la semana?
La faena, sin embargo, no concluye con la evacuación, a bordo de un camión, de todo lo desechable. Con igual impulso, el colectivo periodístico le va encima un rato después a salones, oficinas, demás áreas de trabajo, baños y pasillos del rotativo para, escoba y trapeador en mano, dejarles las mejillas a punto de caramelo, en medio de un ambiente anecdóticamente sano, alegre, jocoso, familiar.
¿Qué ello sucede en cualquier órgano de prensa cubano? Nadie lo niega. Precisamente por eso estoy tecleando estos apuntes; porque denota sentido real de pertenencia, cuidado, apego al lugar donde se trabaja cada día.