El cambio de mentalidad y lo humano, el nacimiento de la cubanidad, otros de los temas abordados por Manuel Calviño en La sabatina de Fresa y chocolate, el 29 de septiembre de 2018.
Por Manuel Calviño
Sobre el cambio de mentalidad, casi siempre hago una historia que me encanta, por su valor “parabólico”. Si hacemos una encuesta en Cuba acerca de cuántos cubanos están convencidos de que necesitamos como personas más autonomía, más decisión; o como empresa, más autonomía, más decisión; o como instituciones presupuestadas, más autonomía, más capacidad de decisión, creo que las respuestas positivas se acercarían al 100%.
Según la televisión, que obviamente es una contadora de historias relevantizadas (hechas relevantes por ese efecto “constructor de agendas” que tiene), en estos días la discusión del Proyecto de Constitución (en el que todos estamos implicados y ojalá que comprometidos) todo el mundo (este es un rasgo muy de cubano: la generalización contundente de mi punto de vista) entiende que hay que ganar en autonomía. Comprenda, así dice la televisión siguiendo determinados criterios de relevancia, y no otros. Esto sucede en cualquier lugar del mundo, ¿eh?; no solo pasa en Cuba.
Entonces, la historia que quería contar. Recuerdo que estaba en la Terminal 3 del Aeropuerto José Martí, esperando a unos colegas que venían creo que a un Congreso de Psicología —uno de Colombia, uno de Perú, uno de Chile y otro de Uruguay. Ustedes saben, si uno está esperando en el aeropuerto a cuatro personas que vienen en el mismo vuelo, pero de cuatro países latinoamericanos distintos, seguramente está esperando un vuelo de Copa (risas en el público).
Ahora ubico el contexto: había una prohibición de entrar al aeropuerto para las personas que no fueran viajeros ¿recuerdan? Ese es un modelo mental interesante, que desconoce la naturaleza humana, la identidad del cubano. De cómo se inscriben ciertas prohibiciones, ¿verdad?, que tienen una disonancia, una legitimación de un cierto sentido exclusionista, que construyen prácticas que desestiman los componentes identitarios… claro, de manera oculta. No sé si intencional, creo que no, espero que no…Es una subvaloración de “lo cubano”, un ataque a la identidad y también a los derechos. Claro que habrá quien va allí a crear problemas, a robar o a luchar su pacotilla…, pero los cubanos vamos al aeropuerto porque somos solidarios, amistosos, gregarios, entusiastas… Se piensa, malsanamente, en “lo que trae el que llega”, y se obvia “lo que pone el que está, el que recibe al que llega”.
Con la lógica inversa: no es el paradigma positivo, es el estereotipo negativo el que se toma como protagónico, obviando lo esencial, obviando incluso una metodología martiana: “Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece”.
Insisto, son “prohibiciones disfrazadas” con procedimientos excluyentes, que atentan contra la percepción del valor de ser, de identificarse como “cubano”.
Vuelvo al aeropuerto, al vuelo de Copa, y a la prohibición contra natura del cubano de no poder entrar si no eras el/la que viajaba, esperando sin poder entrar a sentarme. Entonces aparecen dos compañeros correctamente uniformados, de los que no convierten el uniforme en ropa de fiesta: recortan la saya, estrechan los pantalones, se ponen medias caladas, se aprietan las mangas, etc. con solapín incluido. Y de un modo muy profesional, educado, amable, informan que a partir de ese momento se podrá pasar al interior del aeropuerto y piden unos minutos para retirar las barreras. Cuando terminan la retirada de los artefactos, dicen: “Muchas gracias, ya pueden pasar”. Y ¿qué sucedió? ¡No se movió nadie! ¡Nadie! Aquello me recordó “El ángel exterminador”… para los cinéfilos. De pronto, las miradas de los presentes se dirigen al mismo lugar (Calviño hace señas, hacia él mismo). A ver qué hace el psicólogo. Otra vez un problema de imagen inadecuada: los psicólogos no hacemos, los psicólogos observamos lo que la gente hace, ¿no? Y yo inmediatamente, pongo cara de terapeuta distante. Pasa un rato, y nadie rompe “la autocensura”… no hay prohibición externa, ya se puede… pero, hay “inercia subjetiva”, duda, desconfianza.
A los cinco minutos sale, una compañera, policía, con su uniforme azul (también bien llevado, aunque con unos aretes casi de “jaula de pájaro”, y una hebilla con tantos colores y cosas que vaya…) Se acerca a los funcionarios del aeropuerto, y les dice: “Oye, aquí esto no funciona, échense para un lado”, y con la misma, haciendo sonar un silbato de profesor de educación física, mirando al grupo de los “esperantes”, dice: “A ver… este personal que está aquí… ¡para adentro! Y todo el mundo entró (risas en el público).
Todos seguramente somos portadores de la idea de la autonomía, del derecho, del ¿por qué no? Todos, en nuestros diferentes espacios abogando por la autonomía. Pero…con una mentalidad en la que parece estar inscrito un precepto: “Solo se hace algo cuando te autorizan a hacerlo”. Por mucho que sepamos incluso que es más fácil ser perdonado que autorizado.
Es claro que hay un tema que tiene que ver con la configuración subjetiva, que es mucho más que la discursividad, que es mucho más que la palabra, ¿verdad?, y que está ubicado en la naturaleza humana, que es una construcción biológica y social. Los grandes hombres y mujeres son grandes hombres y mujeres porque de alguna manera, en algún fragmento de su vida, trascienden su época, pero siguen siendo miembros de su época.
Yo casi muero de espanto reactivo. Ese de una primera impresión mecánica (sistema 1… ja,ja)… por la expresión y por lo que significa para mí la figura del Che. Estábamos preparando el libro El Che en la Psicología latinoamericana, sobre los aportes del pensamiento guevarista a la psicología continental, y a través de mi hermana —fíjense lo importante que es mi hermana, que es gran mujer, hermosa persona—, consigo que Aleida March me regale su libro sobre sus evocaciones sobre el Che. No sé si ustedes lo han leído, pero es un libro hermoso, sensible, humano, enriquecedor, valiente, honesto, comprometido, que nos regala una dimensión del Che por la que uno lo admira más. Y hay un pequeño fragmento en el que Aleida cuenta el momento en que ella le dijo al Che que estaba embarazada y cómo Ernesto Guevara de la Serna, el hombre inmenso, le responde: “Que sea varón, porque si es hembra la tiro por el balcón”.
Entonces uno se dice: no, ese no es el Che, Aleida se equivocó, no es así la historia. Y no dudo que alguien pudo haberle dicho: quita eso (u otras cosas que son verdades que pueden doler). Esa es la reacción paradigmática. Pero, podemos superarla, podemos despertar al vago (al sistema 2). Y entonces aparece el Che, ese es el Che en todo su esplendor y grandeza como lo que es: un ser humano.
Esa dimensión humana lamentablemente es una dimensión muy oculta, y ocultada, en la Historia. Y cuando yo pienso como psicólogo en la importancia del valor de un Céspedes, de un Martí, de un Agramonte, en fin, de los grandes próceres, no solo miro su lugar en la construcción de la independencia, en la lucha por la independencia, sino en la construcción de la cubanía, la emergencia de una nueva subjetividad social y una nueva subjetividad individual. El proceso de aparición de un nuevo cubano (un hombre nuevo, una nueva mujer).