Por Enrique Milanés León
CARACAS.— Hace poco se cumplieron 200 años de la aparición en Angostura, actual ciudad Bolívar, del periódico Correo del Orinoco, relevante no solo por ser el primero del país con carácter independentista, sino también porque tuvo como fundador y articulista nada menos que a El Libertador. Del 27 de junio de 1818 al 23 de marzo de 1822 vieron la luz 133 ediciones del órgano que luego, en una segunda vida para la Revolución, reapareció el 30 de agosto de 2009 de la mano de Hugo Chávez, el líder que siempre supo y explicó que en Venezuela no hay camino sin Bolívar.
Además de ideas sin fin, El Libertador siempre tuvo en la cabeza la necesidad de asentarlas en blanco y negro. Ya en 1816, al fracasar la expedición de Los Cayos de San Luis y ser incautada por los españoles una imprenta de campaña, la Gaceta de Caracas, de nuevo en poder realista —porque fue patrimonio alterno de España y de las fuerzas patriotas e incluso en 1815 había mudado el nombre, de Gazeta… a Gaceta…— se burló con esta nota: «…los aventureros no tenían ni una playa donde desembarcar, pero venían provistos de una máquina para imprimir y de tipos de imprenta».
Simón Bolívar sabía lo que hacía. Cuando se estableció en Angostura, en 1817, ordenó a José Miguel Istúriz la compra en el exterior de una imprenta para sacar un periódico que diera voz a la patria y corrigiera los bulos de esa Gaceta. Igual indicación dio a su consejero Fernando Peñalver, quien se hallaba en Trinidad y, al parecer, no pudo cumplir el pedido: «Mándeme usted de un modo u otro una imprenta, que es tan útil como los pertrechos».
A la postre, la máquina —cuyo pago, insuficiente, fue completado con la entrega de 25 mulas guayanesas— llegó y dio soporte al nacimiento de Correo del Orinoco con su editorial de apertura: «Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público».
Detrás, o delante de todo, estaba Bolívar, quien había rozado el periodismo en Inglaterra, el 5 de septiembre de 1810, cuando publicó en el Morning Chronicle una carta, cual si fuera «un español de Cádiz dirigiéndose a un amigo suyo en Londres», para denunciar el bloqueo de la Regencia Española a la entonces provincia de Venezuela, a cuyos hijos Madrid tachaba de «rebeldes».
Desde joven leía los periódicos con el mismo sentido crítico con que otros lo «leían» a él: el capitán Alfonso Moyer, comisionado en secreto por Luis XVIII para vigilar al venezolano, escribiría al monarca francés: «Es un hombre que sigue con gran cuidado los sucesos de Europa por medio de la prensa europea…».
Era la semilla editorial del militar y político dotado además para la pluma, al punto de que varios de sus críticos han tenido que reconocerle la prosa precisa y elegante del gran periodista. El escritor español Salvador de Madariaga escribió que «…si el estilo es el hombre, en Bolívar había una riqueza humana maravillosa. Basta que se deje ir para que lo que escriba sea maravilla», y destacó la agudeza y espontaneidad en los textos del guerrero.
Seguramente esa agudeza lo llevó el 27 de febrero de 1819 a polemizar —como se cree— en Correo del Orinoco, bajo el seudónimo J. Trimiño, con el reconocido redactor del campo realista José Domingo Díaz, a quien recomendó: «No escriba V. más caballero Díaz. Ya que no sabe escribir podría V. guardar silencio que es lo que V. haría admirablemente…».
Su talante rebasa la ironía. En carta a Santander sobre el manejo de La Gazeta de Colombia, orientaba: «A todas las cosas se les debe dar las formas que corresponden a su propia estructura, y estas formas deben ser las más agradables para que capten la admiración y encanto. Mucho importa que ese diario, que tiene tan buenos redactores, trate las materias de un modo regular y periodístico».
Acerca de El Correo de Bogotá, que dirigía el propio Santander, le señaló: «…hasta cuando publique usted remitidos como cartas, búsquele a esos remitidos novedad en lugar de esos “Cartas al director”, titúlelos, atraiga con la materia, señale qué tiene esa carta al director, con el título».
La indicación a Tomás de Heres era harto interesante: «Los artículos deben ser cortos, picantes, agradables y fuertes». Lo mandaba un jefe que escribía, y bien.
Disparaba con la imprenta —para él, «la artillería del pensamiento»—, así que era común ver alguna en cada expedición. En la campaña por el Alto Perú, que culminó en 1824 en Ayacucho, una mula trasera llevaba la máquina que, de parada en parada, sacaba volantes de El Centinela en campaña para dar a conocer la marcha de la guerra. Pero tal editor era muy exigente: cierta vez le comunicó en misiva a su secretario José Gabriel Pérez: «Remito a usted El Centinela, que está indignamente redactado, para que usted mismo lo corrija, y lo mande de nuevo a reimprimir, a fin de que corra de un modo decente y correcto. Despedace usted esta infame gazeta para que quede mejor».
Como reportero de paz en plena guerra, al llegar a un pueblo Bolívar indagaba entre la gente, o mandaba a hacerlo, para ponerse al tanto de sus necesidades y opiniones.
Igual que mentes y pueblos libres, El Libertador plantó un semillero de periódicos en Sudamérica, pero desde otros —frente decisivo, al fin y al cabo— recibió feroces ataques. En Chuquisaca escribiría al general Santander: «Hemos quitado la mordaza de la boca para que nos digan injurias, y se está realizando la fábula de la serpiente con el hombre, que al primer calor que sienten, emplean su saña contra sus benefactores».
Las más duras descalificaciones venían desde La Gaceta de Caracas, que le llamaba lo mismo el primer malvado de América que el déspota o el tirano, el inhumano, el perverso… Grande como era, escribió una vez cierta frase que aún ilumina al gremio periodístico: «…hombres de luces y honrados son los que deben fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un azote».
Así era el guerrillero de letras Simón Bolívar: un hombre que consideraba a la opinión pública como la primera de todas las fuerzas y que llamaba sin tintas tenues a «…despedazar en los papeles públicos a los ladrones del Estado». Bajo su visión vio la luz Correo del Orinoco, periódico que, según nota de El Constitucional Caraqueño del 13 de septiembre de 1824, «ganó más batallas, hizo más prosélitos que las memorables jornadas de nuestra Guerra de Independencia».
Las sigue dando. Cada 27 de junio, cuando Venezuela celebra su Día del periodista y entrega los premios Simón Bolívar de la disciplina, este cronista de sangre martiana piensa que trabajamos en la misma redacción: así como el guía de Carabobo es una pluma a respetar, cada reportero americano debe sentirse un soldado en el otro ejército de El Libertador.