No vengo aquí a dar un discurso. Vengo, haciendo un paralelo con lo que se hace en los púlpitos, a ofrecer testimonio. Porque he sido, a lo largo de muchos años, un peculiar seminarista de este que pudiéramos considerar como un templo muy especial —de la sabiduría, del emprendimiento y de la virtud—, en la Unión de Periodistas de Cuba: el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, que cumplirá 35 años este 17 de octubre.
Doy fe de que en otros momentos, cuando parecía más lejano el sueño de transformar el periodismo cubano de la Revolución y hacerlo todo lo liberador y antienajenante, quijotesco en el sentido más profundamente guevariano, desencartonado y auténtico al servicio de sus públicos, cuando parecía que para lograrlo habría que superar algo así como el inmenso e infranqueable muro de la serie Juego de Tronos con su castillo negro, en los espacios de esta institución nadie se asustaba con los «caminantes blancos»; o para decirlo en mejor cubano, en sus pasillos y sus aulas se espantaban aquellos fantasmas que tanto entorpecieron el camino y todavía lo hacen.
Como editor de medios asistí a varios de los seminarios y cursos que se brindan en la instalación. Podría afirmar que hacerlo ofrecía eso que en el mundo actual se llaman ventajas comparativas, porque además de salir enriquecida la agenda temática, sobre todo aquella que despierta mayor interés en los públicos, lo hacía la capacidad innovadora. Convertimos hasta en una práctica establecer agenda tras los diferentes cursos del Instituto.
Cuando los datos, informaciones y análisis que permitirían entender mejor el desenvolvimiento de sectores estratégicos para la actualización socialista parecían protegerse con siete candados, debajo de un complejo manto de silencio, era en este Instituto donde podían obtenerse reveladoras partes del misterio.
Todavía hace una semana algún funcionario admitía, en el último seminario de actualización sobre economía, que sentía «verdadero terror» por estos importantísimos servidores y mediadores públicos que somos los periodistas. Lo cual quiere decir que no cesa la amenaza de los «caminantes blancos».
Por lo anterior no es casual, ni caprichoso, que los directivos del Instituto defiendan el criterio de que los seminarios que se imparten, sobre todo los que abordan sensibles asuntos de la vida cubana, no son conferencias de prensa, sino herramientas para la preparación y la proyección editorial y el mejoramiento de los modelos de gestión mediática. Ello es lo pertinente para favorecer el ambiente de transparencia y franqueza entre quienes ofrecen y quienes reciben los cursos.
Puede afirmarse que el Instituto, que cuenta con el apoyo de la Federación Latinoamericana de Periodistas, realiza una contribución esencial a la necesaria y urgente transformación de los modelos de gestión mediática, porque el perfil de los cursos de postgrado que se imparten —a propuesta de sus cátedras, que se encargan de estudiar las tendencias contemporáneas de la profesión y diseñan los programas que son aprobados por el Comité Científico y el Ministerio de Educación Superior y su facultad de Comunicación— apuntan a tendencias, lenguajes y herramientas contemporáneas del periodismo y a múltiples especialidades del conocimiento. Lo anterior se completa con temas como el periodismo de José Martí, el enfoque de género en la comunicación, las técnicas narrativas, la integración regional y las políticas públicas de comunicación, la actualización del modelo económico cubano, y las transformaciones provocadas en la comunicación mediática por el empleo de las nuevas tecnologías.
El avance en la especialización posibilitó, incluso, diseñar cursos específicos en atención a las necesidades de quien los solicita. Dicha variante se acomete, además de en el centro, a través del llamado programa Trashumante, mediante el cual académicos y profesionales cubanos fueron recibidos en naciones como Bolivia, Ecuador, Colombia, Nicaragua, Perú y Venezuela.
Solo para el curso 2018-2019 están cercanas a las cincuenta las acciones educativas previstas, entre posgrados, jornadas académicas, coloquios, cursos, talleres y diplomados.
Son miles los periodistas y comunicadores de unos 30 países los que en estos 35 años han pasado por sus aulas o se beneficiaron de sus conocimientos. En el período entre el IX y el X Congreso de la Upec egresaron 5 744 periodistas y otros profesionales de la comunicación, de los cuales 2 525 fueron colegas de los medios territoriales y 682 de otras nacionalidades.
Ello fue posible también, gracias a la existencia de El Costillar de Rocinante, la residencia cuyo nombre ya de por sí es un símbolo del ingenio y la creatividad que debe caracterizar a nuestro periodismo y de la voluntad del Estado revolucionario, y especialmente de Fidel, de dotar a los profesionales de la prensa en Cuba de una instalación básica para su crecimiento profesional en el momento más agudo del período especial.
Es un verdadero tesoro de los profesionales de la prensa cubana aquel diálogo de Fidel con Guillermo Cabrera en el VII Congreso, a quien bautizó para siempre como «El genio», un calificativo que no requiere de mayores explicaciones viniendo de quien en aquel evento —que se extendió a pedido suyo— mostró una particular sensibilidad hacia los dilemas del periodismo revolucionario cubano, y se pronunció por impulsar proyectos para facilitar su acceso privilegiado a las tecnologías, sobre todo a Internet —la red que consideró fue inventada especialmente para los desheredados de este mundo—, así como para la solución de sus diversos y agudos problemas materiales.
Y al hablar de la relación entre Fidel y Guillermo, quien lideró el Instituto en la década del 90 del pasado siglo, es preciso exaltar que otras de las grandes fortalezas de esta institución —junto a sus trabajadores, colaboradores de diversas instituciones nacionales e internacionales y conferencistas—, han sido sus directivos, comenzando por Eduardo Blas Yassells, pasando por Antonio Moltó Martorell, hasta el actual Ariel Terrero Escalante. Los primeros honran con sus nombres y su obra el altar más hermoso del gremio, el de sus premios nacionales de periodismo José Martí. Ariel, quien todavía no está en ese tabernáculo, desde hace tiempo forma parte de las vanguardias profesionales del sector y se cuenta entre los más entusiastas de sus revolucionadores. Esto último es una bendición para un Instituto cuya obra, no importa cuán grande y edificante fuera en estos 35 años, está inconclusa y siempre seguramente lo estará, porque la superación y el conocimiento son como la utopía, siempre tan motivadora como inalcanzable.
Agréguese a ello que el X Congreso de la Upec nos dio una encomienda desafiante, aunque tan hermosamente martiana como este Instituto: la fundación de un verdadero modelo de periodismo socialista, que deberá tener las rampas especiales de despegue en la Política de Comunicación del Estado y del Gobierno —la primera de esta naturaleza tras el triunfo de la Revolución—, y en la nueva Constitución que emerja del debate actual en el país.
No imagino el éxito en ese empeño sin esta institución, sin su proyectada modernización, sin la adecuación de sus cursos y programas a las ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías, las cuales permiten ampliar exponencialmente su radio de influencia, tanto al interior como al exterior del país; como tampoco sin las proyecciones de su cátedra de modelos de gestión, entre otras tantas urgencias.
Tampoco imagino el éxito si no rompemos con lo que llamamos ahora el «institutocentrismo», e involucramos a las direcciones de los medios y las delegaciones de base de la Upec en la concepción de una superación desde la base, vigorosamente sustentada desde los presupuestos, y dirigida a resolver los problemas profesionales —y hasta la desprofesionalización— que afectarían la concreción de los nuevos modelos de gestión editoriales y hasta económicos donde sea posible, para lograr la sostenibilidad del sistema de medios públicos del país y su mejor sincronización con la revolución tecnológica en marcha.
Si el 17 de octubre de 1983, con la apertura del Instituto Internacional de Periodismo José Martí se soltó el genio —haciendo una parábola con la definición de Fidel sobre Guillermo Cabrera—, ahora se trata de que, con ese genio, alcancemos nuestros más grandes milagros.
Muchas felicidades por los 35 años.
Estaremos junto a ustedes para procurarlos.
(Palabras del Presidente de la Upec, en el acto de celebración de los 35 años del Instituto Internacional de Periodismo José Martí)