Mi madre!, me dije cuando, como integrante del jurado del Concurso Nacional de Biografía convocado por el Instituto Nacional del Libro en 1998, leí la obra enviada por Irene Forbes: As de espada, que intentaba reflejar e interpretar a Ramón Fonst Segundo. ¡Cará -me seguí diciendo con alegría- los alumnos van dejando atrás a sus profesores! mientras recordaba mi labor al frente de la inserción de los estudiantes de Periodismo en Juventud Rebelde.
Ella brillaba en el grupo por su asistencia, puntualidad y disciplina en los encuentros teóricos y los trabajos asignados. Su entrenador, Boada, la adiestraba con el florete luego de mi guía vespertina. La muchacha llegaba de noche a su hogar Al otro día, de nuevo a las dos aulas. Jamás decayó en la entrega y el entusiasmo
El libro me estremecía cada vez más. Magnífica investigación con un análisis muy profundo, dado todo con buena prosa sin atarse al didactismo a pulso que hace huir a los lectores como el diablo de la cruz, como comparaba mi abuela en momentos adecuados. ¡Cuánto respeto, cuánta pasión y admiración lejos del canto ante cualquier arista! Así debe ser.
Sin atarlo a la perfección, nos traía a un ser humano caballeroso, de destacados dones físicos y espirituales, gran batallador, con una hoja deportiva maravillosa: a los 17 años se convirtió en el primer campeón olímpico de América Latina en los II Juegos París 1900, al ser el mejor espadista; y su país no era república todavía. En los II, San Luis 1904, encabezó al seleccionado que arrasó y condujo a su patria al cuarto puesto en el medallero. Actualmente, es el cubano más galardonado en el magno certamen: cuatro de oro y una de plata.
Más allá del estudio y la dedicación, comprendí lo mucho que le debía también la autora a su cercanía a los duelos sobre la plataforma: bronce panamericano, dos veces as nacional, contienda olímpica. Sabía lo que era batirse florete en mano, darse entera en cada salida y no siempre cristalizar los anhelos, con un físico apropiado para balista o discóbolo y la lucha cotidiana contra no pocas incomprensiones: desde los prejuicios por su cuerpo hasta algunos conceptos errados.
Ya retirada me confesó que varios funcionarios le criticaron su ingreso a la universidad: “Necesitamos que le metas el cerebro solo al deporte; tú estás para ganar medallas, olvídate de tanta escribidera”. De un maestro recibió algo así: “O eres estudiante o eres atleta de alto rendimiento. Tienes que decidirte por una de las dos carreras”. Junto a la sonrisa algo triste me soltó: “Con esos truenos, mi hermano, crees que podría revelarles que yo padecía de ataques epilépticos. Me hubieran dejado fuera del equipo. Y el deporte me ha apoyado muchísimo el enfrentamiento a la enfermedad”
Irene podría haber muerto el 6 de octubre 1976 cuando, criminales al servicio de los yanquis, hicieron estallar en pleno vuelo un avión de Cubana. Iba a cubrir el torneo donde nuestro seleccionado juvenil arrasó en un centroamericano de categoría superior. Al no llegarle la visa, no formó parte de la lista de los Mártires de Barbados. Su libro sobre aquellas víctimas de la violencia imperial, Soles sin manchas, es un tributo tierno y combativo a sus compañeros de lidia atlética.
As de espada obtuvo por unanimidad el primer premio del certamen, de manera compartida con un logrado texto sobre la vida de Fernando Alonso, uno de los creadores de la Escuela Nacional de Ballet.
La sorpresa y la tristeza me golpearon varios años después, mi camarada de trinchera fallecía al fallarle el corazón luego de una intervención quirúrgica exitosa, el mismo que jamás lo hizo durante su batallar agonal y en la existencia. La tarde anterior de su adiós, conversamos por teléfono y me informó que trabajaba en un testimonio acerca del titular mundial de billar, Alfredo de Oro, y acopiaba datos sobre uno de los campeones olímpicos cubanos menos conocidos: Manuel Dionisio Díaz, para realizar lo mismo.
Merecida recordación del cronista Joaquín Ortega a la periodista-deportista, o al revés, Irene Forbes. Ambos son mis amigos, aunque ella haya dejado de estar físicamente con nosotros.