Preámbulo
Septiembre 12 de 1973. Al filo del mediodía Fidel arriba a Hanoi. A partir de entonces, y durante cinco jornadas, desaparece la distancia geográfica entre Vietnam y Cuba.
Aquellos también fueron días luminosos y tristes[1]. Camino a la patria de Ho Chi Minh, el Comandante supo de la asonada golpista contra el gobierno de la Unidad Popular en Chile. Aún desconocía la suerte de Salvador Allende, pero los acontecimientos de la nación sudamericana le producían indignación y pesar.
No fue distinto el impacto al contemplar de cerca la tragedia del pueblo vietnamita. No pudo evitar que la tristeza lo estremeciera más de una vez durante aquellas jornadas intensas y de emociones encontradas: “solo viéndolo se puede captar en toda su magnitud el crimen cometido contra este pueblo heroico… Pero hemos visto también cosas admirables y extraordinarias”, diría después.
Mas, el optimismo del primer ministro cubano ganó la pulseada sentimental en los territorios arrebatados a los ocupantes gringos en el sur del hermano país, donde se desmoronaba el mito de la invencibilidad del ejército norteamericano. Ante los protagonistas de la gran hazaña militar, Fidel encarnaba la gratitud de un mundo en lucha resuelta por su definitiva emancipación: “¡el mundo tiene que estar agradecido de ustedes, han servido también a la causa de la independencia de los demás pueblos, le han prestado un gran servicio a la humanidad!”[2].
Ningún vietnamita ignoraba la osadía del único mandatario extranjero que irrumpió en un escenario tan complicado. Cuarenta y cinco años después aún impacta el atrevimiento. La gran mayoría de quienes lo vivieron, y muchos de los que entonces no habían nacido, hablan del suceso, con respeto absoluto e idéntica gratitud en cualquier lugar de Vietnam.
De tal resonancia quiere dar fe el libro Un guerrillero antillano en el paralelo 17, a propósito del aniversario cuarenta y cinco del memorable acontecimiento. Fue escrito –gracias al apoyo resuelto de la emisora La Voz de Vietnam– con el ánimo de ponerlo a tiempo a disposición del público; pero con el apremio del tiempo.
¿Cómo los vietnamitas enfrentaron el reto de proteger al Comandante en circunstancia tan peligrosa?, ¿cuántas tensiones generó semejante reto?, ¿por qué el enemigo no pudo olfatear a Fidel cuando este le rozó la nariz en aquel escenario de guerra?
Consciente del peligro que entrañaba para el visitante presentarse en un territorio plagado de minas, bajo el asedio permanente del enemigo, y con la amenaza adicional de un ciclón, la dirección vietnamita intentó persuadirlo para que no llegara a la zona de guerra: “sabíamos lo que significaba Fidel para el Movimiento de Liberación Internacional; no queríamos arriesgarlo”, razona un exdiplomático vietnamita. “Si no voy al sur, mi visita no tiene sentido”, respondió el Comandante.
Fidel no subestimaba los riesgos; pero jamás dudó en desafiarlos cuando tuvo motivos; y Vietnam esta vez era su motivo. Y una vez más el líder cubano se mostró tal como había sido antes y como seguiría siendo después, en horas de definiciones: coherente con su peculiar “manera de ver y apreciar los peligros y los principios”[3].
Era el mismo hombre que, tras concluir su alegato en el juicio del Moncada, pidió que lo enviaran a la prisión para compartir la suerte de sus compañeros, ya presos; el que desafió al mar furioso, para no abandonar a uno de sus hombres que había caído al agua en la oscuridad de la noche, durante la travesía del Granma; el mismo que después encabezó la batalla por el rescate de un niño cubano secuestrado en Miami, y por traer de vuelta a la isla a cinco patriotas encarcelados en los Estados Unidos. Ese Fidel que no abandona a los suyos ni en la peor de las circunstancias, es el que acompañó al pueblo de Ho Chi Minh en la hora difícil.
Su ojo de profeta, en medio de la más atroz destrucción, avizoró al Vietnam de hoy: un país entonces increíble para la mayoría, pero cierto para el Comandante. Y de nuevo el optimismo de Cinco Palmas, cuando con solo siete fusiles, y un ejército pisándole los talones, vaticinó la victoria.
Exfuncionarios del servicio exterior de Vietnam, traductores que acompañaron al líder cubano en la arriesgada incursión, jóvenes, profesionales, gente común, y héroes cuyas hazañas rozan la leyenda, y que asumieron la responsabilidad de proteger al Comandante en la nación indochina, ofrecen los testimonios que dan contenido a esta obra. Hablaron con afecto entrañable, y algunos develaron aristas no conocidas de aquella visita.
Superadas las emociones inevitables que supone recorrer los caminos recorridos hace cuarenta y cinco años por el líder cubano en suelo vietnamita, y como un homenaje sencillo –a Fidel por su ejemplo, y a Vietnam por su historia–, dejo al juicio de los lectores, las anécdotas recogidas sobre la presencia de Un guerrillero antillano en el paralelo 17.
José Llamos Camejo
[1] Calificativo que le dio el Che Guevara a los días de la crisis de octubre de 1962.
[2] Fidel Castro Ruz: discurso pronunciado en Quang Binh, Vietnam. 16 de septiembre de 1973.
[3]. En su Carta de despedida a Fidel, el Che Guevara se declaró “identificado siempre” con la vertical decisión del líder cubano, de defender los principios aunque ello implicara enfrentar grandes riesgos.