El consenso representa una diversidad de ideas que se conjugan para llegar a una especie de aprobación de camino. Pero es heterogéneo, como la unidad. Se habla de unidad porque hay diversidad. El consenso de que hablamos es muy diverso interiormente. La patria cubana siempre ha necesitado la unidad, y una de las causas de grandes fracasos que ha sufrido en sus luchas para emanciparse ha sido la desunión. La unidad ha sido y será fundamental, pero no vale plantearla en abstracto. Requiere sentido, orientación.
Cuando se quiere hablar de unidad en abstracto suele citarse a José Martí: “Con todos, y para el bien de todos”. Lo citaba Grau San Martín. Los politiqueros cubanos lo citaban mucho. Pero en el cuerpo del discurso que se conoce con ese título, “Con todos, y para el bien de todos”, Martí señaló a quienes se autoexcluían del todos: los que le tenían miedo a la guerra, los que propalaban el racismo, los lindoros, los olimpos de pisapapel, los alzacolas… Eran muchos los que se autoexcluían, y pudo haber señalado también, entre otros, como hizo en distintos textos, a los autonomistas y los anexionistas.
Martí trató con millonarios que ayudaron a la causa cubana, pero dejó claro que “el arca de nuestra alianza” eran los trabajadores. Quiero echar mi suerte con los pobres de la tierra, dijo, y lo hizo. No solo porque escogió ser pobre, sino porque venía de una historia en la cual los más ricos abandonaban crecientemente el proyecto emancipador. No hubo otro Céspedes, no hubo otro Agramonte. Por el camino, Fidel Castro también trataría con millonarios, pero en La historia me absolverá expresó: “Nosotros decimos pueblo, si de lucha se trata…”, para enumerar a los sectores más humildes de la población, los más necesitados de justicia y, a la larga, los más naturales aliados de ella, “el arca de nuestra alianza” de Martí.
El “con todos” va a ser siempre un desiderátum, una aspiración. De él se van a autoexcluir muchas personas. Hace poco, en otro texto el autor de quien esto escribe decía, un poco humorísticamente si se quiere, que a menos que a nuestros millonarios actuales les haya dado por leer muy bien El manifiesto comunista, “Nuestra América” y La historia me absolverá, y se decidan a trabajar por el socialismo, es muy probable que no haya que contar con ellos para construirlo. Como me decía el otro día un amigo, los millonarios que apostaron por la independencia y por la soberanía de Cuba se suicidaron como millonarios, y los de hoy se suicidaron ya como pobres, si antes lo fueron.
Dejemos ahí ese dato. No para excluir a nadie, sino porque debemos saber que no todo el mundo se va a incluir en el desiderátum de la unidad. Habrá muchos que estén aspirando, sobre todo, a defender sus intereses personales más egoístas. Con esos habrá que tratar de contar; pero, en general, vale prever que no contaremos con su apoyo, si de construir gustosa, voluntaria y conscientemente el socialismo se trata. Quien apueste ante todo por sus intereses más egoístas no aspira a la emancipación colectiva ni a la equidad. Eso debe tenerse claro, aunque el propósito sea que todos participemos. En la realidad, cada quien se encargará de autoexcluirse o incluirse. Un neoautonomista o neoanexionista —quizás le debemos quitar el neo— dijo que Martí aspiraba a totalidades imposibles. ¡No! Martí no aspiraba a totalidades de ese tipo. Él mismo enumeraba a quienes se autoexcluían de la revolución, y —repítase— recibía la colaboración de algunos millonarios, pero tenía como “el arca de nuestra alianza” a los pobres de la tierra, con quienes echó su suerte.
Eso lo mantenemos hoy, salvo que dejáramos de aspirar a construir el socialismo u olvidáramos que ese sistema, aún no construido en ningún lugar del mundo, es un propósito emancipador, justiciero, por el cual vale la pena, y la alegría, luchar. Sería una etapa transicional en la historia, y las transiciones pueden consumarse o no consumarse, y conducir o no conducir a una victoria mayor. Basta saber que, para que el socialismo se consume, el mundo tendría que seguir existiendo, y la humanidad no ha demostrado ser capaz de mantenerse viva hasta la eternidad, aunque merecería lograrlo.
Las adversidades van a estar presentes siempre. Es más, si algo debilitaría el proyecto socialista sería tal vez que desaparecieran las adversidades, porque así podríamos sentirnos desarmados o sin necesidad de armarnos. Precisamente en la unidad y lucha de contrarios, en la lucha contra las injusticias, en la búsqueda de la equidad, se fortalece el ideario socialista.
Una Constitución en sí misma no pasa de ser un texto. Si no la incorporamos al pensamiento, y al funcionamiento social, es letra muerta. La del 40 —vale reiterarlo— no triunfó porque no tuvo el entorno que hiciera posible su aplicación. La nueva Constitución, que da continuidad a la de 1976, se crea para un pueblo voluntariamente decidido a lograr que se aplique. Pero cuando decimos un pueblo decimos la mayoría de él, no podemos idealizar a ningún pueblo, todos son heterogéneos, los integran fuerzas diversas. Hay quien está por la honradez y quien está por el bandidismo, hay quien está por la equidad y quien está por el egoísmo. Pero la mayoría del heterogéneo pueblo es patriota y revolucionaria. Entiende la importancia no solo de la soberanía, sino también de la equidad, y no aspira a convertirse en millonarios.
En una charla con jóvenes, un compañero a quien aprecio mucho decía: “El capitalismo no tiene nada bueno”. Llamaba así la atención sobre el hecho de que ese sistema se basa en la injusticia. Pero los jóvenes se aterraron, porque muchas veces habían oído que se debe buscar “lo bueno del capitalismo”. Como los vi aterrados, les dije: “Yo quisiera hacer una corrección al compañero. El capitalismo tiene una sola cosa mala: los millonarios son muy pocos”. Si usted quiere capitalismo, debe saber que habrá un grupito de millonarios y muchísimos explotados, y los millonarios no están por la equidad, sino por enriquecerse. Si alguno de ellos es capaz de sacrificar su riqueza al bienestar colectivo, bienvenido sea; pero preparémonos para que frente a nuestra unidad haya sectores, fuerzas sociales que no están por la equidad y, en consecuencia, no están por el proyecto colectivo de justicia social.
Esa es una de las cosas que no debe perderse de vista en la nueva Constitución, y vale creer que la mayoría del pueblo la tiene clara. Otra cosa es la soberanía nacional. Otra más, el imperialismo. Este puede vestirse de Caperucita Roja, o tener un césar elegante, seductor, capaz de engañar a mucha gente, como Obama, a quien ahora le dicen Oblablá. Pero el imperialismo sigue siendo el mismo. Y cuando tenga un césar elegante, su elegancia no estará en función de emancipar a la humanidad, sino de que el imperialismo perdure.
Al patán Donald agradezcámosle que venga a sacudir a quienes albergaron ilusiones. Algunos hasta sirvieron de intermediarios a los intereses divulgativos de Obama en Cuba, algo que todavía está por estudiarse, porque hubo quienes disfrutaron difundir la imagen de Obama simpático, de Obama cómico. Pero si alguien se ilusionó, por si alguien se quiso confundir o sencillamente se confundió, el patán Donald vino a recordar qué es el imperio, y Cuba no puede olvidarlo, porque el imperio no empezó a tratar de apoderarse de ella después de 1959.
En 1805 el mismo Thomas Jefferson a quien, según Obama les dijo a los vietnamitas, le gustaba el arroz de Vietnam, cuando era presidente —fue el tercero de la naciente potencia del Norte— le instruyó a su secretario de Guerra que se preparase para tomar Cuba. Y la teoría de la fruta madura se acuñó en 1823, algo más de un siglo antes de que naciera Fidel. Estamos hablando, por tanto, de una contradicción esencial entre un pueblo que se planteó ser independiente y un imperio que siempre ha intentado someterlo, ni siquiera anexárselo.
Recordémosle eso, una vez más, a los anexionistas equivocados, si es que los hay de buena fe todavía —a lo mejor los hay—, para que no se confundan más. No crean que el imperio está interesado en anexarse a Cuba: intenta dominarla, como a todos los pueblos que él considera inferiores. En 1889 Martí escribió su “Vindicación de Cuba” contra difamaciones con que en la prensa estadounidense se expresaba menosprecio raigal hacia el pueblo cubano. Son algunas verdades que nadie debe olvidar. Otra es que la honradez no es un lujo, no es un adorno. La honradez forma parte de la eticidad esencial del ser humano. “Hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”, escribió Martí.
La Constitución tiene que ver con la legalidad, y si algún día entre legalidad y ética surge alguna contradicción, estará equivocada la legalidad, y habrá que replanteársela. Si la legalidad no sirve para salvaguardar la ética, no sirve para nada. Ese es un principio que debe guiarnos en nuestro funcionamiento cotidiano, en un país que —recordémoslo— viene de una historia muy larga y muy lamentable de “la ley se acata, pero no se cumple”. Y encima de esa tradición, que la Revolución se ha planteado revertir, y debe revertirla, se ha montado la pérdida de ciertos valores del respeto a la propiedad social, porque pasamos de una propiedad individual, privada, capitalista, a la propiedad colectiva, y quizás no fuimos suficientemente capaces de demostrarnos a nosotros mismos qué significa la propiedad social, que no es que no sea de nadie, sino que pertenece a todos.
Pero para que sea de todos, todos debemos cuidarla, y todos debemos ser capaces de hacerla funcionar bien, y al Estado, que es administrador, le corresponde ser capaz de demostrarle al pueblo que esa propiedad es de él, del pueblo. Cuando, digamos, en alguna reunión, en algún círculo de estudio, leo u oigo hablar del “Estado como propietario”, digo: “Si el Estado es propietario, habrá que expropiarlo, porque el propietario tiene que ser el pueblo, y el Estado tiene la misión de administrar, bien, la propiedad social”. Al Estado, al Partido, a las fuerzas políticas revolucionarias cubanas, a la educación, a las instituciones, a las organizaciones de masas, a todos nos toca fomentar la cultura de la propiedad social, para que seamos capaces de respetarla y hacerla productiva. El mito de que la propiedad social está condenada a ser ineficiente lo han fabricado y lo propagan los interesados en defender la propiedad privada.
Esas son algunas de las cosas que no debe perder de vista el pueblo cubano, y debe recordar que una Constitución es muy importante. “Un detalle en el órgano es a veces una revolución el sistema”, escribió Martí, ¡y qué clase de detalle es una Constitución, que es en sí misma una revolución, o puede serlo! Pero si no hacemos de ella una herramienta de funcionamiento, un medio para conocer nuestra realidad y transformarla, guiarla acertadamente, cuidarla, con mimo incluso, y recordar que la equidad, la honradez, la ética no son adornos, entonces ninguna constitución valdrá de nada.
Quien esto afirma, tiene también la esperanza, la convicción, la certidumbre de que el pueblo cubano —su gran mayoría— va a saber no solo aprobar la nueva Constitución, va a saber no solo discutir y opinar, sino que va a ser capaz de defenderla como garantía para salvar la equidad. La prosperidad, efectivamente, es necesaria; pero no debe confundirse con la riqueza de los millonarios, porque los millonarios son unos pocos, y habrá quienes se enriquezcan por distintos caminos. Pero no se debe perder de vista que la concentración de la propiedad conduce a la concentración de la riqueza, y a la concentración de la riqueza se llega no solamente por la concentración de la propiedad. Se llega asimismo por la concentración de la corrupción, uno de los grandes peligros que el pueblo cubano no podrá dejar de combatir nunca, salvo que ella desapareciera, y entonces habrá que impedir que resurja.
Salvemos la equidad, salvemos la unidad críticamente —una unidad no amorfa—, salvemos el sentido de soberanía y la equidad social que nos hemos planteado alcanzar y debe dar respuesta a siglos de injusticia, revertirlos. No pensemos que la justicia es fácil de construir. Fácil de construir es la injusticia. Si queríamos millonarios, si queríamos injusticia, no había que hacer ninguna revolución en Cuba. Bastaba dejarla suelta del 58 para acá, y habría seguido el camino del capitalismo. Pero ese es el camino contra el cual nos pusimos, contra el cual se puso la mayoría del pueblo cubano, con Fidel a la cabeza. Si no cuidamos el rumbo escogido, podemos perder lo más grande que ha logrado el pueblo cubano: la Revolución, con su sentido de equidad, con su sentido de honradez, y si la honradez se ha resquebrajado por aquí o por allá, pongámonos todos en función de salvarla. Eso será salvar la Revolución. (Tomado de Cubarte)
Estimado Luis: Gracias por este oportuno análisis y la disección que haces de asuntos que debemos tener presentes ahora Y MAÑANA
Muy bueno este análisis. felicidades.