Un día me dijeron: Ismael González, a partir de ahora el Granma Campesino comenzará a ser Granma Internacionalista, y tú vas a trabajar en él. Bueno, no sólo a mí, a todo el personal del Campesino se lo dijeron. Y así fue como empezamos.
En Cuba no circulaba mi trabajo. A veces alguien recortaba un pedazo del periódico y lo mandaba a algún familiar con eso de mírame que me hicieron una foto, léeme que salgo en un reportaje. Fueron muchas las historias de los médicos, los maestros. No eran sólo militares, había hasta madereros.
Cuando aquello las misiones eran de verdad. Uno casi que las hacía de gratis. Lo que pagaban mensualmente era el equivalente a 30 dólares en la moneda del país al que fueras.
¿A Angola me preguntas, periodista? A Angola fui cuatro veces. Uno sabía que había que ir allá, que eso estaba feo, que hacía falta. Pero qué va, cuando uno llegaba era que lo entendía todo de verdad.
Oye, ver una ciudad tan bonita como Luanda totalmente destruida, sin cristales en los comercios, desierta… Era muy triste, un país sin vida.
Allá las enfermeras trabajaban en medio de las infecciones con un niño enganchado en la espalda, porque no había quién lo cuidara, ¿sabes?
Por esa época a mí me habían acabado de dar un apartamentico, y la pila del baño no era muy bonita. Y con los mil kwanzas en que se habían convertido los 30 dólares de ese viaje fui yo a un comercio de militares. Y nada más que pude comprar la pila. De lo más buena, mil kwanzas era lo que costaba.
Y quién te dice a ti que, cuando llego al aeropuerto, la aduana de Angola no me deja traer la pila, como si fuera una bomba. Lo único que compré en todo el viaje fue eso y para nada. Ahora tú te ríes, pero aquello no tenía gracia por ningún lado que se mirara.
En otra ocasión yo andaba trabajando con Roberto Gilí, y a él le empieza a dar fiebre. Y lo acompaño al hospital porque nos lo tenían más que advertido. En África había muchos mosquitos, las condiciones de vida eran horribles, y si estábamos enfermos no podíamos volver a Cuba así que había que curarse de todas, todas.
Llegamos. A los dos nos hacen la prueba de la gota gruesa. Y a él, que tenía fiebre, le da negativo. Por supuesto, a mí que estaba entero me dio positivo, tenía Paludismo.
A esa hora convencer al doctor de que no nos dejara ingresados en el hospital. Le juramos que íbamos a hacer reposo en el hotel. Y ahí nos quedamos. Pero imagínate, eso fue en 1983, cuando aquello Estados Unidos estaba invadiendo Granada. Y yo pensando que si la situación se complicaba yo no podía hacer nada, y además estaba enfermo y lejos de mi casa… La de cosas que me pasaron por la cabeza con la fiebre esa de 42 grados. Yo nunca he sido gordo, pero en ese momento me puse que parecía un güin.
En medio del Paludismo nació mi hija Yordanka, y me enteré como a los 15 días. Y cuando llegué no pude ni darle un beso. Eso era así.
Yo no conozco a nadie que haya estado en Angola en aquella época y no se haya sensibilizado, y no se haya convencido de que había que echar eso pa´lante.
Una vez fuimos a la región de Mayombe a ver a unos campesinos alzados cortadores de madera, que lo hacían con el fusil al hombro. Al medio de la selva fuimos a parar con escolta y lanzacohetes.
Jamás vi en ninguno de mis recorridos por Angola ni un león, ni un elefante ni un mono. Pero aquella vez a la hora de regresar por poco les caemos a tiros a unas moscas que estaban en la camioneta.
¿Que cómo así? Muchacha, ¡si parecían jicoteas por el tamaño que tenían! Y nosotros con el susto de la mosca verde, que decían que si te picaba te morías por los gusanos que te empezaban a salir de adentro del cuerpo.
Pero qué va, fue más fuerte la vergüenza, ¿¡qué iban a pensar si usábamos los lanzacohetes esos para matar cuatro moscas!? Y las espantamos. Por suerte se fueron.
Si tuviéramos más tiempo te contara más. Pudiera estar días enteros porque son muchas las historias. Pero eso es lo fundamental. A Angola le hacíamos falta, y no había más que pensar, ese era el lugar donde yo tenía que estar.
Paola Cabrera Rodríguez
Fuente: Cubadebate.cu