Jóvenes estudiantes universitarios, raigalmente atrevidos, en ocasiones le otorgábamos a un profesor querido, a sus espaldas, un sobrenombre respetuoso que no era otro que el de la figura histórica, el autor literario o el investigador prominente del que nos hablaba con la pasión de a quien tenía como un paradigma en su quehacer en el tiempo y espacio específicos.
Nunca supimos a ciencia cierta si aquellos inolvidables docentes llegaron a descubrirlo, aunque podía sospecharse que sí, a causa de alguna leve sonrisa socarrona con la que acompañaban posteriores comentarios en torno a un personaje favorito que nos enseñaran a cobijar.
Mucho menos pude imaginar que años después convertido en profesor de periodismo, y en particular del crédito de Maestría “Tendencias del Periodismo Contemporáneo”, en la Universidad de La Habana, el Instituto Internacional de Periodismo José Martí y en la Universidad Bolivariana de Venezuela, también antes de la entrada a mi turno en el aula, algún estudiante, deslizara el risueño comentario de “ahora viene (Ryszard) Kapuscinski”.
Y todo a causa de la confesa delectación con la que exponía la trayectoria profesional, la ética, la obra, leída y comentada y los aportes de este periodista polaco, y la insistente recomendación a su lectura, que siempre he formulado y formularé a los jóvenes colegas.
Debo decir con ánimo justiciero que no fue hasta mediados de los años 80 del pasado siglo que incursioné en la hasta entonces para mí desconocida letra impresa de Kapuscinski, gracias al escritor mejicano Paco Ignacio Taibo II, quien ofreció en la UPEC un brillante y aportador post grado sobre Periodismo Literario, por el que desfilaron principales autores y corrientes.
Entre otros clásicos, los estadounidenses Upton Sinclair, John Ernest Steindbeck, John Dos Passos, John Reed, Ernest Hemingway y Norman Mailler, el francés Andre Malraux, el argentino Rodolfo Walsh y el colombiano Gabriel García Márquez, en una relación crítica de nombres imprescindibles. De las corrientes analizadas, sin falta el llamado nuevo periodismo de Tom Wolf, la novela de no ficción de Truman Capote, y el Go Bonzo de inmersión, entre las más notables vertientes.
Pero tampoco Taibo II podía sustraerse a la fascinación transmisible que le provocaba Kapuscinski, al definir con el desenfado creador que le caracteriza, al periodismo literario como uno que “saquea todos los recursos literarios”, en aras de conseguir un periodismo estéticamente eficaz.
Huérfanos como entonces nos encontrábamos de bibliografía actualizada el prolífero autor conferenciante se ocupó de hacer mimeografiar y distribuir piezas antológicas de autores y corrientes que enriquecerían mi futuro andamiaje docente.
Fue así que para conmigo, en tanto que coautor junto al entrañable Ricardo Sáenz del ensayo biográfico Caamaño, uno de cuyos ejemplares recién salidos de imprenta le obsequiamos, de su parte tuvo la especial delicadeza de reciprocarme con la entrega de dos de los libros de Ryszard Kapuscinski, El Emperador y Un día más con Vida, aunque con otro título, La Guerra de Angola, de la casa editorial Siglo XX.
Tan pronto me sumergí en sus lecturas, me sorprendí de lo cerca que estuvimos en los dos escenarios y momentos en los que se erigían las citadas obras, monumentales reportajes antológicos.
La primera de ella desmontaba con acierto y originalidad el singular sistema de poder del desaparecido “rey de reyes”, el emperador Haile Selassie y narraba algunas anécdotas reveladoras en ocasión de la conferencia fundacional de la Organización de la Unidad África, hoy Unión Africana, a la que ambos acudimos para cubrirlo informativamente, con la diferencia de que yo no era más que un emergente y prematuro corresponsal en El Cairo, apenas un proyecto de periodista, y Kapuscinki era ya un profesional de renombre y liderazgo.
De Un día más con Vida o “La Guerra de Angola”, me sacudió en particular su evocación al personal del hotelito Tívoli en Luanda, del que se despedía en octubre de 1975, a escasos días de que se albergara allí el primer grupo de corresponsales cubanos en situación bélica, del que formé parte, con la encomienda de contribuir a desbaratar las calumnias propagandistas de poderosos medios occidentales, al servicio del expansionismo racista sudafricano y el neocolonialismo imperialista de Estados Unidos y socios europeos en pos de las riquezas naturales angolanas.
A juzgar por lo que se lee en las páginas de ese libro, Kapuscinski llevaba prisa por volcar en letra impresa intensas vivencias de un recorrido desde el extremo sur del país, donde dijo haber apreciado los primeros atisbos de una inminente invasión sudafricana de lo que informó en Luanda, a mandos de la defensa de la recién estrenada independencia.
Merece detenerse en el capítulo dedicado a la emigración masiva y desesperadamente infundada de familias portuguesas, plasmada de manera genial mediante el protagonismo de los detallados y contrastantes contenidos de los contenedores apilados en los muelles de Luanda, en un enriquecido y superado con creces uso de los recursos simbólicos de la escuela del Nuevo Periodismo de Wolf.
Asimismo a través de las descripciones del tamaño y calidad de las maderas de las cajas junto al valor y el significado de los objetos, nos cuenta la historia colonial africana y las diferencias clasistas.
Solo por la estructura e intencionalidad manifiesta de las dos obras citadas, razón ha llevado Paco Taibo II y a ese criterio profesional y metodológico me sumé convencido, en ubicar la obra periodística literaria del polaco en la vertiente del reportaje ensayo.
Desde la temprana aparición de su primer aporte bibliográfico, Viajes con Herodoto, en los años 50, su prologuista ocasional confesó resultarle difícil clasificar la obra, puesto que si en ella predomina la dinámica estructura del reportaje, se lee a la vez como un ensayo en el que recurre a la antropología y la etnografía.
Marcado por semejante simbiosis genérica transcurrirá en lo adelante el quehacer periodístico de Kapuscinski de tal manera que su siguiente legado editorial, más allá de las coberturas informativas como corresponsal de la agencia de noticias PAP, se centra en África, iniciando así, sea dicho de paso, una especial vinculación con los procesos de descolonización en este continente.
En Estrellas negras proporciona lúcidas semblanzas sobre los líderes africanos que conoció y con quienes estuvo en contacto a finales de los años 50, a las que luego seguirían en este ámbito político regional, los dos libros citados y además Ébano, un conjunto de relatos y crónicas sobre diferentes países africanos, de un valor especial, toda vez que asume una actitud intencional que aspira a cambiar el mundo, mientras se propone explicarnos la compleja realidad africana.
Con la atenta mirada puesta en lo que acontece en cualquier latitud, a su aguda observación, certera investigación y pluma se deben La guerra del fútbol, en la que registra en un reportaje mítico el enfrentamiento en junio de 1969 entre Honduras y El Salvador por la clasificación para el mundial en dos partidos que acabó degenerando en un sangriento conflicto fronterizo de cinco días, que revela la tenue frontera entre fútbol y política al sur del río Bravo, precedido de trágicos episodios de suicidios de fanáticos y tempestuosos funerales de lo real maravilloso.
A los jóvenes rebeldes de los países del Sur, que inspirados en la leyenda tras la muerte de Ernesto Che Guevara en Bolivia, dejaron la piel luchando por la libertad de sus países, ya sea en Oriente Medio, América Latina y en Mozambique, dedica una serie de reportajes, publicados en 1975 bajo el título de Cristo con un fusil al hombro.
Fiel al talante de reportero ensayista, asombra y cautiva de nuevo con la entrega de El Sha o la desmesura del poder, luminosa síntesis reporteril que disecciona las claves de la derrota de la déspota monarquía persa y el triunfo de la revolución islámica de los Ayatola en 1979.
Para quien se inició en el periodismo a los 17 años en la revista Hoy y Mañana, su paso por la agencia polaca de noticias PAP fue la forja verdadera en la que cumplió desde 1958 a 1981 un fecundo ciclo de reportero y testigo de multitud de acontecimientos mundiales.
Si bien en esa última fecha cerró, con 60 años a cuesta, una etapa profesional cargada de riesgos, entre guerras, conflictos, pandemias, golpes de estado procesos de descolonización, revoluciones y violencia política, seguiría la del Kapuscinski escritor maduro y reflexivo que toma el pulso de la vida.
Hacia 1982 empezó a tomar notas sueltas y aparentemente inconexas en torno a lo que sucedía a su alrededor, sazonándolas con grandes dosis de reflexión acerca del destino del hombre y el mundo contemporáneos que reúne en Lapidarium IV.
Aparecen posteriormente Encuentro con el otro, un ensayo de la diversidad humana, y de particular interés para todos los periodistas Los cínicos nos sirven para este oficio, un libro conversado (de conferencias reflexivas) articulado en 1999, y que constituye toda una aleccionadora exposición deontológica sobre y para el ejercicio del periodismo.
Un año antes Guillermo Cabrera Álvarez, director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, y yo, que organizábamos el Primer Encuentro de Corresponsales de Guerra, gestionamos la presencia de Kapuscinski, a lo cual respondió con gratitud, pero su salud ya seriamente quebrantada desaconsejaba un desplazamiento desde la distante Europa.
De aquellos incisivos textos Juventud Rebelde reprodujo algunos en ediciones dominicales, e inclusive coincidí con la entonces subdirectora Rosa Miriam Elizalde en intentar una entrevista a distancia con el paradigmático colega.
Bastante tuvo que llover para que nuestra editorial Pablo de la Torriente Brau sacara a la luz El Emperador, o más recientemente Contra la Neutralidad del investigador Pascual Serrano, que al menos devela aristas fundamentales de Kapuscinski, junto a otros de la honrosa galería entre los que figuran John Reed, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa.
Aunque merezca saludarse, sin embargo, aprecio que aún estamos en deuda respecto al autor polaco, ya sean en textos completos o selectivos, por y todo cuanto todavía sigue aportando en el buen hacer y el mejor decir periodísticos cuando lo acompaña inspiración, creatividad y el respeto a la audiencia. Y de matera relevante para tomar notas de sus lecciones de como “saquear” los recursos e instrumentales de la literatura en aras de la eficacia comunicativa que deje huellas, influya, sensibilice y movilice el pensamiento.
En fin, una fuente valiosísima de la cual beber estudiantes, iniciados y cujeados en el arte de indagar, informar e interpretar en medios de comunicación.
Pero nada de esto puede desligarse de la práctica de una ética que nos señala Kapuscinski en sus conferencias habladas y recogidas, como que ante los acontecimientos “lo importante no es ser allí un periodista, sino salirse del papel del periodista y compartir personalmente la suerte de las personas sobre las que se escribe”.
O que “mi tema principal es la vida de los pobres…Si soñáis con ser periodistas no podéis ignorarlos. Los pobres constituyen el 80 por ciento de la población de este planeta”.
Sin haber conocido en el ejercicio pleno de la profesión el apogeo de la digitalización de hoy, concedía a ciertas reglas del contacto directo y personal de tú a tú, una importancia capital que no debe disminuirse en los días que corren.
Así para Kapuscinski lo fundamental es estar “dentro de la cultura sobre la que se tiene que informar” e insistía en que “el tipo de relaciones que establezcamos con el otro definirá nuestro trabajo: si fallamos en este sentido, no podremos hacer bien nuestra profesión; a la inversa, si establecemos intercambios humanos intensos y ricos, encontraremos la fuente de nuestro material”.
De su vasta experiencia, reflexionó en los años finales que “escribir es arriesgarse y que, en el fondo, no importaba tanto el hecho en sí de que se publicara un trabajo, como las consecuencias que se seguían. Cuando uno opta por describir la realidad, su escritura influye sobre esa realidad”.
En los cimientos de sus ideologías profesionales se erige un cardinal apotegma rector que trasmitió, en un encuentro con jóvenes estudiantes, según el cual para ser un buen periodista lo primero que se necesita es ser un buen ser humano.
Amen.