Orlando (Olo) Gómez, combatiente de la Columna Uno del Ejército Rebelde, comandada por Fidel Castro, conoció en la Sierra Maestra al ecuatoriano Carlos Bastidas Argüello, el último periodista asesinado en Cuba por los esbirros de la dictadura de Fulgencio Batista, en 1958. En un encuentro celebrado en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba, en La Habana, el pasado 13 de marzo de 2018, Olo (desde el triunfo de la Revolución y hasta su jubilación ejerció el periodismo en el diario Granma), rememoró las horas que compartió con Bastidas y las circunstancias en que este fue ultimado.
El texto que presentamos a continuación no solo es un testimonio de Olo, es también un intento de reconstrucción del citado hecho, porque cuenta con las notas o voz en off (en letra cursiva) de la periodista Ángela Oramas, viuda del periodista Juan Marrero, Premio Nacional de Periodismo José Martí, quien dedicó muchos de sus esfuerzos al resguardo de la historia del periodismo cubano. Gracias a la gentileza de ella, son precisadas fechas y detalles que la memoria no suele retener, al haber contrastado los acontecimientos narrados con el libro Andanzas de Atahualpa Recio, obra de la autoría de su esposo. Por eso a veces el autor es citado, así como otros testigos, entre ellos Jorge Ricardo Massetti, Maldonado y el propio Olo.
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—Han transcurrido sesenta años, son unos cuantos que me han hecho perder una parte de la memoria, del recuerdo de una noche en que íbamos de camino a Montería, El Jíbaro o Las Vegas de Jibacoa, entre fines de abril y principios de mayo de 1958. Sorprendentemente, en ese trayecto conocí a un periodista ecuatoriano: Carlos Bastidas. Nos pusimos a hablar y luego nos pasamos la noche y parte de la madrugada conversando.
Bastidas llevaba alrededor de un mes en la Sierra Maestra, con el seudónimo de Atahualpa Recio, específicamente en La Plata, donde conoció a Fidel, a Celia y a otros combatientes de la dirección del Ejército Rebelde. Fue de los primeros que habló a través de Radio Rebelde antes de que esta emisora se fundara oficialmente y fuera trasladada a La Plata. Ya había hecho muchas entrevistas y fotos, aunque no había escrito nada de lo que pensaba divulgar por el mundo en el momento en que conoce a Olo.
—Él me habló de su vida, y me di cuenta de que tenía delante a un joven de unos veintidós o veintitrés años con un alto nivel
cultural. Había visitado Colombia y Venezuela, de donde lo expulsaron; en Hungría, cuando la invasión soviética a ese país, hecho que le provocó gran tristeza porque presenció aquella barbaridad cometida en 1956. Me contó sobre las tiranías existentes en toda América Latina. Y luego, de cómo la figura de Fidel lo había impresionado, y que, precisamente, viviendo en los Estados Unidos tomó la determinación de entrevistarlo en la Sierra Maestra.
A la llegada de Bastidas a la Sierra Maestra, marzo de 1958, ya se encontraba allí el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti y otros compañeros, quienes también ofrecieron testimonios en los cuales se evidencia que el ecuatoriano no se hallaba en la Sierra Maestra solo como corresponsal de un diario estadounidense, recogiendo materiales para su reportajes y entrevistas, sino como un guerrillero más, y entre las tareas que desarrolló se hallaron las de guionista y locutor de la naciente Radio Rebelde.
—Me dijo: “En el Pico Turquino yo entrevisté a Fidel Castro”. No sé cómo contactó con el Movimiento 26 de Julio en La Habana, pero lo enviaron para Santiago, como era siempre, y de Santiago llegó a la Sierra Maestra y a La Plata. Esa noche me contó de la conversación con Fidel y de lo que había visto en el pequeño poblado de Las Vegas de Jibacoa, que era ya en esos tiempos un territorio libre, donde conviví un tiempo con el Che. El enemigo no llegaba hasta allí porque habíamos destruido la ofensiva de Batista, del general Cantillo. Y en ese lugar Bastidas me dijo que había grabado lo que conversó con Fidel y que en cuanto llegara a La Habana entregaría el material para que lo pusieran por la radio.
—En ese momento Radio Rebelde había pasado de la Pata de la Mesa, de Altos de Conrado a Las Vegas de Jibacoa. Yo no recuerdo si él habló por Radio Rebelde. Entonces yo era un soldado de dieciocho años, era jefe de una escuadra de morteros. Me pareció que Bastidas era un hombre, un joven lleno de ideales, de ganas de luchar por la libertad.
—En fin, que pasamos tres o cuatro horas hablando. Incluso cuando nos fuimos a descansar, estábamos acostados en hamacas, una al lado de la otra. Y, antes, en el camino por la Montería o Las Vegas de Jibacoa, le propuse que, si él no tenía dónde esconderse en La Habana, yo le podía dar una cartica para mi madre, que entonces era la dueña del Hotel Pasaje, que estaba frente al Capitolio y tenía un camino interior hasta al Instituto de La Habana.
—Pero cuando yo le di la dirección y la carta a Bastidas, ya Enrique Meneses había sido apresado por Ventura, aquí en La Habana, y yo no lo sabía. Meneses era un periodista español, free lancer, de Paris Match sobre todo, que escribió dos buenos reportajes a favor de la guerrilla, del 26 de Julio, de Fidel Castro. Fue de los primeros trabajos periodísticos que se hicieron sobre Fidel en la Sierra. Y él había venido a Cuba por su cuenta, no tenía compromisos con nadie, entregó los materiales, se publicaron y se había hospedado en el Hotel Pasaje, donde yo lo había conocido en 1957.
—Luego regresó otra vez; y por segunda ocasión fue a la Sierra, hizo excelentes fotos: la que Fidel está de pie con la mochila, por ejemplo. Me las enseñó allí en el hotel, pero ya yo estaba en el Movimiento 26 de Julio, en acción y sabotaje, relacionado con Faustino Pérez, y estudiaba en una academia militar. Eso me hizo dominar algunas armas y Faustino ordenó que yo subiera a la Sierra Maestra para ayudar a la guerrilla, a la Columna Uno, porque ya se había tomado una cantidad de armamento, entre ellos un obús de mortero, y obuses de sesenta milímetros.
—Entonces cuando Meneses regresa a La Habana, que lo cogen preso, habla. Es muy probable que nada más al primer golpe que le dieran había que hacerlo parar de hablar, porque realmente él lo hacía todo como free lancer, interesado en los resultados económicos de lo que iba a escribir.
Según sospechó el periodista ecuatoriano Alberto Maldonado, viejo luchador y ex decano de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central de Ecuador, el asesinato de Bastidas se debió a un “chivatazo”, o sea, que fue denunciado a su regreso a La Habana procedente de la Sierra Maestra. A Maldonado se le debe la primera edición de libro Andanzas de Atahualpa Recio, con autoría de Juan Marrero González, donde se recogen datos y testimonios que han servido a este trabajo.
—Y cuando Carlos Bastidas llega a La Habana, al hotel, le enseña a mi madre la carta y conoce a mi hermano pequeño, que entonces tenía catorce o quince años. Ese día se ponen de acuerdo para salir a beber, a compartir un rato, y se van aquella noche trágica del 13 de mayo de 1958 al Cachet Club, era un night club, en Prado entre Neptuno y Virtudes, con la desgracia de que allí tuvieron una discusión con un individuo que se había sentado al lado de ellos, provocándolos y discutiendo, hasta que empujó y tumbó a Bastidas, y en el mismo acto sacó una pistola 45, y le dio un tiro en la frente. Una cosa bárbara, mi hermano, que era pequeño, se asustó, la gente salió corriendo y mi hermano también. Cuando lo matan, ya Bastidas había ido ya a la embajada ecuatoriana y había entregado los materiales que traía de la Sierra Maestra.
—Después, el 1º de enero, el 2 de enero de 1959, mi hermano fue a La Cabaña y levantó acta ante el tribunal revolucionario de cómo asesinaron a Carlos Bastidas. El asesino se llamaba Orlando, un Cabo que estaba bajo las órdenes de Pilar García.
El asesino de Bastidas se llamaba Orlando Marrero, con el mote de Gallo Ronco, era un matón profesional que primero trabajó con Carratalá y después con Pilar García, dos de los más sangrientos jefes de la dictadura de Fulgencio Batista. Agonizante, Bastidas fue llevado a un puesto de socorro, donde falleció a las cuatro de la madrugada del 14 de mayo de 1958. Tres días después del asesinato, el cadáver fue trasladado a la funeraria Rivero, en Calzada y K, del Vedado. El Colegio de Periodistas impidió que los restos fueron arrojados en una fosa común y por eso se le dio honrosa sepultura el día 17 de mayo en el panteón de la Asociación de Reporters de La Habana, en el Cementerio de Colón. Tanto en la funeraria como en el cementerio fueron depositadas varias ofrendas florales de periodistas cubanos.
—Mi amistad, mi relación con Carlos Bastidas, fue muy pequeña, de varias horas, pero me alegró mucho conocerlo, ver cómo estaba
interesado en nuestra guerrilla, en el Movimiento 26 de Julio, en la figura de Fidel. Y lo recuerdo muy lleno de ganas de seguir
trabajando, de seguir publicando. Ese es el recuerdo que yo tengo de ese joven periodista ecuatoriano.
En el libro Andanzas de Atahualpa Recio, Juan Marrero escribe en Rescate de la memoria: Bastidas fue el último periodista asesinado en Cuba. En los años del poder revolucionario, desde 1958, no ha ocurrido un hecho semejante en Cuba. Jamás un periodista ha sido torturado, desaparecido, asesinado. En el resto de Latinoamérica, en cambio, más de ochocientos periodistas han perdido la vida en el ejercicio de su profesión; muchos de ellos desaparecidos por las dictaduras militares, otros asesinados en el marco de “las democracias” conocidas. Cientos fueron torturados: miles fueron amenazados, agredidos físicamente, despedidos de su trabajo, impedidos de tener filiación sindical, censurados. Miles, miles, miles… Hasta el día de hoy, inclusive.