“A Pablo se le asocia siempre con el deporte, con la vitalidad, con la capacidad de vivir”. Carlos Rafael Rodríguez
Pablo de la Torriente Brau nunca fue uno de esos superespecialistas existentes en el periodismo, orgullosos y contentos de usar anteojeras para lo que no es “suyo”. Horizontes limitados y espíritus más limitados todavía, incapaces de reportar un incendio, la despedida de una figura del arte u opinar sobre el adiós a la cabecera en el boxeo aficionado, incluso de disfrutar el tratamiento a estos temas, emborrachados de su especialísimo dominio de la pelota, el teatro o el cultivo del tabaco. Aunque, como expresó en cierta ocasión el narrador deportivo Rolando Crespo, tampoco puede confundirse cubrir determinado sector con conocerlo de las raíces a la cúspide.
A Pablo cada trinchera le pertenecía, le llegaba con el alma y el saber para ponderarla o atacar con su potencia singular lo que la corroía, lo mal hecho, y ponerse a favor de lo correcto pasara lo que pasara. O simplemente, y a la vez tan grande en él, retozaba con diversas situaciones que rodeaba de ensueño. Arriesgaba el pellejo por la verdad y la justicia como cuestión natural al batallar por un mundo mejor y al escribir. Eso sí, era especialista en la crónica, el reportaje, la entrevista, el comentario, al vivir la noticia, sentirla, profundizarla desde una visión y un quehacer olímpicos.
Hasta en eso se ve que aprendió a leer en La Edad de Oro. Martí comprendió la trascendencia de la cultura física y en sus escritos sobre el tema, demostró la urgencia de realizar ejercicios, le cantó a la hermosura del riesgo, criticó a quienes lo promovían por dinero y ninguno como él en esa etapa fustigó en forma y contenido el boxeo profesional, ese tránsito del hombre al bruto. Su discípulo puertorriqueño cubano amén de practicar el deporte con altura lo trató desde las frases al mismo nivel.
Como buen martiano, ya desde el periodismo, no se le escaparon las lides musculares- lo hizo con muchos otros frentes- para usarlas cual bloque de arrancada para seguir corriendo mucho más allá de la pista, pretexto incluso para filosofar o dar rienda suelta a su humanismo. Nadie se equivoque: sabía de las contiendas del músculo desde la base hasta el olimpismo por encima de reglamentos e historias: conocía lo que es perder la picúa en un momento decisivo o sacrificar el físico para que los delanteros anoten el gol y se lleven toda la fama; esto en gran medida
Tuve la oportunidad de escribir el prólogo de Recuerdos de la próxima Olimpiada, publicado por Ediciones La Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau en 2002 y reeditado en 2012, que junta la inmensa mayoría de las creaciones acerca de la parte competitiva de la cultura física, de quien cayó en Majadahonda por la libertad de España, el 19 de diciembre de 1936 a los 36 años de edad. Aun en vísperas de su viaje a la tierra hispana, lo deportivo emerge de su alma cuando en apasionada crónica dice:
“Para distraer un poco la imaginación, leo las noticias de las Olimpiadas de Berlín. Pero todo está lleno de revolución hoy en el mundo. Los desprecios de Hitler a los atletas norteamericanos triunfadores sólo por ser negros, son elocuentes. Lástima que en ese equipo no haya habido un solo atleta capaz de asumir una actitud digna y noble. Cada vez pienso más, que el atleta es el animal inferior de la escala humana.
Me he ido a aprender a nadar un poco. Esto me cansa y, además, puede serme de extraordinaria utilidad, a lo mejor…
Y los negros de Abisinia siguen peleando. ¡Esos sí que son atletas famosos!”
No fue la única vez que lanzó su dolor e indignación a las cuartillas por aquellos a los que únicamente les importan las lides del estadio o el gimnasio, mientras soslayan combates mucho más importantes; la ofensiva pablista cae también sobre discriminaciones, politiquerías y mansedumbres presentes en la actividad, sin dejar fuera a quienes se sitúan por encima de todo y de todos en una autosuficiencia estúpida.