Este 26 de abril José Ramón de Lázaro Bencomo, nuestro admirado Delarra, cumpliría 80 años, ocasión para recordar su extraordinaria impronta como escultor, pintor, diseñador gráfico e ilustrador en la exposición Yo soy un escultor que pinta, ubicada en el Museo de Arte Colonial, Plaza de la Catedral, con la inauguración el próximo viernes 6, y el homenaje en la Academia San Alejandro, La Habana, donde fue alumno, profesor y director.
La muestra abarca 20 obras pictóricas, la mayoría no expuestas anteriormente, y al decir de una especialista se identifican por la sencillez lineal, tonalidades cautelosas en ocasiones, o un abanico de tonos vigorosos, sobre figuras de gallos, caballos y doncellas, sus temas preferidos.
A propósito de lo cual, una vez destacó: “Mi pintura es completamente distinta a mi escultura. Nadie pude identificar al escultor por el pintor o el grabador (…) Si me atengo a las características de mi obra, me autodefino como un pintor colorista; cuando pinto no me importa lo tridimensional; mi pintura no es escultura ni dibujo colorado, es pintura por si mima”
Ilustraciones y diseños gráficos aparecen en diferentes años en el Semanario Mella, Revista Verde Olivo, periódico Juventud Rebelde, revista OSPAAL, revista Tricontinental, revista Muchacha, así como un retrato de Celia Sánchez en la agenda Mujeres.
Lamento no encontrar en el Palacio de Bellas Artes un rincón donde estén situadas parte de sus obras donadas por él y sus hijas, Flor e Isis o que todavía no exista un catálogo del abundante quehacer artístico para que las nuevas y futuras generaciones puedan disfrutar, aunque sea visualmente del extenso y precioso legado de este artista, autor del más famoso y visitado de sus múltiples monumentos, el Complejo Escultórico Che Guevara, en Santa Clara.
Nunca la musa de la inspiración lo abandonó por eso no se acomodó a lo que sabía realizar con excelencia, la escultura, sino que incursionó en otras manifestaciones de la plástica, de ahí sus pinturas, cerámicas, grabado y la ilustración gráfica.
El 26 de abril de 1938 nació Delarra en San Antonio de los Baños, hijo de un zapatero, encuadernador de libros, herrero y maestro, mientras la madre fue ama de casa con el sueño de ser maestra. Desde niño tuvo la vocación por las artes plásticas y a los once años esculpió en yeso su primera pieza, un busto de José Martí. Entre 1949 y 1959 cursó dibujo, color, escultura y grabado en la Escuela de Artes y Oficio Fundación del Maestro Gaspar Villate.
Más tarde, se graduó de la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en 1958 cuando se fue a Europa con el objetivo de conocer los originales de obras de grandes artistas de ese continente. Aprovechó la estancia, para recibir clases en la Escuela de Bellas Artes de Florencia, Italia, y luego en Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Conoció o los maestros Rodin, Barcelona, y a Victorio Macho, Toledo. Viajó por Francia, Austria y Alemania, países donde se relacionó con otros grandes del arte. Regreso a Cuba en 1959 para entregarse con intensidad a su quehacer artístico, hasta su muerte el 26 de agosto de 2003.
Para mí San Antonio de los Baños es un sitio misterioso, privilegiado por la gran cantidad de hijos creadores de obras emblemáticas de la cultura nacional. Allí nacieron entre otros y además de Delarra: Eduardo Abela, René de la Nuez, Silvio Rodríguez, Manuel Alfonso, Peroga, y se crió hasta los 14 años de edad Calixto Loira Cardoso, el arquitecto gallego del Cementerio de Colón, quien consideró a la otrora villa su tierra natal,
También en este pueblo vivió muchos años Posada, el célebre dibujante y humorista español. No se puede olvidar a Quindiello, el pintor de San Antonio de los Baños, en tanto la Condesa de Merlin, María de las Mercedes Santa Cruz, atraída por los baños, entonces beneficiosos del río Ariguanabo, construyó un palacio en la villa, donde la aguardó un romance y escribió epístolas de gran valor para la historiografía local y regional.
Concluyo con opiniones de excelsas figuras de la cultura nacional e internacional. Comienzo por la poeta Carilda Oliver Labra, quien en 1960, expresó: “Delarra se entrega con una pasión propia de los grandes temperamentos a la conquista de la verdad plástica y hay en su menester creador una tan gran ansiedad sincera, un tan tembloroso o tremente consorcio con la poesía, una frescura de oficio y espontaneidad tan diáfanos que ya desde ahora están acreditándole como futuro nombre resonante de nuestra cultura”.
En 1965, en el periódico El Mundo, escribió Enrique González Manet. “Delarra pinta un caballo con sol resplandeciente sobre el lomo (…) José Delarra revela dominio de la técnica en sus Caballos rebeldes, temperas que son puro movimiento y economía de trazos” En Bohemia, 1986, opinó Augusto G. Benítez: “Es de agradecer la ternura que desgarra en cada rostro, en cada elemento. Lo nuevo es un renovado encanto para este artista que une armónicamente el rigor del mensaje con la belleza”.
En 1990, Harold Gramatges, notable compositor de música., resaltó: “He aquí un músico que se expresa a través de la plástica con una genialidad que él mismo ignora (¡por suerte!)”.
El poeta Joaquín Santana en la exposición del Palacio de Turismo, 1992, destacó: “En todo lo que hace y todo lo que toca, Delarra aun sin quererlo es un descubrimiento, es la antesala del acercamiento y la penetración, y este artista que ve más allá de la materia inerte, una y otra vez se empeña en demostrarnos que la infinita variedad de las formas no tiene límites”. Y, en 1996 el gran pintor ecuatoriano: dejó escrita la siguiente dedicatoria: “Para mi amigo, el poderoso escultor José Delarra, este recuerdo de Guayasamín”.
Por Ángela Oramas Camero