Evaristo Vidal Tamayo Palacios parece siempre muy tranquilo, casi inmutable. Hace 45 años comenzó su relación con el Periodismo y no ha podido desprenderse de esos tentáculos repletos de sueños, esfuerzos y romanticismo, a pesar de su jubilación oficial en 2012.
En este 2018 recibió el Premio por la Obra de la Vida Rubén Castillo Ramos, el más importante concedido por la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) en Granma, pero no sonrió ni saltó, no aplaudió ni derramó lágrimas por el entusiasmo, como han hecho otros, aunque por supuesto estaba alegre; seguía en su silla, y los colegas presentes celebraron la noticia, le extendieron la mano acompañada de “felicidades”, y Evaristo agradeció.
Minutos después conversamos con calma en el interior de la Casa de la Prensa, en Bayamo, entre libros y sueños. Así conocí un poco más a ese hombre delgado, Quijote de una profesión en la que a veces pululan los molinos.
“Siento emoción, este premio lo da el trabajo y los compañeros, he dedicado mi vida al periodismo por sentirlo como un deber, no por lograr galardones”, dice quien reconoce no ser extrovertido, sino serio, aunque amigable.
Nacido en 1950 en Barrancas, zona rural del municipio de Bayamo, este hombre, quien también tuvo experiencia como combatiente en Angola, expresa que hizo muchos chistes y bromas cuando joven, pero ya no.
Narra que llegó a la profesión de sus amores, luego de desempeñar diversas funciones en el comité municipal de la Unión de Jóvenes Comunistas en Marianao, La Habana, en la dirección nacional de Pioneros y también en ese organismo en Isla de la Juventud (cuando estuvo allí aún se denominaba Isla de Pinos), de donde regresó a suelo bayamés en 1972 para atender a su padre enfermo.
En enero de 1973 ya estaba en el antiguo Centro de Información para la Prensa en este territorio, donde recibió el apoyo de profesionales como Ibrahim Verdecia y Rubén Castillo Ramos, quienes le trasmitieron algunas nociones.
“Rubén, una vez me dijo que iba por buen camino”, expresa con la satisfacción adicional de obtener ahora el galardón que lleva el nombre de quien fuera uno de sus amigos más allegados.
Algunas de sus respuestas son cortas, en otras recrea escenas. A veces, hace breve silencios, y tal vez gracias a la memoria ve al joven escribiendo en el periódico Combatiente del Cauto, laborando durante un año en el departamento informativo de la emisora Radio Bayamo o soñando con el nacimiento del diario La Demajagua, que vio la luz por vez primera el 10 de octubre de 1977.
Quizás lo observa en Holguín, cuando recibía clases teóricas de Periodismo, pero no pudo terminar la carrera, porque fue a pelear en Angola, junto a miles de hijos de José Martí y Fidel Castro, quienes ayudaron a ese pueblo a mantener su independencia.
Allá se fue el muchacho delgado y pequeño de estatura física, el periodista que no se desligó del todo de las letras y publicaciones, pues colaboró en la confección e impresión en mimeógrafo de un boletín interno para los soldados y oficiales de la unidad.
La existencia de Tamayo Palacios no se resume en sonrisas, pues, según dice, prácticamente ni jugaba cuando niño, tuvo la infancia de cualquier hijo de pobre, limpió zapatos y vendió cucuruchos de maní, periódicos y revistas Bohemia, para obtener algo de dinero.
Amante del congrí con tostones y la carne frita, este hombre de 67 años de edad presume de ser buen cocinero y ayudar en las labores hogareñas, menos en lavar y planchar, porque eso lo hace su esposa, con quien comparte anhelos y tristezas desde hace 38 años.
“En una casa sé hacer de todo”, expresa con su acostumbrada seriedad. Y luego de una pregunta sobre el sabor de los alimentos, manifiesta sonriente que me invita a probarlos para que confirme su calidad.
Padre de dos jóvenes, agrega que la familia es fundamental para él, uno de sus hijos es licenciado en Cultura Física y Deporte, y el otro cursa el sexto año de Medicina.
Poco a poco, Evaristo, quien en La Demajagua fue redactor y reportero, jefe del equipo de corresponsales y atención a la población, jefe de Redacción durante 12 años y de Información a lo largo de otros seis o siete, se revela como alguien sensible, quien entre sus días de más tristeza incluye aquel sábado de 1991, cuando un accidente de tránsito apagó la vida de dos de sus compañeros de labor: Dania Casalí Ramírez y David Chacón Rivas.
Habla como un amigo grande que desea el bien, y resalta que en el periodismo lo más importante es proponerse ser mejor cada día y estar en un constante galope. No pensar nunca “ya llegué a lo máximo”, porque el techo siempre puede ser superior.
Añade que él hizo todo lo que pudo, y no cambiaría nada en su trayectoria, porque no tiene arrepentimientos.
Conversamos sobre otros temas durante algunos minutos, y nos despedimos con un estrechón de manos. Luego, el salió y caminó por calles de Bayamo, seguramente con el sano orgullo de recibir un premio al esfuerzo y la dedicación durante cuatro y media décadas.
Yasel Toledo Garnache / Cubaperiodistas