Son escasos los hombres que tienen el privilegio de hacer historia y vivir para contarla, pues lamentablemente muchos perecen antes de ver materializado el sueño de su lucha.
Entre la estirpe de los privilegiados hay seres como el periodista y combatiente Robert Arnaldo Paneque, a quien este martes se le dedicara el espacio Una historia que contar, promovido por la delegación de jubilados y colaboradores de la Unión de Periodistas de Cuba en la provincia de Granma.
La responsabilidad de revelar el gran historial estuvo a cargo de la pedagoga Isabel Labrada, íntima amiga de la aludida personalidad y quien también se ha convertido en biógrafa.
Entre los aspectos destacados estuvo la niñez, desprovista de riqueza y alegrías, lo cual no hizo mella en él porque a todos encantaba con el carácter afable y las ansias constantes de compartir lo mucho o lo poco que tenía.
También resaltaron su capacidad para ser un genuino autodidacta y sobrellevar el oficio de barbero y periodista, este último iniciado con sus colaboraciones a los 14 años con Radio Bayamo.
Isabel Labrada ponderó su destacada pertenencia al aparato clandestino del Movimiento 26 de julio en la Ciudad Monumento Nacional, gracias al cual conoció a Frank País y Celia Sánchez por ser uno de sus fundadores y más activos colaboradores.
En el espacio rememorativo se hizo alusión a las aprehensiones y torturas sufridas por oponerse al régimen batistiano y su amor por la historia local, la cual conocía como un experto y contaba con el ardor de los apasionados, por eso no perdía el momento de hablar de ella y meterles en la cabeza a otros el interés por los multiplicidad de hechos acaecidos en la segunda villa de Cuba.
El mejor pupitre fue su sillón de barbero, en donde leía en horas de la madrugada, y solo cerró su barbería cuando desapareció el querido y entrañable amigo Camilo Cienfuegos Gorriarán.
La muerte del Che le arrancó del alma encendidos versos que no los publicó y guardó para sí como preciado tesoro, a pesar de amar ver publicados sus escritos en medios impresos, en los cuales muchos aseguran no le tembló la mano para arremeter contra lo mal hecho a sabiendas de los problemas que le podría acarrear.
Para los conocidos y amigos fue un esposo intachable, padre ejemplar de tres hijos y hombre de espíritu solidario.
Algunas lágrimas escaparon durante el recuerdo y varias voces se alzaron para prestigiarlo con el rescate del concurso periodístico que llevaba su nombre. Otros propusieron la iniciativa de verlo eternizado en el Museo de Cera, pues los seres excepcionales como él merecen todos los homenajes posibles, porque es la manera de mantenerlos vivos en la memoria y en el corazón.
Yelandi Milanés Guardia / Cubaperiodistas