Del bloqueo no escapa ningún cubano. No importan edad, sexo, raza, posición social, nivel de instrucción, credo religioso ni filiación política.
Cuba no exagera cuando habla de genocidio. El bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de Estados Unidos desde hace más de medio siglo, apunta implacable contra todos.
Tanto tiempo lo ha convertido en parte de nuestras vidas. Millones no conocemos otra manera de existir que bajo ese cerco, y más incalculables que los daños, son los prodigios que hemos hecho para resistir y burlarlo, para abrirnos camino y dejar al Imperio con las ganas de acabar con la Revolución, de matarnos o rendirnos por hambre y enfermedades.
¿Efectos? Sería imposible enumerarlos todos, pero están a la vista, a toda hora, en cualquier parte, hasta en la psiquis del cubano, como una flagrante y sistemática violación de cualesquiera de sus derechos, incluso los más elementales para un ser humano, como la alimentación y la salud.
Igual, en educación, golpes y secuelas son masivos, nadie está a salvo, y no podría ser de otro modo.
En un país como Cuba, con ese derecho plenamente conquistado -y donde, por demás, la enseñanza es obligatoria hasta terminar el nivel medio-, está claro que por la escuela pasamos todos y de la escuela jamás nos despedimos del todo, bien porque una vez graduados seguimos superándonos, o porque tenemos siempre en las aulas a alguien cercano y querido.
Desde la cruzada alfabetizadora en 1961, experiencias y logros han convertido a la Antilla Mayor en referente a nivel mundial sobre qué hacer y cómo trabajar en aras de una educación de calidad y al alcance de todos los ciudadanos.
Muy a pesar del bloqueo esa conquista está ahí y la compartimos con otros pueblos.
Lo que sí se resiente y afecta es la calidad de la educación, porque sin escuela ni maestro no se ha quedado un niño en estos años, pero cuánto más hubiese podido invertir, adquirir y progresar el país, constituyen preguntas que inevitablemente nos hacemos.
La gran secuela son esas carencias cotidianas que afectan el proceso de aprendizaje, investigación y la labor científica de alumnos y profesores, y eso consta en el Informe de Cuba sobre la Resolución 69/5 de la Asamblea General de la ONU “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”.
El texto es bien claro: “Las principales afectaciones reportadas en el sector de la Educación están determinadas por el pago de abultadas tarifas por concepto de flete para la transportación de los productos adquiridos en mercados lejanos, la falta o insuficiencia de algunos medios y recursos de enseñanza para la docencia y la investigación debido a sus costos más elevados en otros mercados, el acceso limitado a información científica y a herramientas informáticas necesarias para la producción de multimedias educativas, y los obstáculos para recibir los pagos por los servicios profesionales que se brindan en el extranjero”.
Cerca de dos millones de dólares tuvo que gastar el Ministerio de Educación solo en el traslado de contenedores con insumos desde lejanos territorios. Poder adquirirlos en el sur de EE.UU. hubiese reducido, no solo la distancia, sino también el costo del flete y el monto de lo erogado por esas importaciones nada menos que en 39,72 por ciento.
Digámoslo de modo que se entienda. Con el dinero que hubo que desembolsar y se perdió por concepto de lejanía y pago de fletes, era perfectamente posible dotar a 162 círculos infantiles de medios didácticos muy necesarios, pero en la vida real solo 60 recibieron esos útiles. ¡De 162, apenas 60!
Y, en este punto, vale recordar que, además de encarecer el pago por concepto de flete, la distancia geográfica obliga a almacenar las mercancías, a veces durante largos meses, con la lógica depreciación y los gastos que implica, eso sin hablar del deterioro, las pérdidas, los pagos adicionales y otros males derivados.
He aquí apenas un ejemplo. ¿Cuánto más podría avanzar la educación cubana sin el bloqueo? Es una pregunta tan buena como ¿cuánto más podría avanzar Cuba? Y no hay que ir a la universidad para saber que es lo que sus enemigos tratan de impedir a toda costa. Denunciar esta criminal política, enfrentar esta amenaza de muerte colectiva, no es un capricho. Y no nos cansaremos de denunciar ni de luchar.
Fuente: María Elena Alvarez – Servicio Especial de la AIN