Bien; lo escuchamos. El vocero de la Armada, Enrique Balbi, confirmó en conferencia de prensa, que tras analizar la “anomalía acústica”, los Estados Unidos confirmaron que el día miércoles 15, cuando se perdieron las comunicaciones con el submarino ARA San Juan se produjo un “evento compatible con una explosión”.
Es claro que están preparando el terreno para un anuncio que tienen entre manos desde hace varias horas. Varios días quizás, según nuestras fuentes.
Lo señalamos en nuestra emisora y lo remarcamos ahora: el episodio está sirviendo al gobierno de Mauricio Macri para instalar la necesidad de contar con el control estadounidense en nuestra región. Encima, los EE.UU. “ayudan” a la Argentina a buscar y hasta a interpretar un sonido que, al no ser biológico y por haberse originado en un recinto cerrado, no podía ser otra cosa que algún tipo de explosión. Es decir, la Armada Argentina estaba en perfectas condiciones de desentrañarlo sin apoyo externo. Ese “respaldo”, sin embargo, no alcanza para resolver satisfactoriamente el problema.
El destino de las naves argentinas, en la mente oficial, no será tan distinto del que se le otorgó al ARSAT. Se está construyendo forzadamente un pequeño país primarizado, lejos de la tecnología e inerme para la defensa de su soberanía. Les cuesta –vean- porque la Argentina es una nación importante, que en la década reciente puso en marcha su industria y relanzó las investigaciones destinadas a ponerse mano a mano con los líderes en el orden planetario. Les cuesta, claro, pero con el apoyo de un sector de la sociedad, con la mentalidad de varios militares y con los grandes medios de comunicación, el camino se les hace más liviano.
En este último punto, no vamos a dejar pasar la vergüenza ajena que nos genera el diario La Nación y buena parte de su planta periodística, al titular en su edición de hoy que los problemas del ARA San Juan se deben a … algo que dijo hace unos seis años la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La utilización vulgar de lo que puede ser una tragedia para engordar la miserable campaña sobre la Corrupción K, desplegada por los más grandes corruptos y corruptores de nuestra historia, ofende la inteligencia, el sentido común y la ética esencial. No son pocos los medios satélites que en distintas provincias reprodujeron la versión del amo.
La información real, por lo que nos hacen saber sectores ligados a las Fuerzas Armadas muy minoritarios y –a diferencia de lo que ocurre en otros espacios de la vida nacional- cuasi testimoniales, hace rato está en manos del Estado argentino y sus funcionarios la ocultan a la población y a los familiares de los submarinistas. Ahora sólo resta que la demagogia liberal, difundida en altavoz por periodistas indignos, termine expresando que si se anulan los “gastos” en tecnología destinada a la Defensa, se podrán hacer más escuelas. Y que las grandes potencias del Norte están en condiciones de “darnos una mano” para monitorear el Atlántico Sur.
Consideramos que, pase lo que pase de aquí en más, las autoridades y sus voceros de prensa están usufructuando una situación tremenda para explicar la necesidad argentina de contar con intervención militar norteamericana. En ese sentido, compartimos lo aseverado por Stella Calloni en la Gráfica. La periodista nos indicó que los ejercicios conjuntos vienen de hace rato y que es preciso recordar recientes disposiciones que habilitan el acceso extranjero a la Patagonia.
El conjunto argumental que el oficialismo lanza sobre la sociedad recala sobre el más ramplón sentido común: mirá si los argentinos vamos a estar en condiciones de tener naves submarinas con capacidad operativa, mirá si vamos a controlar nuestro territorio marítimo sin ayuda de las grandes potencias del primer mundo. Todo el panorama está siendo orientado para que aquellos compatriotas que en lugar de admitir que viven en un gran país suponen habitar un paisito pobretón, sin tecnología y sin los saberes técnicos adecuados, se sientan confirmados. Así, un gobierno dependiente en toda la línea, encuentra su justificación.
Desde las aguas del Atlántico, emerge el verdadero rostro de la gestión antinacional.
Por Gabriel Fernández, director de La Señal Medios