Según la lógica totalitaria de la ganancia propia del capitalismo y el irresponsable y engañoso concepto de libertad de su fase tardía, sumados a los “aportes” recientes del inexplicable Donald Trump quien declaró en Seúl que habrá más seguridad mientras más personas tengan armas (según la agencia EFE el Presidente estadounidense dijo que con más restricciones a las armas las víctimas en Texas “podrían haber sido cientos”), no hay que asombrarse de un posible futuro en los EEUU en el que cada familia procure tener su casa amurallada, rodeada de trincheras y sus miembros salgan a la calle en carros blindados y provistos de ametralladoras. Y todo eso ocurrirá mientras crecerán los guarismos de muertos y heridos, seguirán enriqueciéndose los señores de la Asociación Nacional del Rifle y enlutándose las familias estadounidenses, mientras cínicamente se continuarán esgrimiendo las “bondades” de esa libertad secuestrada por el dinero.
Parece caricaturesco y lo sería del todo si no respondiera a las naturales consecuencias deducibles de ese conjunto de condicionantes que lamentablemente persisten en los Estados Unidos de Norteamérica a pesar de los constantes sucesos de macabra criminalidad como el más reciente en la pequeña localidad de Sutherland Springs, Texas.
Mientras escribo esto recuerdo las otras veces que nos han llegado en estos años y cada vez con más perturbadora frecuencia noticias similares desde la sociedad norteña y produce una profunda tristeza pensar en las muertes inútiles, en los mártires del sistema, en los sacrificados por la Asociación Nacional del Rifle y en el dolor de sus familiares y amigos, y eso llama a la solidaridad con el pueblo llano de ese país que como cualquier otro pueblo que sufra la violencia sorda del egoísmo y la codicia, merece la seguridad y la paz.
Como ocurre lamentablemente de modo ya habitual cada vez que hay una masacre como esta aparecen los análisis, los comentarios y las estadísticas que son interpretadas de muy diferentes formas, algunas más claras, otras engañosas.
Un reciente estudio revela que los estadounidenses representan el 4,4% de la población mundial y los civiles tienen en su poder 270 millones de armas de fuego, esto es el 42% de todas las armas que tienen los terrícolas en sus casas. El ladino New York Times hizo una cuenta: 90 tiroteos masivos entre 1966 y 2012, eso promedia un tiroteo masivo cada 6 meses. Lo otro y más preocupante es que esos episodios dantescos resultan cada vez más frecuentes y más letales.
Y ciertamente las armas de fuego facilitan matar más y más rápidamente, pero la violencia sorda e indiscriminada no es un resultado del instrumento para ejercerla. Prohibir su venta indiscriminada, incluso recoger las que hoy están en los hogares, serían pasos en la dirección correcta, ya que dificultaría que la violencia se ejerza por esos medios, pero no elimina sus causas, ni excluye que alguien prenda fuego a una escuela llena de estudiantes, fabrique una bomba casera, o la emprenda a puñaladas con los empleados de una oficina.
Los tiroteos masivos no pueden explicarse exclusivamente mediante la relación tiroteo-armas de fuego. Eso significaría ocultar las causas reales. Esos tiroteos revelan una realidad patológica. Es -y en eso le cabe al inexplicable Trump una “pifia de razón”-, una enfermedad espiritual, pero ¿solo de individuos aislados o de la sociedad?
Los tiroteos masivos no son resultado de la simple suma de personas perturbadas+armas de fuego. Hay además una percepción social acerca de la violencia como recurso fundamental y no siempre último para alcanzar a toda costa los objetivos individuales no siempre sanos, algo que esa sociedad, por demás, exacerba y glorifica como criterio de perfección: hay que ser “winner” cueste lo que cueste, hay que tener al menos los “15 minutos de fama”, hay que demostrar la superioridad…, hay que alcanzar una sensación de poder sobre los demás, hay que competir con cualquier recurso, engañar, estafar.
Súmese a eso la creciente escasez de oportunidades en “el país de las oportunidades”, el crecimiento de la pobreza, la corrupción política, las mafias, la violencia intrafamiliar, las pandillas, el extendido consumo de drogas fuertes como mecanismo de evasión de la realidad.
Los Estados Unidos de Norteamérica exportan la violencia que genera la irracionalidad imperialista, la misma que le regresa en forma de terrorismo. Un Estado terrorista ¿qué otra cosa puede esperar?
El recurso de la violencia se reproduce de las más diversas maneras en el mundo simbólico de la sociedad estadounidense, en la conducta y discurso de sus líderes, en las revelaciones tardías del ejercicio secreto de los organismos represivos del Estado contra otros pueblos y sus líderes y contra su propio pueblo, en la producción en el ámbito de la industria del entretenimiento donde se exacerba la violencia y el morbo, en los juegos digitales, en los juguetes, es la agudización del individualismo y del egoìsmo que tiene su génesis más profunda en el modo de producción y de vida del imperialismo estadounidense.
No es tampoco el único problema de ese gran país. La sociedad está fracturada, se acumulan los odios y los rencores, los abusos y las venganzas, la desconfianza es parte de una suerte de anti-ética. Es capaz de encontrar cierto equilibrio solamente en la posibilidad de satisfacer los crecientes apetitos consumistas que estimula el sistema y de ello se valen los administradores del imperio para seguir controlando al país.
Obviamente -y felizmente- no se trata de una situación que afecte a toda la población, no es un problema estadístico. Hay en ese gran país millones de personas nobles, laboriosas, cultas, incapaces de ejercer la violencia, humanistas y solidarias, los cubanos conocemos a muchos de ellos.
Es una realidad compleja en la que se conjugan los factores causales arriba señalados, pero lo que parece cierto a todas luces es que hay un proceso de implosión en marcha. Nadie puede predecir cuándo esa olla estallaría provocando una hecatombe de la cual difícilmente serían los estadounidenses los únicos afectados, y solo un ingenuo haría cálculos políticos de fechas con tal eventualidad; pero de lo que no hay dudas es que se sigue incrementando la presión.
En Cuba, donde sufrimos la violencia del bloqueo estadounidense, con solo mirar al norte sabemos lo que nos espera si renunciamos a construir una sociedad no solo próspera y sostenible, sino justa, humanista y solidaria. Y sí, habrá que confiar en que el propio pueblo estadounidense encuentre las reservas morales para superar su propia realidad y le diga finalmente “adiós a la violencia”.