No siempre recordamos que José Martí, de una u otra forma, participó en nuestras tres guerras de independencia contra el colonialismo español. Durante la Guerra Grande, el jovencito de dieciséis años fue un combatiente clandestino —término que entonces no se empleaba con esa connotación—, quien por su enfrentamiento al régimen colonial sufrió cárcel y destierro. Más tarde, durante la Guerra Chiquita, se integró a la conspiración en Cuba, por lo que sería una vez más desterrado a España, de donde se fugaría hacia Estados Unidos y, de inmediato, se vincularía al Comité Revolucionario Cubano. Fracasados estos intentos, años después fundaría el Partido Revolucionario Cubano para organizar la guerra y en esa contienda entregaría la vida.
Cuando el 10 de febrero de 1878, el reducidísimo grupo de siete miembros que integraba el Comité del Centro, sustituto de la Cámara de Representantes, firmó el Pacto del Zanjón, convenio que puso fin a la Guerra de los Diez Años —mientras aún en Oriente se combatía con éxito contra el colonialismo español—, los desterrados pudieron regresar a la Isla.
Fue así que el 31 de agosto de 1878, tras casi ocho años de ausencia, José Martí Pérez desembarcó con su esposa, embarazada, en la rada habanera. Se sabe —por una carta que le envió a su amigo mexicano Manuel Mercado— que por esta época vivía en Tulipán no. 32, en el Cerro; en ese barrio habanero, Pepe y Carmen solían visitar la Sociedad de Instrucción, Recreación y Beneficencia La Caridad del Cerro, institución que quedaba muy cerca de su hogar. Muy deteriorada, la vivienda fue demolida recientemente y el edificio de la Sociedad se conserva, aunque en un pésimo estado, sin que, además, nada identifique la presencia de nuestro Héroe Nacional en esos sitios.1
Desde su llegada a Cuba, reanudó Pepe sus estrechas relaciones con sus amigos de la infancia, los hermanos Valdés-Domínguez, que continuaban viviendo en Industria no. 122; incluso se cree que trabajó algún tiempo con Eusebio, quien se había graduado de abogado.
Como se sabe, en España Martí se había licenciado en Derecho Civil y Canónico, y en Filosofía y Letras; pero no había podido costear los certificados de sus dos carreras universitarias, lo cual le acarrearía no pocos trastornos en el momento de buscar empleo como abogado y profesor. Carente de autorización para ejercer la abogacía tuvo que emplearse como pasante en los bufetes de dos amigos: el de Nicolás Azcárate y Escobedo (1828-1894) —donde conoció a Juan Gualberto Gómez— se hallaba en San Ignacio no. 55 y el de Miguel Francisco Viondi y Vera (1846-1919), con quien trabajó después, en Empedrado no. 2, esquina a Mercaderes. Con autorizaciones temporales en espera de sus certificados, también impartía clases de Gramática castellana, Retórica y Poética a los alumnos de primer año del Colegio Casa de Educación.
Ahora tenía una familia que atender, pues el 22 de noviembre de 1878 había nacido su hijo José Francisco, suceso que lo llenó de dicha. El 6 de abril del siguiente año, sería el niño bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Monserrate, donde en 1852 se habían casado Mariano y Leonor, sus padres. Los padrinos del pequeño fueron su abuelo materno, Francisco, y su abuela paterna, Leonor.
La pequeña familia vivía en una casa modesta y Pepe, que ya contaba con veintiséis años de edad, comenzaba a destacarse en los medios culturales habaneros: fue nombrado secretario del Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa, y sobresalía como orador en diferentes actividades públicas. En febrero, participó, junto a otros poetas, actores y oradores, en la función inaugural del Liceo Artístico y Literario de Regla, donde pronunció un discurso que fue largamente ovacionado. El 21 de abril, estuvo en un brindis de tono patriótico en honor al periodista Adolfo Márquez y Sterling (1829-1888), director de La Discusión, el cual tuvo lugar en los altos del café El Louvre; allí clamó por la dignidad y la libertad como derechos inalienables del ser humano: “[…] los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan […]”,2 y expresó su rechazo a toda conciliación con el régimen colonial. Sus palabras llenaron de asombro e inquietud a los autonomistas presentes.
Al día siguiente, en el Liceo de Guanabacoa, pronunció palabras de elogio al violinista Rafael Díaz-Albertini y Urioste (1857-1928), quien había obtenido el primer premio en el conservatorio de París. Sus palabras delante del entonces capitán general Ramón Blanco y Erenas fueron tan vehementes, que hicieron exclamar al funcionario colonial: “Quiero no recordar lo que yo he oído y no concebí nunca que se dijera delante de mí, representante del gobierno español. Voy a pensar que Martí es un loco, pero un loco peligroso”.3
Bien sabía Martí de las insatisfacciones que el Pacto del Zanjón había dejado entre los criollos y, casi desde su llegada, se había vinculado a un grupo de conspiradores, entre quienes descollaba el mulato periodista, hombre culto y generoso, entrañable colaborador, Juan Gualberto Gómez y Ferrer (1854-1933). También había reanudado sus vínculos con Carlos Sauvalle (1839-1898), quien fuera entusiasta editor de publicaciones independentistas, como El Laborante (mayo de 1869-octubre de 1870), uno de cuyos redactores fue el adolescente José Martí.
Sauvalle había sido uno de los organizadores de los sucesos del teatro Villanueva (22 de enero de 1869), razón por la cual fue deportado a España, donde su casa se convirtió en centro de reunión para los cubanos. Al llegar Martí a la península, convaleciente aún de los males que le produjera el presidio, entró en contacto con Sauvalle, quien lo atendió brindándole su propia casa y costeándole la primera de las tres operaciones que fue preciso hacerle; además se encargó de distribuir en Madrid El presidio político en Cuba (1871) y La República española ante la Revolución cubana (1873), cuyas ediciones posiblemente sufragó.
En 1879 se reencontraron ambos en La Habana y reanudaron su amistad. Sauvalle participó en la conspiración de la Guerra Chiquita y Martí le visitó en más de una ocasión en su finca Balestena, al pie de la sierra del Rosario, en Pinar del Río, donde mucho después, en 1962, se instaló una base de cohetes nucleares soviéticos.
Poco después, el 17 de septiembre, fue detenido Martí en su casa de Amistad no. 42, entre Neptuno y Concordia, donde se hallaba almorzando con su esposa Carmen y su amigo Juan Gualberto Gómez, quien pudo avisar al grupo de conspiradores para poner a salvo comprometedores documentos. El propio Juan Gualberto dejó testimonio de los hechos en su trabajo “Martí y yo: la última visita”.4
Ese día, Martí fue llevado a la estación de policía situada en Empedrado y Monserrate, donde lo dejaron incomunicado. Nicolás Azcárate intervino para que le levantaran la incomunicación y, a partir de ese momento, por allí desfilaron más de trescientos amigos, a la mayor parte de los cuales había conocido durante su breve estancia en Cuba.
El capitán general Ramón Blanco dispuso su deportación para Ceuta, sin proceso ni juicio y, el día 25, en condición de preso, partió una vez más hacia el destierro en España, a bordo del vapor Alfonso XII, con destino a Santander, donde quedaría a disposición del gobernador de esa ciudad española. A bordo del vapor subieron a despedirlo una cincuentena de amigos. Mucho después, recordaría estas manifestaciones de afecto: “La Habana llenó la cárcel del cubano previsor, le enseñó toda su alma valiente, le ofreció su bolsa rica, que el preso no quiso aceptar, rompió las copas en silencio al decirle al preso adiós”.5
Durante su estancia en la capital, Martí había anudado numerosas amistades: unas en el fragor de la conspiración y de la lucha contra el colonialismo español; otras, que admiraban su intensa y valiosa actividad cultural y, aunque no existe testimonio de ello, seguramente también pudo sembrar una semilla de amor en alumnos y padres.
Breve pero fértil fue su permanencia en Cuba entre agosto de 1878 y septiembre de 1879, cuando por segunda vez fue enviado a la cárcel y el destierro. No volvería a pisar su tierra natal hasta el 11 de abril de 1895, en sus días de manigua.
Una reflexión oportuna
Cada uno de los sitios mencionados en este trabajo existe en la actualidad, con las únicas excepciones de la vivienda de los Valdés-Domínguez —demolida hace años— y la casa de Tulipán, recientemente echada abajo. Solo uno, el bufete de Viondi, tiene una tarja que lo identifica; aunque, por error, como el bufete de Azcárate. Muchos de ellos presentan problemas constructivos. Por lo general, están habitados y descuidados y, sobre todo, los propios habitantes o vecinos desconocen de la huella martiana en esos sitios. Lo mismo ocurre con las diferentes edificaciones, donde radicó durante su infancia. Lamentable resulta el caso del Liceo de Regla, transformado en teatro.
En cierta ocasión, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz (1980) afirmó: “La memoria no es para quedarnos en el pasado; la memoria es para iluminar el presente. Los pueblos que no tienen memoria son pueblos que fracasan, son pueblos que terminan dominados”.6 Lo cierto es que Cuba nunca será dominada, porque, agradecidos, los cubanos de hoy bebemos cotidianamente el ejemplo de nuestros fundadores; pero sería muy bueno que las autoridades y la población de las diferentes localidades asumieran la tarea de —pese a nuestras muchas dificultades y limitaciones materiales— preservar para las futuras generaciones estos sitios históricos e identificarlos para el conocimiento público.
Notas
1 Orlando Segundo Arias: “La casa de Martí en el Cerro”, en Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 1, 2013, pp. 19-23.
2 Herminio Almendros: Nuestro Martí, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1996, p. 37.
3 Ibídem.
4 Juan Gualberto Gómez: “Martí y yo: la última visita – la última carta”, en Patria, 28 de enero de 1925. Reproducido en “Archivo José Martí”, tomo III, 1942, Publicaciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, Instituto Cívico Militar, Ciudad Escolar, La Habana, pp 54-59. Puede localizarse también en la sección: Imaginarios, de la revista digital de la Biblioteca Nacional de Cuba Librínsula, no. 330. [Consultado: 5 de agosto del 2014]
5 José Martí: Patria, 21 de mayo de 1892, en Obras completas, t. 5, p. 367.
6 Cit. por María Luisa García Moreno: Páginas de gloria 1, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2008, p. 3.