El ejercicio periodístico de hoy tiene el desafío de ser, cada vez, más auténtico y ajustado a la verdad, en una plataforma firme y sin margen al discurso fútil y a las coletillas repetitivas, de hecho apuntaladas en una tela de araña, y es que existen carencias en materia, no solo de pertenencia a las raíces, sino también en la profesionalidad que exige el escenario mediático al que se enfrenta la prensa revolucionaria.
Con independencia de todo cuanto hemos avanzado, aún se impone una inserción mucho más “agresiva”, en relación con el hecho de defender nuestra realidad no con discursos monótonos y formales, sino de forma objetiva. Nuestra fortaleza está en la legitimidad de la obra, en sus valores, en los indiscutibles logros de nuestro socialismo. La
Internet facilita introducirnos con eficacia, pero “ojo” no se debe descuidar el contexto nacional, donde no basta el artículo avezado, ni siquiera la buena entrevista. Estamos en determinadas circunstancias históricas que exigen estar atentos a aquellas situaciones que dejan espacio a la confusión, a las “inocentes” valoraciones callejeras ante
el entramado de acciones por el desenvolvimiento económico y social.
La prensa no puede transitar por un camino y el acontecer por otro, y en ese sentido es importante un fortalecimiento.
Hay temas que deben ser trabajados con mucha agudeza como lo relacionado con la familia y su papel determinante en la formación de los hijos y eso no es el artículo el que más pueda incidir en el cambio de comportamiento. Están también otros problemas en el actuar de las personas, en la relación maestro alumno, el acento de
conductas negativas en diversos espacios, el mal gusto estético en la difusión de composiciones musicales ofensivas, denigrantes… No tenemos la varita mágica, pero sí la fuerza de las palabras para contribuir al cambio de comportamientos. José Martí nos dejó una definición insustituible: “Toca a la prensa encaminar, explicar,
enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado; no encarnizarlos con un alarde de adhesión tal vez extemporánea, tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles, someterlas a consulta y reformarlas según ella; tócale en fin establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende que el
país la respete, y que conforme a sus servicios y merecimientos, la proteja y la honre”
Nuestro cometido exige profesionalidad y eso, a mi juicio, se refiere, no solo al dominio de la redacción, de la dicción, al desempeño cabal de las herramientas, sino a la capacidad de investigar, ser objetivos y eminentemente creativos. No puede llamarse periodismo a esa práctica nociva de “cortar” y “pegar”. Debieran doler las manos cuando
arbitrariamente se corta aquí y se pega allá para cumplir una encomienda con fatídico facilismo, sin el más mínimo sentimiento ético. Para frases o textos entrecomillados, de otros autores, es factible tal recurso. Lo contrario es transitar por un camino equivocado, sin respeto a nuestro encargo social.
Si las redes sociales constituyen un reto a la inteligencia de cada internauta de la prensa, el quehacer idiomático a instancia de nuestro contexto nacional también lo precisa. El compañero Antonio Moltó, presidente nacional de la Upec, recién fallecido, en ocasión de una de sus visitas a Santiago de Cuba, insistió en la necesidad de lograr un
estilo más profundo, más crítico, más analítico, dejando a un lado el lenguaje apologético, el triunfalismo, la retórica compulsiva para dar paso a una expresión más realista, más razonada y más equilibrada de las realidades que vive el país, y digo como decía él, requerimos de un periodismo que se acerque más a los problemas y necesidades de los
cubanos, al tiempo de aguzar la sapiencia en los sitios y páginas preestablecidos. Ese es el desafío que urge vencer.
Por Mercedes Acosta Fornaris / Delegación de Periodistas Jubilados-Santiago de Cuba