Aun cuando parece que ya nos hemos resignado al mal gusto, las letras vulgares siguen martillándonos en los oídos
Un texto quiso ser canción y no lo fue. Mas, nadie le advirtió y se creyó exitoso. Otros llegaron después por el mismo camino y, aunque tampoco tenían cuerpo ni corazón, algunos abrieron sus oídos, tararearon y el coro consiguió instalarse con naturalidad como si dispusiera de algún permiso para que le llamáramos música.
Aunque fue un estribillo de contenido sexual el que motivó este comentario, cuestionarlo con nombre y apellidos, sería como ajustar cuentas con el mensajero de la mala noticia, sin embargo, nuestra pretensión periodística es alzar la mano para, como en un aula de estudiantes, dar la asistencia y asistir al debate.
Aun cuando parece que ya nos hemos resignado a la invasión de letras de mal gusto, esta reportera no deja —ni dejará— de preguntarse por qué se multiplican los mensajes que exaltan lo más ordinario del lenguaje callejero, si la música es un arte para elevar el espíritu, reflexionar y divertirse.
Sobre estas composiciones con letras explícitas o metáforas muy visuales, que describen un acto tan íntimo entre dos personas como el coito, Liset López Francisco, socióloga y máster en Historia de la Formación Nacional afirma que constituye un fenómeno internacional, objeto de estudio por parte de universidades norteamericanas desde hace varios años.
Tanto la propia experta, como Eliene Fonseca, especialista en Investigación de la Empresa Provincial de la Música y los Espectáculos, coinciden en que fue la crisis económica de los años 90 el caldo de cultivo para que surgieran, por ejemplo, en la música popular bailable canciones en las que se reflejaba con mayor claridad este relajamiento; coincidentemente, a partir de esa fecha dicha tendencia también se hizo sentir en la escala foránea.
Mucho ha llovido desde entonces. Hoy andan de celular en celular y las paredes se estremecen con estribillos que nada tienen que ver con el doble sentido de las guarachas interpretadas por Ñico Saquito.
Carlo Figueroa, director artístico, considera que este grupo de canciones de extrema vulgaridad se generan en un segmento poblacional que no ve satisfechas sus expectativas y las evacua mediante esta manera de manifestarse; no obstante, la producción y el consumo de esta música varía según las provincias.
Un eslabón conduce a otro: los textos toscos y sexistas que definen a la mujer como objeto del deseo sexual se insertan, además, en un tipo de relación donde es el hombre quien ejerce el poder, por ejemplo: Bruto, de Chacal y Yakarta. La violencia hacia las féminas es otra de las lecturas de muchas de estas canciones.
Cómo entender que puedan sonar estas canciones en centros nocturnos, universidades, fiestas populares, restaurantes… en un país como Cuba donde a partir del triunfo de la Revolución en 1959 y de la mano de Fidel Castro y Vilma Espín, comenzó un proceso transformador para desterrar la discriminación hacia las mujeres, reconocerlas socialmente con derechos para estudiar, crear, trabajar y obtener un salario similar al de los hombres, algo que en muchos países del mundo aún es un reclamo.
Aunque el fenómeno no se manifiesta en un género musical específico, sí es el reguetón un buen candidato para muchos, o demasiados, ejemplos de vulgaridad; uno de los últimos hits, se titula El palón divino, de Chocolate, que a partir de su “éxito” tuvo hasta una segunda parte.
Con la lluvia de letras donde el sexo, el dinero y las mujeres “se dan” fáciles, estos autores que aspiran a un triunfo relámpago, graban en estudios no oficiales y buscan un público receptor valiéndose de una difusión que casi vuela en memorias flash, discos duros, así como en el popular Paquete de la semana; el objetivo de estos exponentes es vivir de la música, no para la música.
Lilia Isabel Pérez Farfán, especialista musical del Sistema provincial de la radio, advierte que a las instituciones reguladoras se les ha ido de la mano velar por lo que hacen los artistas, en medio de un contexto que experimenta la influencia de una música foránea con patrones ajenos a los que enarbolamos en nuestra sociedad y que están concebidos para la comercialización.
Lo que se graba en disqueras oficiales tampoco escapa de la trivialidad, como afirma Pérez Farfán, quien considera inapropiadas canciones como Los yumas no la tiran como yo, de la Charanga habanera y Milagro, de Los cuatro, perteneciente al disco Fiesta gigante, con sello de la Empresa de grabaciones y ediciones musicales.
Acerca de esa pieza clave que es la difusión, Eliene Fonseca considera que está fallando la promoción de lo mejor del talento nacional en los espacios públicos, aun cuando existe en Cuba una política cultural muy bien trazada. Destacó que resulta inconcebible si se tienen en cuenta los recursos que dedica el Estado cubano en la educación e instrucción de las nuevas generaciones, desde la primaria hasta la universidad de manera gratuita, así como en las escuelas de arte.
Mucho se ha debatido sobre el tema en los círculos de intelectuales y artistas; sin embargo, la divulgación de música de excelente factura, en aras de la educación de las audiencias, no es asunto de una reunión mensual o de un plan de trabajo, compete a los decisores en Sancti Spíritus –y en el resto del país– del Ministerio de Cultura, al Instituto Cubano de la Música y al Instituto Cubano de Radio y Televisión revisar lo que se difunde, las dosis de lo que se radia y lo que se transmite.
Igualmente, la musicalización en los espacios de esparcimiento y de la gastronomía debe escogerse mejor por quienes administran, para que nadie nos obligue a tomarnos un helado en el Coppelia o un café en el bulevar escuchando temas que nada aportan al bienestar general de los consumidores, incluso con la justificación de que “eso es lo que le gusta a la gente”.
Bien vale preguntarse: ¿cómo van a distinguir nuestros adolescentes y jóvenes acerca del valor del amor y la amistad entre un hombre y una mujer, si escuchan desde cualquier bocina pública cantantes que exteriorizan su vida sexual como lo más natural del mundo?, ¿cómo educar a las muchachas acerca del inicio precoz en la vida sexual o el embarazo en la adolescencia?
Quizás parezca exagerado, pero los estudios en estos grupos poblacionales demuestran que están muy necesitados de información sobre el mundo de sensaciones que experimentan. Por otro lado, ellos dedican parte de su tiempo libre a escuchar música, y aseguran algunos expertos que esta puede ser tan efectiva como un programa educativo.
Ojo, no se trata de censurar, sino de que legitimemos el talento cubano que respeta la integralidad entre ritmo, melodía y armonía; esas letras con vuelo poético que cuentan historias de amor, desamor y sucesos de la vida cotidiana, sin traicionar la ética. Distingamos los límites entre frutos y hojarasca para defender la tradición y el futuro de una parte esencial de nuestra cultura: la música.
Yanela Pérez Rodríguez / Escambray