La noticia quedó impresa en los diarios y revistas de La Habana y de todo el mundo: El 26 de diciembre de 1936 el famoso corredor negro de 22 años, Jesse Owens se presentaba triunfalmente en el estadio de La Tropical, de una manera un tanto extravagante: ganándole a un caballo pura sangre de carreras, conducido por un jockey.
Cuatro meses atrás, Owens había ganado cuatro medallas de oro e implantado tres nuevos records mundiales en los Juegos Olímpicos de 1936 celebrados en Berlín, hazaña que rompió el mito de la superioridad de la raza aria en su propia capital y en plena euforia nazi. Tanto fue el enfado del dictador Adolfo Hitler que no le estrechó su mano para felicitarlo durante las premiaciones.
Los admiradores de Owens no entendían que con estas hazañas deportivas, hubiera aceptado correr contra un caballo opacando su bien ganado renombre y es que no conocían sus razones.
Después de las glorias alcanzadas en Berlín comenzaron sus desgracias. Al terminar las olimpiadas, el presidente del Comité Olímpico de los Estados Unidos, Avery Brundage, organizó unos juegos de exhibición por Suecia, en la que el equipo norteamericano no recibía ningún estipendio por tratarse de deportistas amateurs, pero, en cambio, sí engrosaban los fondos de la organización y sus directivos. Owens, quien era la principal figura, decidió regresar a su país para tratar de encontrar alguna oferta que mejorara su precaria situación económica. La decisión del medallista olímpico no agradó a Brundage y lo separó del deporte aficionado.
Los neoyorquinos recibieron a Owens con grandes honores y lo vitorearon cuando desfiló por la Quinta Avenida en un auto abierto y escoltado por motocicletas de la policía. Sin embargo cuando llegó al lujoso hotel Waldorf Astoria para recibir el homenaje oficial, el portero no le permitió acceder por la puerta principal porque era negro y tuvo que hacerlo por la de servicios.
Cuenta Owens en su biografía que después de todo lo que publicaban los diarios norteamericanos sobre la discriminación de los hitlerianos hacia los afrodescendientes y judíos, en Berlín a nadie le molestaba que se sentara en el lugar que quería en un restaurante u autobús o se alojara en cualquier hotel, pero cuando regresó a Nueva York tuvo que volver a viajar en la parte trasera de los ómnibus, hospedarse en hoteles para los de raza negra y no podía vivir donde quisiera. Ni siquiera el presidente Roosevelt le mandó un telegrama de felicitación. “No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, – escribió Owens – pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.
A los campeones blancos la vida les resultó más cómoda. Recibieron homenajes, consideraciones y jugosos contratos publicitarios para promocionar productos, pero Jesse continuaba siendo negro y no le otorgaron ningún privilegio, así que regresó a su humilde empleo de botones en un hotel neoyorquino.
Escaso de dinero y agobiado por abundantes deudas decidió competir en La Habana con el campeón cubano Conrado Rodríguez, ganador de tres medallas de oro en los 100, 200 y el relevo de 4×100 metros en los Juegos Centroamericanos celebrados en 1935 en San Salvador.
El 25 de diciembre de 1936 llegó a La Habana y se encontró que el secretario ejecutivo de la Unión Atlética Amateur le había prohibido a Conrado Rodríguez participar en la carrera porque era amateur y no podía medirse con Owens que estaba catalogado como profesional por el Comité Olímpico.
Para que el público cubano lo viera competir y además poder resarcir la inversión que habían hecho pagándole el pasaje y los gastos, los organizadores del evento le propusieron a Owens enfrentarse sobre la pista a un caballo de carreras. Aunque era un grotesco reto, el as del deporte mundial lo aceptó con humildad para aliviar su crítica situación económica.
La carrera se efectuó al día siguiente, sábado 26, en el estadio de La Tropical, durante el descaso intermedio de un partido de fútbol donde se medían los equipos Cuban Marines y Cuban Athletic Club.
El competidor de Owens era un caballo pura sangre de cinco años y tenía por nombre Julio McCaw. La distancia a correr sería de cien yardas (91.44 metros).
Para equilibrar las enormes desigualdades que había entre la corpulencia del caballo y el largo de sus zancadas las cuales como es lógico aventajaban con creces la estatura y el paso de Owens, los técnicos y organizadores estudiaron y acordaron situar al cuadrúpedo a 40 yardas más atrás de la línea de arrancada. El medallista olímpico corrió las 100 yardas en 9.9 segundos aventajando a Julio McCaw en 20 yardas.
Owens estaba muy contento por el entusiasmado aplauso y los vítores de los tres mil espectadores cubanos que llenaban el estadio de La Tropical y por los dos mil dólares que recibió de premio.
A su regreso a los Estados Unidos, Owens realizó otras carreras contra caballos en los hipódromos de Miami y los cronistas deportivos lo apodaron “El Antílope de Ébano”. También corrió contra locomotoras, motocicletas y perros e hizo otros trabajos como animador de juegos de béisbol, bailarín, instructor deportivo y promotor de ventas.
Por los años sesenta su suerte cambió y comenzaron a reconocer sus méritos. Fue nombrado embajador de Buena Voluntad, obtuvo contratos con importantes compañías y fundó una empresa de relaciones públicas.
Jesse Owens, que había nacido en Oakville, Alabama, el 12 de septiembre de 1913, falleció el 31 de marzo de 1980 en Tucson, Arizona, y recibió póstumamente la Medalla de Oro del Congreso norteamericano. En la ciudad de Berlín hoy una calle y una escuela secundaria llevan su nombre, reconocimientos que honran y recuerdan a uno de las afamados campeones del deporte olímpico de todos los tiempos.
Fuentes:
Jesse Owens y Paul G. Neimark: The Jesse Owens Story Editorial: Penguin Publishing Group 1970
Diario El Mundo, primera plana sección deportiva, 27 de diciembre de 1936
Notas de una conversación con Francisco Pérez Recio (Panchito), realizada el dia 3 de junio de 1967 en el Ministerio de Comunicaciones. Panchito, del diario El País, fue uno de los reporteros gráficos que dieron cobertura a la extraordinaria carrera aquí narrada.
Agradecimientos: Mabiel Hidalgo (Bibiloteca Nacional de Cuba “José Martí”) y a Delfín Xiqués (Centro de Documentación del Periódico Granma)