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Como un rascacielos

Desde su nacimiento, el 9 de agosto de 1962, Vanguardia celebra los cumpleaños de acuerdo con las circunstancias, recursos materiales y voluntad de sus directivos y dirigentes —que los ha tenido entusiastas y apáticos—, pero sobre todo en dependencia de la «redondez» de los aniversarios. De modo que el de este miércoles debería transcurrir «por todo lo alto», que no quiere decir exactamente a la altura de dos pisos que levanta el edificio en Céspedes No. 5 e/ Plácido y Maceo.

Vanguardia nació cuando yo tenía 10 años, pero lo conocí a los 23. Me enamoré de él a primera vista. Los dos estábamos en plena lozanía. Él, noctámbulo y ruidoso a más no poder, me atrapó todo el tiempo — ¡tanto ya!— que en un antológico poema debí reconocer cómo «en cada cuartilla he dejado un poco de ser madre». Ello, después que le di la espalda como secretaria y junto con él me fui haciendo periodista, que lo soy más de práctica y trastazos, que de tesis y academia, conseguidas a más corto término.

Desde entonces a la fecha, cuánta historia registrada en la memoria de quienes aún estamos con la mente ágil y, de espaldas al calendario, llevamos con dignidad y orgullo frunces, presbicia, alopecia, canicies, cardiopatías, distensiones y adiposidades. Y cero nostalgias, cero evocaciones con ánimo de asentar que cualquier tiempo pasado fue mejor, que 20 años no son nada… «Que febril la mirada/ errante en las sombras te busca y te nombra…»

Sí, porque las melancolías y las morriñas en lugar de entonar los ánimos, quiebran el espíritu y constriñen la alegría. Otra cosa sería la necesidad de no olvidar ni desaparecer de un plumazo lo que fue, lo que fueron e hicieron los predecesores, nuestros muertos lejanos, o los que partieron hace apenas unos años, de pronto, sin muchas señales previas. Entonces ¡sí!, como dice el tango gardeliano «Con el alma aferrada a un dulce recuerdo…». Pero hasta ahí, que como canta Tony, el trovador cubano, «los que no son iguales son los tiempos».

Claro, en 55 años Vanguardia ha modificado el rostro en varias ocasiones y hasta una vez, con el «naranja», perdió su identidad. Largo sería un recorrido a los orígenes, un camino de ida y vuelta por el laberinto de las palabras a través de su existencia. Descarto pues el viaje a la semilla y me afianzo en los frutos, que ahora crecen de diferentes colores, olores y sabores a cuando lo conocí de cerca y me enamoré para siempre del papel y la tinta, que ahora es también web e internet, donde se le ve bien, y dinámico.

La edad, no importa. Los cincuentones también tienen su encanto, y elegancia, si la saben llevar.

Hasta hace poco se decía que un adulto alcanzaba su mediana edad antes de cumplir los 40 años y que a los 58 ya era «viejo». Pero un estudio relativamente nuevo indica que hoy en día la «edad madura» comienza a los 55, exactamente la que dentro de cuatro días cumplirá Vanguardia. Nada, cuestión de actitud y de estado mental. Cierto, por fuera también hay que cuidarse, lucir agradables, pues como dice el refrán «el hábito hace al monje».
Lo malo, lo irremediable es la apatía y el cansancio, sin encontrarle significado a lo que hacemos para nuestro propio bien y el de los demás. Y como el periodismo es ciencia y es arte, valen aquí asuntos de metodología y estrategia, de estilo y de lenguaje, que vienen, no en latas de pintura ni en muebles renovados, sino en el ser humano, perfectible y atendible.

En fin, tenemos un Vanguardia sobrio y prudente, radicado en la santaclareña, cosmopolita y heterogénea esquina del «Boulevard de Céspedes», como ya comienzan a llamarle a la populosa calle. Un Vanguardia que se alza sin neón, tímido y desdibujado en el colorido entorno. En su cuerpo de dos pisos, no hay gran puerta ni portón, apenas una incongruente y metálica entrada por donde a veces veo subir fantasmas; y las más, veloces, a irreverentes gnomos y presumidas hadas con «la vida como único extremismo/ y una pequeña luz para soñar». (También lo dice el trovador). Y punto.

Felicidades. Celebremos por todo lo alto, como si Vanguardia fuera un rascacielos. Ansiémosle siempre fuerte, robusto, saludable; andando al unísono, en el mismo sentido, con sus alegres e imprescindibles duendecillos, sin puntear servicios ni administración, cada cual respetable en lo suyo; honorable, en lo común. Bien lo sé, queridos que nos leen. De alguna, de distintas o de innúmeras maneras, todos somos su legado.

Tomado de Vanguardia

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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